Me detengo. La boca de la cueva es casi invisible. En este punto el barranco se estrecha camino del mar y me observa con los ojos ciegos de sus centenares de cavidades. Cualquiera de ellas podría ser la que buscamos. O quizá no, quizá la auténtica sea otra, aún no descubierta. Aquí, la historia aún no está escrita.

Ilustración de dos indígenas de la Gomera.
Ilustración: Leonardo Torriani, Descripción e historia del reino de las islas Canarias, por cortesía de la Biblioteca Geral de la Universidad de Coimbra.

En 1764, en este mismo barranco del sur de la isla canaria de Tenerife, se descubrió la cueva que daría origen al mito de las mil momias. El escritor ilustrado José Viera y Clavijo, sacerdote tinerfeño, lo detallaba en sus Noticias de la historia general de las Islas de Canaria: «Se acaba de descubrir un panteón excelente […]. Está en un cerro escarpado del barranco de Herques, entre Arico y Güímar, en el país de Abona, y tan lleno de momias, que no se contaron menos de mil».

Pocas cosas hay más excitantes que moverse en el ambiguo filo entre la historia y la leyenda. El relieve del barranco de Herques está esculpido por una antiquísima explosión de lava solidificada y vegetación reseca robada al sol, cuyo interior alberga secretos como este. Dos siglos y medio después de aquel descubrimiento nos encontramos en la ubicación que gran parte de los arqueólogos de Tenerife consideran pudo ser la de la cueva de las Mil Momias. Su localización ha fluido oralmente desde entonces, sin coordenadas escritas, como entre elegidos, y la entrada pasa desapercibida para el caminante que se adentre en el barranco. Acompañada de amigos isleños, me siento privilegiada al acceder a la supuesta cueva donde en su día reposaron sus antepasados. Me agacho y observo la angosta apertura, enciendo mi frontal y me arrastro sobre el suelo irregular y blanquecino. Descender los primeros metros embutida en un túnel claustrofóbico tiene su recompensa: la cámara, alta y espaciosa, que se abre de pronto ante mí es la promesa de un viaje al pasado de la isla.

Entre los cientos de grutas que horadan el barranco de Herques, o de los Muertos, en Tenerife, las crónicas sitúan la cueva de las Mil Momias.
Foto: Hipólito González

«Los arqueólogos asumimos que la expresión "mil momias" fue probablemente una exageración, una manera de decir que había muchísimas, centenares», me explica la historiadora y egiptóloga canaria Mila Álvarez Sosa. En el interior de la gruta, los ojos se acostumbran poco a poco a la oscuridad midiendo los espacios, intentando ubicar la mítica necrópolis en este tubo volcánico horadado en las entrañas de la pared del Herques.

Antes del siglo XVIII ya se habían hallado momias, por supuesto, pero en torno a esta gran cueva sepulcral surgió la leyenda de que podía tratarse del panteón de los menceyes, los reyes guanches, cuya localización los aborígenes guardaban celosamente. Quizá por eso desapareció tan repentinamente como apareció. Su ubicación se borró, al menos para la historia oficial, y eso la ha convertido en el Santo Grial de la arqueología canaria. Si preguntas a los lugareños, todavía hoy te dirán que ellos no divulgan su emplazamiento para proteger la memoria de sus antepasados. O que la cueva que has visto es una falsa y que un derrumbe tapó la auténtica para siempre. Si preguntas, en general, los lugareños te contarán muchas cosas. Y callarán otras. Todas ellas fascinantes.

