En Ferrara, el 24 de junio de 1519 amanece luminoso. En la corte de los Este, sin embargo, reina un clima sombrío más propio de las lluvias de noviembre. En los aposentos del castillo, la duquesa Lucrecia agoniza tras su último parto. Su larga melena –que siglos después impresionará tanto al poeta inglés George Byron que no podrá resistirse a robar un cabello de la vitrina de la Pinacoteca Ambrosiana de Milán– ha sucumbido a la tijera, porque le dolía la cabeza a causa de su peso y le sangraba la nariz. Lucrecia suspira y vuelve el rostro, mientras aprieta la mano de su marido, Alfonso de Este. Entonces murmura: «Soy de Dios para siempre», y abandona este mundo. Será enterrada con el hábito de terciaria franciscana en el monasterio del Corpus Domini.

Moneda donde aparece Lucrecia Borgia.
Foto: Album

El duque de Ferrara queda desolado. Una reacción poco previsible, dada la reputación que precedía a Lucrecia cuando llegó a Ferrara recién casada a principios de febrero de 1502. No en balde era hija del papa Alejandro VI, Rodrigo Borgia (apellido italianizado a partir del español Borja), y hermana de César, duque de Valentinois, conocido en Italia como el Valentino, en quien se inspiró Nicolás Maquiavelo para escribir El Príncipe. De los hijos que el entonces cardenal Rodrigo tuvo con Vannozza Cattanei –César (nacido en 1475), Juan (en 1476), Lucrecia (en 1480) y Jofré (en 1481)–, Lucrecia era la única superviviente. De aquella prole, que en los designios de los Borgia debería haber fundado una dinastía y hacerse con un Estado italiano, no queda nadie.

Un mechón de pelo de Lucrecia Borgia conservado en una vitrina de la Pinacoteca Ambrosiana de Milán. La hija del papa Alejandro VI murió en la corte de Ferrara en 1519 tras una vida intensa que muy pronto se convertiría en legendaria.
Foto: National Gallery of Art, Washington D.C.

Cierto es que Lucrecia sigue viva en los hijos que tuvo con Alfonso de Este, su tercer marido: Hércules, heredero del ducado; Hipólito, futuro cardenal; Eleonora, que se hará monja, y Francisco. La recién nacida, Isabel María, no sobrevivirá, como tampoco lo hizo el pequeño Rodrigo, fruto de su segundo matrimonio con Alfonso de Aragón. También perpetúan la estirpe sus sobrinos: Isabel y Juan –padre del futuro san Francisco de Borja–, hijos de su hermano Juan, duque de Gandía; Luisa, hija de su hermano mayor, César; más los descendientes de Jofré y los Borgia ilegítimos.

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LA FAMILIA ANTE TODO

Pocas familias en la historia de Europa han dado tanto que hablar como los Borja (en Italia, los Borgia). En poco más de medio siglo, y mediante una hábil política de matrimonios, alianzas e intrigas, este linaje valenciano conseguirá apropiarse del centro de poder del Estado pontificio y dará a la turbulenta Italia del Renacimiento dos papas y más de doce cardenales. Un ascenso forjado a base de ambición, riqueza y pocos escrúpulos, cuyo brusco final sumirá a la dinastía en una leyenda negra y en la ignominia.

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Genealogía: NGM-E. Fuente: Els borja, família i mite, Joan F. Mira, Columna Edicions

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Pero ninguno de ellos hará realidad el sueño de su abuelo: ni un solo reino de entre los muchos que componen Italia pertenecerá directamente a un portador de su apellido. Por capricho del destino, un miembro de tan execrada saga pasará a la historia por otros motivos. No políticos ni militares, sino religiosos: el jesuita Francisco, san Francisco de Borja, canonizado por Clemente X en 1670.

Los orígenes españoles

Pero antes de llegar a él –y de dar por cerrado el círculo–, volvamos a la España de la que todo parte y a la que todo vuelve. De ella proviene el linaje, que tal vez tomó su nombre del Campo de Borja, en Aragón. Hay quien afirma que el topónimo significa «torre del castillo» en árabe.

