Hasta hace un segundo, reposaba tranquilamente sobre un témpano de hielo en un canal antártico. De pronto se asoman a la superficie del mar tres orcas. Cabecean. Van de caza.
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Sobre este fragmento de banquisa, esta foca de casi 500 kilos de peso está a salvo de la mayoría de los depredadores marinos. Pero estas orcas –una matriarca con su hija y su nieta– pertenecen a un grupo de unos 100 ejemplares que han demostrado dominar una técnica de caza llamada oleaje de colisión. El secreto: cooperar para hacer del mar un arma. Una vez identificado el objetivo, las orcas forman una línea de batalla y se lanzan a nadar hacia el hielo. Justo antes de alcanzarlo, rotan lateralmente el cuerpo en una maniobra sincronizada y se sumergen. El impulso genera una ola tan potente que inunda la lámina de hielo, resquebraja su superficie y zarandea a la foca. Con metódica perseverancia, repiten la embestida. El hielo se fractura todavía más. A la tercera, la ola barre la foca al mar. El animal se debate por encaramarse a un trozo de hielo, hasta que desaparece de la vista, arrastrado hacia las profundidades por una orca.
Cuando la foca de Weddell se percata de la presencia de las orcas, ya está rodeada.
«Es un espectáculo siniestro», afirma Bertie Gregory, director de documentales sobre naturaleza que dedicó diez años a seguir a las B1, una población de orcas que viven en zonas de hielo a la deriva. El grado de inteligencia que requiere generar cada ola «es asombroso –resalta–. No hablamos de sutilezas. Resuelven problemas haciendo un trabajo en equipo muy complejo. Usan el agua como herramienta». A veces basta una sola ola, apenas cinco minutos, para que la foca caiga al mar. En otras ocasiones una manada puede invertir dos o tres horas en generar hasta 30 olas para obtener una presa. Los científicos rara vez detectan cacerías fallidas. «Esta conducta no es innata; se aprende y se va dominando a lo largo de décadas», dice Gregory.
Pero conforme la Antártida se calienta y la banquisa desaparece, las focas de Weddell pasan cada vez más tiempo en tierra, fuera del alcance de las orcas. Para saber cómo se las arreglan las B1 en un hábitat cada vez más cálido, los científicos han identificado, uno por uno, al centenar de individuos, y han descubierto que esta población pierde cada año alrededor del 5 % de los ejemplares. «Si este subgrupo se extinguirá o simplemente adaptará su conducta es una incógnita», admite Gregory. Pero con cada vez menos oportunidades de cazar con la técnica del oleaje de colisión, «asistimos a la extinción de una cultura».
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Este artículo pertenece al número de Noviembre de 2023 de la revista National Geographic.