En la Universidad de La Laguna, la genetista Rosa Fregel (a la derecha) extrae un diente de una momia hallada en Tenerife en el siglo XVIII para rastrear, con las últimas tecnologías paleogenómicas, el origen de las gentes que poblaron el archipiélago canario.
Foto: Cortesía de Story Producciones

«Sus ritos mortuorios. Eso fue lo que más llamó la atención de los conquistadores castellanos», prosigue Álvarez Sosa, remontándose a un choque cultural que en Tenerife se produjo a finales del siglo xv, entre 1494 y 1496. Le gusta imaginar el momento en que una potencia de la Europa en los albores del Renacimiento que navegaba, montaba a caballo y blandía la espada se topó cara a cara con un pueblo como salido del Neolítico. No era el primer enfrentamiento de los isleños con los europeos, pero sí sería el último. Los guanches, nombre de los pobladores nativos de la isla de Tenerife, «no conocían los metales, usaban palos y piedras como herramientas, se vestían con pieles y vivían en cuevas. Pero eso sí, honraban a sus muertos preparándolos para su último viaje. Los preservaban». Qué palabra tan bonita, preservar. La extraña fascinación de la muerte hizo que los recién llegados aprendiesen muy pronto el nombre de los habitantes de aquellas necrópolis colectivas, los xaxos, y el del proceso que los preparaba para la eternidad, el mirlado, palabras ambas que dejaron por escrito en sus crónicas. «Esos son los términos correctos. Hablar de momias y momificación es por una contaminación procedente de la terminología usada a partir del siglo XVIII. Napoleón puso de moda Egipto», bromea la egiptóloga.

Tenerife, con el Teide al fondo, es la mayor de las míticas islas Afortunadas. Pese a que algunas expediciones, como la de Juba II en el siglo I d.C., las llevaron a un escenario real, hasta la llegada de navegantes mallorquines y genoveses en el siglo XIV fueron prácticamente invisibles para Europa. Y con ellas, sus habitantes.
Foto: IStock / Getty Images

Aquí, inmersa en la oscuridad, imagino la fascinación que en pleno Siglo de las Luces sentiría Luis Román, capitán de infantería de Tenerife, cuando en 1764 accedió a aquella necrópolis acompañado por algunos hombres de la zona con objeto de llevarse algunos ejemplares para su estudio. Recreo el momento en el que alzó su antorcha y vio cientos de cuerpos congelados en el tiempo, en una sensación a medias entre la profanación y la excitante caricia de la historia. El hallazgo causó una honda impresión entre los ilustrados de la isla y el regidor José de Anchieta lo reseñó en sus apuntes. Curiosamente, dejó en blanco el espacio en que debía figurar la ubicación. Un nombre que, como muestran las últimas investigaciones, no ha sido borrado sino que jamás fue escrito. Si su intención fue preservarla del expolio, desafortunadamente no se logró. Distintas fuentes señalan que hacia 1833 ya no quedaba ningún cuerpo.

Triste manera de culminar un encuentro entre dos realidades que se habían mezclado apenas 300 años antes: la de los conquistadores y la de los conquistados, condenados a perder incluso la memoria de sus muertos. Ya en el siglo XIV se produjeron las primeras incursiones en Lanzarote y Fuerteventura, pero no sería hasta 1496 cuando el hidalgo Alonso Fernández de Lugo, El Adelantado, conquistaría Tenerife, la última isla del archipiélago en caer, para mayor gloria de la Corona de Castilla, que en una década fantástica acababa de tomar la Granada de Boabdil y de encontrarse con un gigantesco continente camino de las Indias.

La tomografía axial computarizada (TAC) realizada a la momia guanche en el Hospital Universitario QuirónSalud de Madrid proporciona detalles de su interior que de otro modo no podrían apreciarse sin dañar su estructura. La duda más importante era si, al igual que los egipcios, los guanches evisceraban a sus muertos.
Foto: Cortesía de Raúl Tejedor /RTVE /Story Producciones

Me pongo en pie. Sacudo el polvo blanquecino de mis manos y rodillas. El frontal alumbra precariamente las paredes, y el corazón, más que el cerebro, espera encontrar en cada doblez de la roca a uno de esos xaxos (jajos, lo pronunciaban los guanches) como los describió Viera y Clavijo, envueltos en sudarios de piel de cabra, sobre parihuelas, sin tocar el suelo. «El proceso es el mismo que se podría seguir con un alimento. Sus cuerpos se trataban con hierbas desecantes y manteca de ganado y se dejaban secar al sol y al humo de la hoguera», me explica Álvarez Sosa (véase ilustración, El mirlado). Así, los xaxos canarios requerían apenas 15 días para estar listos, frente a los 70 de las momias egipcias. El trabajo lo hacían especialistas, con otra diferencia fundamental frente a Egipto, donde se han registrado prácticas necrofílicas: «En Canarias, si el difunto era una mujer, la preparaban mujeres», puntualiza la egiptóloga.