Casa natal de Rodrigo (Roderic en valenciano) de Borja, en Xàtiva. En este palacete del siglo XIV de la ciudad del reino de Valencia nació y vivió el que sería el gran papa Alejandro VI hasta que fue llamado a Roma por su tío Alfonso de Borja, por entonces cardenal y futuro papa Calixto III.
Foto: Marco Ansaloni

Es una familia de gente sencilla que hacia 1238 se une al rey Jaime I de Aragón para continuar la Reconquista a cambio de recibir tierras y títulos. A partir del año 711 gran parte de la península Ibérica queda en manos de reinos musulmanes: la Reconquista comienza casi de inmediato, pero tardará 750 años en completarse. Le darán remate Isabel de Castilla y Fernando II de Aragón en 1492 con la toma de Granada, obviamente gracias a los avances logrados por los monarcas anteriores.

La familia proviene de España y toma su nombre del Campo de Borja, en el valle del Ebro aragonés.

Entre ellos se cuenta Jaime I, quien toma Valencia el 28 de septiembre de 1238. También se hace con Xàtiva, a cuya ocupación contribuyen los Borja, quienes reciben como compensación los títulos y tierras que codiciaban. Situada cerca de Gandía, la ciudad de Xàtiva es un entorno ideal y en ella se instalan los Borja, donde levantan el palacio que lleva su nombre. Tiempo después enviarán un notario a la zona para que certifique la antigüedad de sus raíces, dotándolas de solera y de noble alcurnia. También comenzarán a utilizar en su escudo un toro de gules, símbolo de sus orígenes rurales y de su temible poder.

Máscara mortuoria de san Francisco de Borja (1510-1572), custodiada en el Palacio Ducal de la familia Borja en Gandía.
Foto: Marco Ansaloni

España siempre será para la familia un ancla, una garantía de estabilidad y certidumbre. La comunión de raíces y de lengua y el sentido de pertenencia a un lugar serán de algún modo el «código» de la familia Borja. Incluso los miembros que nunca llegaron a pisar España, como Lucrecia, se sintieron siempre unidos a «la tierra de los padres» y hablaron a menudo en valenciano.

La forja de dos Papas

Xàtiva es el lugar de nacimiento de dos papas Borja: Alfonso, convertido luego en Calixto III, y su sobrino Rodrigo (Roderic en valenciano), el futuro Alejandro VI. Alfonso nació en la cercana Torreta de Canals, la torre del castillo hoy en ruinas, el 31 de diciembre de 1378. Rodrigo vendría al mundo unos 50 años más tarde, el 1 de enero de 1431; sus padres, Isabel de Borja y Jofré de Borja y Escrivà, eran primos lejanos y tuvieron otro hijo varón, Pedro Luis. Cuando en 1437 fallece el padre de Rodrigo, la viuda se traslada con sus hijos a Valencia, cuyo obispado ya había obtenido su hermano Alfonso. Este había estudiado derecho, abrazado la carrera eclesiástica y entrado al servicio del rey Alfonso V de Aragón. En abril de 1429 se convirtió en obispo de Valencia; luego pasó a Italia, convocado por el propio Alfonso V, rey de Nápoles desde 1442. En 1444 el Borja –convertido ya en Borgia– fue nombrado cardenal presbítero por el papa Eugenio IV, y cardenal de los Cuatro Santos Coronados. El 8 de abril de 1455 ascendió al trono pontificio con el nombre de Calixto III.

El pintor Severino Llanza Drudis es el último de los descendientes de la rama de Lucrecia Borgia, según la investigación genealógica llevada a cabo por el historiador Manuel Gracia, del Centro de Estudios Borjanos.
Foto: Marco Ansaloni

Para entonces, el nuevo papa ya ha reunido en Roma a sus sobrinos varones Pedro Luis y Rodrigo de Borja –hijos de su hermana Isabel–, y Luis Juan de Milà –hijo de otra hermana, Caterina–. Enseguida nombra a Rodrigo notario de la Sede Apostólica y luego, deán de la iglesia de Santa María de Xàtiva. Será el inicio de una carrera fulgurante. Por su parte, Luis Juan es obispo de Segorbe y legado pontificio de Bolonia. El 20 de febrero de 1456 el papa confiere la púrpura cardenalicia a los dos jóvenes. A Pedro Luis le ofrece el cargo de Capitán General de la Iglesia y Prefecto de Roma.

En la urbe reina un gran descontento porque solo los españoles –un alud de valencianos, catalanes, mallorquines y aragoneses, conocidos como catalani, «los catalanes», que ocupan todo tipo de cargos eclesiásticos y militares– tienen derecho a títulos, riquezas y prebendas. Pero el pontífice no se inmuta y nombra a Rodrigo vicecanciller de la curia papal, además de comandante de las tropas pontificias, pasando a ocupar el lugar de mayor peso de toda la administración central de la Iglesia. Habilísimo gestor de la curia papal, Rodrigo Borgia solo dejaría este cargo 35 años más tarde para convertirse él mismo en papa.

El papa Calixto III pretende convocar una nueva cruzada contra el creciente poder otomano, pero cae enfermo en el verano de 1458. Mientras el cobarde Pedro Luis se refugia en la fortaleza de Civitavecchia, donde muere poco después, Rodrigo asiste a su tío en su muerte. Su apoyo a Piccolomini es determinante para la elección del nuevo papa, Pío II.

Un país de extremos

Excelente político, versado en leyes, despiadado y ambicioso, el cardenal Borgia es confirmado en el cargo. Sus contemporáneos dicen de él: «Nunca se vio hombre más carnal». De hecho, atraía a las mujeres «como el imán al hierro», lo que a veces le granjeaba las reprimendas papales. A Pío II lo suceden en el trono pontificio Pablo II y Sixto IV, artífice de la Capilla Sixtina. Rodrigo amasa cada vez más riqueza y poder, pero fracasa cuando intenta dar el salto en el concilio del que saldrá el papa Inocencio VIII. Se ciñe la tiara unos años después, en la noche del 10 al 11 de agosto de 1492. Se dice que, en estado de embriaguez, declaró: «¡Queremos llamarnos como el invencible Alejandro, conquistador del mundo antiguo!». Las intrigas simoníacas que ha tejido para ascender al trono empiezan a forjar la leyenda. Alejandro VI llega al pontificado el mismo año del descubrimiento de América, de la muerte de Lorenzo de Medici y de la toma de Granada.

Galería exterior del Palacio Ducal de los Borja en Gandía. En 1485 el cardenal Rodrigo de Borja compró el ducado de Gandía, el más importante del reino de Valencia, para su primogénito Pedro Luis de Borja. Al morir este con 20 años, el ducado de Gandía lo heredó su hermano Juan, el segundo de los hijos que Rodrigo tuvo con Vanozza Cattanei.
Foto: Marco Ansaloni

Con la desaparición de Lorenzo el Magnífico, Italia pierde al último garante de una política de equilibrios entre los distintos Estados que la componen y fragmentan: no tardan en llegar las invasiones extranjeras que se disputan una Italia tan apetecible como frágil y dividida. Una Italia cuna del humanismo y del Renacimiento, la patria del redescubrimiento de los clásicos grecolatinos, del antropocentrismo, del culto a la belleza y el arte, de las cortes refinadas y de los artistas más grandes del mundo. Esplendores y miserias a la par.

También en la propia Iglesia se entremezclan la magnificencia y la depravación. Los papas de esta época no son «pastores de almas» ni «puros de corazón», sino políticos sin escrúpulos, nepotistas ávidos de opulencia, disolutos, en nada distinguibles de los príncipes que se disputan Italia. Sin embargo, la situación en la que está sumida Roma tras el cautiverio de Aviñón y el cisma en el seno de la Iglesia hace necesaria una acción enérgica y agresiva. Solo así será posible devolver el rango y la preeminencia al caput mundi, y restaurar la autoridad de la Iglesia. El poder temporal se impone al espiritual; prevalece el elemento «pagano» del humanismo y del Renacimiento, pero la partida que se disputa es política y de supremacía. Sin duda abundan los descarríos: la Iglesia empezará a pagar el precio cuando Martín Lutero publique sus 95 tesis en 1517. En cualquier caso, los papas consiguen imponer designios hegemónicos, someter a los señores feudales, tratar de tú a reyes y emperadores, convocar a artistas extraordinarios, hacer de Roma la corte más bella de la cristiandad. Que no es poco.