Los familiares eran los encargados de «enzurronar» a sus difuntos con pieles de cabra curtidas y cuidadosamente cosidas entre sí. El número de capas hablaba del prestigio social del muerto. En Gran Canaria, donde también se han hallado momias, han aparecido fardos funerarios con hasta 12 capas que podían estar ornamentadas por raspado o policromadas, depositados incluso en troncos de árbol vaciados y envueltos en una estera de juncos. La técnica en ambas islas tiene características similares, aunque presenta importantes diferencias que los expertos atribuyen a que los restos pueden proceder de épocas distintas.

«Durante mucho tiempo hemos mirado al pasado de las islas como algo plano –dice Teresa Delgado, técnica de El Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria–. Antes contemplábamos 1.200 o 1.800 años de historia como si fuera un único momento. Solo ahora estamos empezando a establecer una cronología». De hecho, en Gran Canaria no aparecen solo cadáveres en cuevas funerarias; también hay enterramientos tumulares, a similitud del Magreb preislámico, como en la necrópolis de Arteara. Aparte de Tenerife y Gran Canaria, en el resto de las islas no existe evidencia de momificación. Los cuerpos que se han hallado podrían corresponder a una conservación natural debida a las condiciones ambientales.

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«Nos quedan muchas preguntas. Y muy pocos ejemplares con los que investigar», se lamenta la arqueóloga María García, conservadora en el Instituto de Bioantropología de Santa Cruz de Tenerife. Ella lo sabe mejor que nadie. Conoce cada historia, cada datación y cada punto de la isla del que proceden todos y cada uno de los restos custodiados en los cajones del Instituto. Cuidadosamente clasificados, como en una inmaculada morgue, los restos de hombres, mujeres y niños continúan desafiando a la eternidad, ocultos en el subsuelo de la capital de la isla, a unos pasos de las terrazas de la calle de la Noria. ¿Qué ha pasado con las mil momias de Viera y Clavijo? ¿Fue una invención? «Fue un expolio sistematizado –afirma, tajante–. Durante los siglos XVII y XVIII las momias se convirtieron en un reclamo para la clase ilustrada europea. Nuestros xaxos viajaron por medio mundo, integrándose en museos y colecciones privadas, convirtiéndose incluso en polvo a partir del cual elaborar afrodisíacos».

En algunos casos, como Álvarez Sosa recoge en Tierra de momias, libro en el que compara los métodos de embalsamamiento en Canarias y en Egipto, algunos xaxos acabaron en el fondo del mar, al ser lanzados por la borda cuando en su viaje a la Península o a América las condiciones ambientales de la travesía reactivaban el proceso de descomposición, interrumpiendo el paréntesis eterno en que estaban sumidos. «Ningún arqueólogo ha hallado un xaxo en su contexto –advierte María García con tristeza–. Cuando los técnicos han llegado, las necrópolis ya estaban contaminadas y el posible ajuar, descontextualizado».

En 2012 se produjo un hallazgo fortuito en la isla de Lobos, situada entre Fuerteventura y Lanzarote, que sacó a la luz un yacimiento inédito en el archipiélago. Todo el material arqueológico hallado es importado y data de en torno al siglo I, y sugiere la existencia de una factoría destinada a la elaboración de la preciada púrpura de Tiro, el color de los emperadores romanos.
Foto: Olimpio Fantuz / Fototeca 9x12

No es la primera vez que viajo a Canarias en busca de respuestas. Hace ocho años ya rapelé este barranco de Los Muertos, me asomé a sus cuevas en busca de las mil momias, releí las crónicas sobre la conquista de Canarias de fray Alonso de Espinosa, Juan Abreu Galindo o Gadifer de Lasalle y me entrevisté con expertos para desentrañar el origen de las poblaciones canarias. Afortunadamente, hoy en día la tecnología no deja lugar a dudas sobre los pobladores de unas islas que durante siglos parecieron reinos de fantasía.

En pleno Renacimiento se constató que las míticas islas Afortunadas existían en mitad del océano. Probablemente para el siglo I de nuestra era navegantes cartagineses, griegos y romanos, como Hannón, Eudoxo de Cícico o Estacio Seboso, o la expedición de Juba II de Mauritania ya habían arribado a ellas, pero los europeos que las redescubrieron en la Edad Media se encontraron con que, a diferencia del resto de los archipiélagos atlánticos, estas islas estaban habitadas y sus poblaciones parecían llevar siglos aisladas. La pregunta era inevitable: ¿de dónde venían? Durante años, las crónicas que hablaban de individuos altos y de piel blanca abonaron el terreno para sugerentes hipótesis, desde vascos o vikingos naufragados hasta navegantes íberos y celtas, pasando por atlantes supervivientes de un cataclismo.

Su origen fue un enigma que se prolongó muchos siglos. Hoy son precisamente las momias las que han arrojado la respuesta.

Si el lugar en que me encuentro es realmente la cueva que describió Viera y Clavijo, la momia que nos mira desde estas páginas emprendió su largo periplo desde aquí. Su primer viaje, en 1764, la llevó a Madrid como obsequio al rey Carlos III para que la corte apreciase el trabajo de los guanches a la hora de eternizar a sus muertos. En 1878 fue exhibida en la Exposición Universal de París y durante más de un siglo reposó en lo que hoy es el Museo Nacional de Antropología, hasta que en 2015 fue trasladada al Museo Arqueológico Nacional (MAN). Y una noche de junio de 2016, entre medidas de seguridad extremas, hizo el más corto de sus desplazamientos rumbo al Hospital Universitario QuirónSalud de Madrid. Era una visita breve. Iba a someterse a una tomografía axial computarizada (TAC). La misma prueba que cuatro años después, en 2020, bajo los auspicios del doctor Manuel Maynar y del director del Museo de Naturaleza y Arqueología (MUNA) de Tenerife, Conrado Rodríguez, se realizaría en la clínica Hospitén Rambla de Tenerife a 21 restos, entre ellos 13 momias adultas y un feto, para analizar las enfermedades más comunes de la población aborigen.

«Ya habíamos sometido a TAC a diversas momias egipcias –apunta Javier Carrascoso, jefe asociado de Radiología del Hospital Universitario QuirónSalud–. La iniciativa partió de Regis López, director de Story Producciones, y de nuestra compañera la radióloga Silvia Abadillo, para filmar la serie de documentales La vida secreta de las momias, que emite la plataforma Playz de RTVE. Un TAC ofrecía la posibilidad de asomarnos a su interior sin dañarlas. Vicente Martínez, jefe del Servicio de Radiología, acogió la propuesta con entusiasmo». Efectivamente, el TAC aportó unos datos científicos que echaron por tierra las hipótesis que se movían entre desecamientos naturales y procesos copiados o heredados del mundo egipcio, situado a 5.000 kilómetros de distancia.

«Hay quienes piensan que más allá están las Afortunadas, enfrente del costado izquierdo de Mauritania en el rumbo de la octava hora de sol»., Plinio el Viejo, siglo I d.C.