Plaza de San Pedro, en la ciudad del Vaticano. En 1455 fue elegido el primer papa Borja, Alfonso, quien adoptó el nombre de Calixto III. Entre 1492 y 1503 su sobrino Rodrigo volvió a ocupar el trono pontificio como Alejandro VI.
Foto: Marco Ansaloni

Uno de los más vituperados, Rodrigo Borgia, figura bajo esta rúbrica. Maquiavelo declaró que «la Iglesia fue heredera de sus fatigas», mientras que el diplomático e historiador Francesco Guicciardini lo definió como lleno de «diligencia y capacidad singular, consejo excelente [...] solicitud y destreza». Añadía, no obstante, que estos dones «se ven rebasados por una gran gama de vicios» y que Alejandro VI utilizaba «herramientas depravadas» para lograr sus fines. Al fin y al cabo, es el jefe del clan, la «testa de ariete» de los Borgia, que están rodeados de enemigos y ansían afianzarse para evitar que se les impongan.

Su elección como nuevo papa suscita inicialmente un amplio consenso. Quiere reformar y fortalecer la Iglesia, mantener a raya a los barones romanos y los señores feudales del centro de Italia, defender la ortodoxia y sofocar las rebeliones (mandará a la hoguera a Savonarola). Por una singular coincidencia, es él quien divide entre España y Portugal las tierras recién descubiertas del Nuevo Mundo, mediante la bula Inter caetera.

El cardenal Rodrigo Borgia fue especialmente prolífico. Antes de su relación con Vannozza tuvo tres hijos de mujeres desconocidas: Pedro Luis, primer duque de Gandía, e Isabel y Jerónima, dadas en matrimonio a nobles romanos. Pero los favoritos, con los que el pontífice se identifica y en los que vuelve a vivir, son César, Juan, Lucrecia y Jofré. Encontramos sus figuras idealizadas en los extraordinarios frescos que el Pinturicchio realizó en los Apartamentos Borgia del Vaticano.

En junio de 1497 fue sacado del Tíber el cadáver de Juan, duque de Gandía, cosido a espadazos.

La nueva amante del papa es Julia Farnesio, casada con Orsino Orsini, hijo de una pariente de Alejandro VI, Adriana de Milà. A Adriana se le ha encomendado la tarea de ocuparse de Lucrecia, educada también por las monjas. Con su padre en el poder, a Lucrecia se le impone contraer un matrimonio de prestigio: la elección recae en Giovanni Sforza y la boda se celebra en junio de 1493.

En el ínterin, Juan Borgia ha heredado el ducado de Gandía de su difunto hermanastro Pedro Luis. Y ha «heredado» también a su prometida, María Enríquez, a quien desposa en España. Vanidoso y débil, Juan es el favorito del papa, lo que le granjea el odio de su hermano mayor, César, a quien le está reservada la carrera eclesiástica: es nombrado cardenal en octubre de 1493. El benjamín, Jofré, se casa con la bella Sancha de Aragón, hija ilegítima del heredero del trono de Nápoles, Alfonso.

Italia asiste entonces a la invasión de las tropas francesas de Carlos VIII de Valois en 1494.