«Fue impresionante –recuerda Carrascoso–. La momia guanche estaba mucho mejor conservada que las egipcias. Mantenía toda la musculatura, y las manos y los pies eran perfectos. Parecía la talla de madera de un Cristo». Su interior proporcionó la información más relevante hasta ese momento: a diferencia de sus homólogas egipcias, la momia guanche no estaba eviscerada. Sus órganos, incluido el cerebro, estaban perfectamente desecados gracias a una mezcla de minerales y vegetales drenantes, cuyo objetivo era impedir la proliferación de bacterias y frenar así la putrefacción. «Se podía observar lo que parece ser lapilli en su interior. Lo habían introducido por el recto y se encontraba también en dos zonas intercostales». El xaxo, analizado también mediante técnicas de radiocarbono, arrojó aún más datos: era un varón alto, sano, quizá perteneciente a una élite, habida cuenta del buen estado de sus manos y pies y de los datos nutricionales que proporcionaba su dentición. Tendría entre 35 y 40 años en el momento de la muerte, que se produjo entre los siglos XII y XIII, mucho antes de que los castellanos llegasen a turbar la paz de su isla. Su columna tenía una dismorfia muy habitual entre las poblaciones norteafricanas y sus rasgos faciales remitían asimismo al continente vecino.

Rosa Fregel, investigadora del Departamento de Bioquímica y Genética de la Universidad de La Laguna, en Tenerife, lleva años estudiando los aborígenes de las islas Canarias y ha aplicado sobre 40 individuos procedentes de todo el archipiélago las últimas técnicas paleogenómicas aprendidas en la Universidad Stanford, en Estados Unidos. El ADN no engaña. Por eso los estudios genéticos que evidencian un parentesco con las poblaciones norteafricanas no dejan ya lugar a la hipótesis: los primeros pobladores llegaron desde el Magreb. Pero eso no significa que vinieran desde un mismo lugar ni en un mismo momento: «Hemos descubierto que las poblaciones de cada una de las islas tienen sus propias peculiaridades, lo que nos impide considerar a la población del archipiélago como algo homogéneo», advierte.

La primera representación de una cueva con enterramiento guanche es este grabado de Charles-Nicolas Cochin, quien se basó en el relato de un médico galés que afirmaba haber estado en ella. Apareció en el libro del Abbé Prévost en 1746 y, sorprendentemente, reproduce la cueva que se descubriría casi 20 años después y que aún se conoce como la cueva de las Mil Momias, el posible panteón de los reyes
Grabado: Alamy / ACI

La etimología, la epigrafía y las fuentes etnohistóricas ya apuntaban a un origen africano que, respondiendo a intereses políticos, algunas veces se ha obviado y otras se ha enarbolado. Pero la ciencia ofrece ahora una verdad inmutable. Siglos antes de la llegada del islam, el norte de África estaba poblado por diferentes tribus númidas pertenecientes a un tronco común. Griegos y romanos llamaban despectivamente a esos pueblos bereberes. Ellos se autodenominaban amazigh, «hombres libres». Eran poblaciones agrícolas y especialmente ganaderas que exportaron su modo de vida al archipiélago vecino, a donde tuvieron que trasladar sus medios de subsistencia y sus animales domésticos. Y este hecho incuestionable arroja sin embargo nuevos interrogantes. ¿Cuándo se asentaron aquí? ¿Por qué abandonaron sus hogares? Y, sobre todo, ¿cómo llegaron hasta unas islas situadas a 100 kilómetros de la costa más cercana si no existe ninguna evidencia arqueológica de que supieran navegar e incluso los cronistas decían que no conocían la navegación?

«Se acaba de descubrir un panteón excelente […] y tan lleno de momias, que no se contaron menos de mil», José Viera y Clavijo, 1772

«Ahora que tenemos una fotografía del pasado en términos evolutivos, quizá debamos preguntarnos qué sucedía en el norte de África en los momentos en que en el archipiélago se produce algún cambio en los métodos de cultivo, en los medios de producción o en el tipo de enterramiento –sugiere Teresa Delgado–. Siempre se ha hablado de oleadas migratorias, pero quizá fuesen solo grupos de familias llegados en momentos distintos. Quizá los acontecimientos en el norte de África, desde el dominio romano hasta la llegada del islam, provocaran esa salida del continente».

El tratamiento de mirlado ha preservado a la momia guanche del MAN con un realismo sorprendente. Era un varón de entre 35 y 40 años de edad que vivió hace casi 900 años.
Foto: Cortesía del Museo Arqueológico Nacional (Man) / Fernando Velasco Mora

El momento en que se producen las oleadas migratorias y el motivo al que obedecen son los grandes interrogantes del poblamiento de las Canarias. ¿Cuántas personas hacen falta para generar una población estable en el tiempo? La ciencia y las evidencias en otros asentamientos arrojan cifras interesantes: tres parejas suponen un 23 por ciento de posibilidades de prosperar. Con 14 parejas la tasa de éxito se eleva al 81 por ciento, según asegura José Farrujia, profesor de la Universidad de La Laguna. Lo único que puede asegurarse con certeza es que siete de las ocho islas han estado habitadas de manera constante durante al menos los últimos 10 siglos, que sus poblaciones comparten rasgos y elementos identitarios, que tienen un lenguaje con un tronco común –el líbico bereber– y que las manifestaciones cosmogónicas y rupestres encontradas en las islas del archipiélago son muy similares a las representaciones halladas en el Sahara Occidental, el Tassili argelino o el Atlas marroquí, sostiene Farrujia.

Hasta aquí, el consenso. Los historiadores canarios resuelven de manera diferente los otros tres grandes interrogantes: cómo llegaron, cuándo y por qué. Para Antonio Tejera Gaspar, catedrático de Prehistoria de la Universidad de La Laguna, no hay lugar a dudas: el poblamiento de las islas es un fenómeno relativamente reciente que se produce entre los años 25 a.C. y 25 d.C. en el contexto de las revueltas bereberes contra Roma. «Las leyes romanas aplicaban como castigo el destierro a islas –asegura, basándose en las fuentes historiográficas–, y desde la caída de Cartago todo el norte de África es un polvorín». En su tesis subyace la leyenda de las lenguas cortadas que recogen Gadifer o Abreu y Galindo, en la que un rey, un legado o un pretor corta la lengua de los sublevados en castigo por su alzamiento y los destierra a unas islas. Tejera Gaspar ve en ese rey a Juba II, el gobernador de la Mauritania durante el reinado de Augusto.

A diferencia de las momias egipcias, más consumidas por el natrón, el xaxo evidencia la musculatura, los tendones e incluso las uñas de manos y pies, cuidadosamente atados entre sí.
Foto: Cortesía del Museo Arqueológico Nacional (Man) / Fernando Velasco Mora

Juba II es para muchos historiadores el gran descubridor de Canarias. Hijo del vencido rey de Numidia Juba I, fue educado en Roma y desposado con Cleopatra Selene, la única heredera de los malogrados Cleopatra y Marco Antonio. En un intento de asimilación, Augusto puso a la pareja de origen africano y educación romana a cargo de la Mauritania, un vasto territorio que se extendía desde Túnez hasta el Sahara Occidental. Y Juba, erudito, escritor y naturalista, se dedicó a explorar aquel norte de África del que procedía y a recopilar la información en un volumen, De Libia, desafortunadamente desaparecido.

«Su crónica se ha perdido, pero Plinio el Viejo lo cuenta en su Historia Natural. La respuesta ha estado ahí todo el tiempo. Juba organiza una expedición a las Afortunadas en el año 46 a.C. Es la primera que nombra las islas, que se refiere a una de ellas como Canaria y que habla de las principales características de cada una de ellas y de los animales que las habitan. Y si no menciona a sus pobladores, es porque no están pobladas –señala Tejera Gaspar–. Será entonces, a partir del siglo I, cuando se pueblen, pero no voluntariamente, sino como destino de destierro para los insurrectos».

La hipótesis, ya insinuada por los primeros cronistas, es desgranada por Tejera Gaspar en el libro escrito junto con Alicia García Bereberes contra Roma. «No es posible que fuese una colonización orquestada porque las islas no aportan a los pobladores nada que no hubiese en su país de origen; no hay grandes riquezas, ni siquiera hay metales».