Escalinata de los Borgia, en el barrio romano de Rione Monti. Lo que queda del palacio, conocido como palacio Cesarini, era parte de un complejo propiedad de poderosas familias romanas que supuestamente pasó a manos de Giorgio della Croce, segundo marido de Vanozza Cattanei, amante del papa Alejandro VI y madre de sus cuatro hijos César, Juan, Lucrecia y Jofré.
Foto: Marco Ansaloni

Es el comienzo de las «horrendas guerras de Italia». Aunque los ocupantes son repelidos al otro lado de los Alpes, regresarán seguidos de otros ejércitos extranjeros. El eje del poder comienza a desplazarse y Sforza ya no es útil a los intereses de Alejandro VI, quien lo obliga a divorciarse de su hija. Despechado, Giovanni Sforza difunde rumores sobre la supuesta relación incestuosa entre Lucrecia y su padre, e incluso con sus hermanos, con los que Lucrecia cargará durante siglos, junto con la fama de «envenenadora».

Leyenda negra y mala reputación

Otro acontecimiento acrecienta la mala reputación de los Borgia. En junio de 1497 sacan del Tíber el cadáver de Juan, duque de Gandía, cosido a espadazos. Tiempo después empieza a comentarse que ha sido asesinado por orden de su hermano César Borgia. Ciertamente, con la muerte de Juan, César pasaba a ser el verdadero «delfín» señalado por su padre; así, el lema Aut Caesar aut nihil, «O César o nada», puede hacerse realidad. Comienza la fase del «terror borgiano» y de la leyenda negra, entre puñales y venenos…

En 1498 César renuncia a la púrpura cardenalicia para volver a la vida secular y se dirige a la corte francesa, adonde lleva al monarca, Luis XII, la bula papal que autoriza su divorcio de Juana de Aragón, así como todo tipo de regalos. A cambio, el soberano le concede el ducado de Valentinois (de ahí el sobrenombre de «el Valentino»), lo desposa con Carlota de Albret y le promete apoyo militar. Todas estas maniobras, llevadas a cabo bajo la dirección del papa Alejandro VI, pretenden ganarse el favor del rey francés: su consentimiento es necesario para que los Borgia conquisten un Estado. Al principio ponen sus miras en Nápoles y después, en la Romaña.

Por esa época Lucrecia mantiene una relación amorosa con el cubiculario Pedro Calderón, llamado Perotto, que será asesinado por el Valentino. Una hipótesis apunta a que Perotto podría ser el padre del misterioso Juan Borgia, el Infans romanus, o «niño romano». Pero casi inmediatamente se le asigna un nuevo marido, Alfonso de Aragón, duque de Bisceglie, hijo ilegítimo del entonces rey de Nápoles y hermano de Sancha. El matrimonio, del que nacerá el pequeño Rodrigo, tiene lugar en julio de 1498, pero la nueva duquesa de Bisceglie no puede disfrutar de la felicidad conyugal por mucho tiempo. Su marido es asesinado por orden de César en 1500. Una vez más, el móvil responde a los intereses familiares: su patria, España, ya no es útil para los designios políticos del Valentino, quien desea utilizar a su hermana en nuevas y provechosas alianzas matrimoniales.

Recreación histórica para la inauguración del jardín renacentista de la época de Lucrecia en la Delizia del Verginese, la residencia de los Este en Portomaggiore, en la provincia de Ferrara.
Foto: Marco Ansaloni

Tras un período de luto en Nepi, Lucrecia toma conciencia de que su salvación pasa por alejarse de la familia. Hasta entonces no ha sido más que una prenda de la política papal –querida, eso sí–, pero ahora quiere tomar las riendas de su vida. El resultado será su tercer matrimonio, que contrae en 1502 con Alfonso de Este, heredero del duque de Ferrara. Al principio la casa de Este la rechaza y el «matrimonio del siglo» exige una inmensa dote. Pero Lucrecia pronto se ganará su aprecio, revelándose como una excelente administradora, mujer piadosa y elogiada mecenas de las artes.

Mientras tanto, el Valentino parece imparable, conquistando una ciudad tras otra, sobre todo en la Romaña (cuyos señores son, según Maquiavelo, «abyectísimos») y despertando el temor y la admiración de toda Italia. Cuando varios de sus capitanes se rebelan, les tiende una trampa y los hace pasar a espada: es diciembre de 1502.