«Nuestros antepasados nos dixeron, que Dios nos puso e deixó aquí e olvidónos», Andrés Bernáldez, cronista real, hacia 1495

El descubrimiento llevado a cabo en 2012 en La Calera, en el islote de Lobos, entre Fuerteventura y Lanzarote, ofrece una nueva visión. El hallazgo fortuito de restos de cerámica ha sacado a la luz algo hasta el momento inédito en las islas: materiales no indígenas, vasijas con factura del valle del Guadalquivir, lucernas de terra sigillata y anzuelos y arpones de metal. Todos ellos útiles importados y relacionados con el marco comercial del Mediterráneo occidental y el estrecho de Gibraltar. ¿Cómo han llegado hasta allí esas piezas? Los restos de concheros y la tradición de la zona atlántica han llevado a los investigadores a esgrimir una nueva teoría: el asentamiento correspondería a un establecimiento temporal para la explotación de un molusco, Stramonita haemastoma, del que se obtenía la púrpura de Tiro, el tinte más preciado desde tiempos de los fenicios, cuyo uso estaba reservado a los emperadores romanos. Canarias ya tiene algo valioso que ofrecer a sus colonizadores. Carmen del Arco, arqueóloga e investigadora del yacimiento de Lobos, considera que el hallazgo llama a la revisión del aislacionismo en que habitualmente se creía estaban inmersas las islas. «Un taller de púrpura de-muestra que el archipiélago está en la órbita de intereses económicos del mundo romano, que el territorio ya se ha recorrido, que se conoce y que sus naves pudieron usarse para trasladar nuevos stocks biológicos: animales, plantas y personas».

La datación, que emplaza el yacimiento en un período que abarca desde la época de la República tardorromana hasta el gobierno de Tiberio, entre los siglos II a.C. y I d.C., ofrece una nueva horquilla temporal que puede coexistir con las tesis de Tejera Gaspar, sin considerar el destierro como la única causa poblacional y sin descartar una presencia aún anterior en las islas. «Hay cronologías que hablan de una ocupación temprana, anterior al inicio de nuestra era en distintas islas –dice Del Arco–. Hemos de considerar que cuando se produce esa explotación de recursos a manos de los romanos ya hay gente en ellas». Su tesis enlaza con la que José Farrujia considera la más acertada, la de una población amazigh que llega al archipiélago en dos momentos distintos. «Tenemos yacimientos en Lanzarote que nos hablan del primer milenio antes de nuestra era. En Tenerife se han hecho dataciones del siglo VI a.C. y en La Palma, del siglo III a.C. Tiene todo el sentido además si pensamos que las islas se pueblan de este a oeste, desde las más cercanas a la costa africana hasta las más lejanas».

¿Qué demuestra esto? «Que el poblamiento de las islas es mucho más antiguo de lo que se cree –responde Farrujia–. Que las poblaciones no llegan en una sola oleada ni desde un único origen, sino en distintos momentos y desde diferentes lugares de los actuales Sahara, Marruecos, Argelia y Túnez. Que evolucionaron de manera diferente, porque venían de entornos diferentes y tuvieron mucho tiempo para hacerlo. Y sobre todo, que no dependieron de otros. Pudieron llegar voluntariamente, de manera autónoma en embarcaciones como las que se utilizaban en la costa africana».

Farrujia alude a las representaciones rupestres de barcos a semejanza de los hippoi fenicios halladas en diferentes islas del archipiélago, así como a las fuentes etnográficas. Leonardo Torriani, ingeniero italiano contratado por Felipe II en 1584 para construir el muelle de la isla de La Palma, llegó a describir un barco hecho de madera de drago. «Nada nos dice que no supieran navegar. Probablemente hubo embarcaciones, pero los materiales perecederos no dejan rastros arqueológicos», se lamenta Farrujia. También se refiere a los distintos tipos de grafía para apoyar su hipótesis de poblamientos en diferentes épocas: «En Lanzarote y Fuerteventura hemos hallado escritos rupestres de lo que llamamos escritura líbica canaria. Es un líbico bereber con su traducción en latín. Nos remiten a una población amazigh ya romanizada, que manejaba los dos alfabetos». Muy lejos aún de la Piedra Rosetta, desafortunadamente.

El problema que para algunos investigadores plantea la teoría de Farrujia es que la datación con radiocarbono en organismos de vida larga es inconcreta. Una datación sobre restos de carbón no nos habla de la persona que encendió ese fuego, sino del árbol del que se extrajo la leña, alegan. Y los restos humanos hallados en Canarias no se remontan más allá del siglo IV d.C., como asegura Conrado Rodríguez. De momento, claro, porque a diferencia de otros escenarios donde la arqueología es una ciencia exacta, en los que conocemos dinastías que han pervivido 4.000 años o desciframos jeroglíficos, en el archipiélago canario todo es nuevo y cambiante. Hallazgos sepulcrales, restos mortuorios, ídolos enterrados, paneles con un probable significado astronómico… La Palma, Tenerife, Gran Canaria, La Gomera… Lo más excitante es que los descubrimientos acaban de empezar.

Portada polícroma del códice Egerton 2709 o texto G de Le Canarien. Compuesta por las crónicas de Jean Le Verrier y Pierre Boutier, capellanes de los normandos Jean IV de Bethencourt y Gadifer de Lasalle, esta obra constituye la primera documentación escrita sobre la campaña de expedición y conquista de las islas Canarias organizada por los normandos y abarca un período de 87 años, desde 1404 hast
Foto: British Library / Album

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Al final, todo responde a la búsqueda del origen. Una respuesta que todavía puede permanecer oculta en una cueva inexplorada, en una necrópolis aún más antigua, en un nuevo grabado aún por descubrir. La topografía canaria de barrancos, coladas de lava, tubos volcánicos y arenas desplazadas por el viento ayuda a la invisibilidad y al secreto.

Apago mi frontal y me refugio en el silencio absoluto de esta cavidad que me acoge, como un útero, sin frío, sin calor, sin miedo. He venido en busca de respuestas y me llevo el regalo de que aún quedan preguntas. Mis compañeros, canarios todos ellos, extraen un viejo gánigo, un cuenco de cerámica como el que los antiguos guanches utilizaban para las promesas grupales, los pactos de colactación. Si bebes leche junto a otro, lo conviertes en tu hermano, y el compromiso adquirido es sagrado. En este caso solo hay una pregunta, y es muy sencilla: ¿Juras no revelar a nadie el emplazamiento de esta cueva? En la oscuridad no puedo ver los ojos de los demás, que seguramente brillen con la misma excitación que los míos. Solo mi voz se queda para siempre junto a las otras voces que hayan poblado durante siglos la cueva: Sí, juro.

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Cuerpos sin eviscerar

Cuerpos sin eviscerar
Foto: Por cortesía del Hospital universitario Quirónsalud de Madrid (todas las imágenes de tac y el cráneo); por cortesía del Museo Arqueológico Nacional (MAN)/Fernando Velasco Mora (foto de la momia

Hasta ahora, la visión más completa de la momia guanche del MAN era la fotografía que se le hizo para la Exposición Universal de París de 1878 (centro). La mata de pelo que todavía hoy cubre su cabeza está sujeta artificialmente al cráneo. Los análisis demuestran que la antigüedad del cabello coincide con la del cuerpo, del siglo XII o XIII, pero se desconoce si era suyo, en qué momento se decidió fijarlo y el motivo por el que se hizo así.

A diferencia de los procesos de momificación egipcios, los xaxos canarios no están eviscerados. El TAC realizado a la momia ofrece importante información al respecto. En él se aprecian los órganos internos: hígado, riñones, pulmones y corazón (izquierda). El cerebro también permanece en la cavidad craneal (arriba). No solo las vísceras, sino también la piel, la musculatura y los huesos están perfectamente desecados gracias a una mezcla de hierbas y piedras drenantes con la que se trataba el cuerpo y frenaba su putrefacción, preservándolo en el tiempo.

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Emma Lira, colaboradora habitual de National Geographic, es autora de la novela Búscame donde nacen los dragos. En ella, un sorprendente hallazgo arqueológico permite a los protagonistas adentrarse en el pasado de Tenerife, y en los secretos de la isla.

Este artículo pertenece al número de Junio de 2021 de la revista National Geographic.

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