El poder de César, sin embargo, sigue emanando de su padre; su conquista de un Estado nuevo todavía no está afianzada. Y la fortuna, que lleva tanto tiempo sonriéndole, se dispone a darle la espalda. En agosto de 1503, tanto él como Alejandro VI caen enfermos repentinamente, hay quien dice que envenenados. El poderoso papa Borgia muere y todo se precipita. Para el Valentino es el principio del fin. Por medio de sus cardenales, intenta influir en la elección del nuevo pontífice, Pío III, que fallece a los 25 días. Y cuando favorece el ascenso de Julio II –Giuliano della Rovere, archienemigo de los Borgia–, comete un grave error: se ha fiado de sus promesas, que el Santo Padre no piensa cumplir.

La catedral de San Jorge Mártir, situada en la plaza Trento y Trieste de Ferrara, es un símbolo de la ciudad italiana y sede del poder religioso desde el siglo XII. Es el principal lugar de culto católico de Ferrara y se encuentra muy cerca del castillo de los Este, familia noble italiana, soberanos del ducado de Ferrara, con quien Lucrecia emparentó por matrimonio en terceras nupcias.
Foto: Marco Ansaloni

Caído en desgracia, abandonado por todos, César se niega a entregar las fortalezas que le quedan y es arrestado. Tras ceder, es puesto en libertad y se refugia en Nápoles, cometiendo otro error. De nuevo lo aprehenden para enviarlo a España. En agosto de 1504 es encarcelado en la terrible fortaleza de Chinchilla, de la que logra huir tiempo después. Se pone entonces al servicio del rey de Navarra, su cuñado, pero muere en una emboscada en la madrugada del 11 al 12 de marzo de 1507, cerca de la población de Viana. Enterrado en un principio en la iglesia de Santa María de Viana, posteriormente se decide que no es digno de descansar en ella, por lo que se retiran sus restos y se destruye el sepulcro. Sus cenizas son sepultadas en el exterior, en suelo no consagrado. Del lema «O César o nada» ha vencido el «nada».

San Francisco de Borja vivió atormentado por los pecados de sus antepasados y marcado por el deseo de expiarlos.

Pero en esta familia fuera de lo común todo son extremos, y después de los personajes más polémicos llega el momento de los más nobles. Luces y sombras, en definitiva. El futuro santo de la saga de los Borja, Francisco, nace el 28 de octubre de 1510. Es hijo de Juan, tercer duque de Gandía, vástago a su vez del matrimonio entre el Juan hallado muerto en el Tíber (el hermano de César y Lucrecia) y María Enríquez, prima del rey de España. Casado con Leonor, dama de compañía de Isabel de Portugal, esposa del emperador Carlos V, tiene varios hijos con ella. Llega a ser fiel consejero del emperador y acepta el título de cuarto duque de Gandía, además de obtener importantes cargos. Al enviudar, toma los hábitos y entra en la Compañía de Jesús, de la que llega a ser general en 1565. Funda misiones en el Nuevo Mundo e imprime un gran impulso a la actividad de los jesuitas y la educación de los jóvenes. Sin embargo, pasará toda su vida atormentado por los pecados de sus antepasados y su existencia estará marcada por el deseo de expiarlos. Se cuenta que su esposa lo oyó exclamar en una ocasión: «¡Mis cenizas redimirán a los Borgia! ¡El fuego los purificará!». En cierto modo, su deseo se hizo realidad.

Hoy perpetúan el linaje algunos descendientes dispersos por el mundo, entre ellos un pintor que ha vuelto a vivir en el Campo de Borja. Se llama Severino Llanza Drudis: el nombre del clan se ha perdido, pero no su lugar de origen. A fin de cuentas, todos regresamos al lugar del que venimos.

Alessandra Necci es autora de ensayos y biografías históricas, entre ellas una sobre las cuñadas Isabel de Este y Lucrecia Borgia. El fotógrafo Marco Ansaloni vive en Barcelona y es colaborador habitual de National Geographic.

Este artículo pertenece al número de Octubre de 2021 de la revista National Geographic.