Amanece en el valle del Matachel. La mañana es fresca y luminosa y la primavera ya apunta maneras en estas tierras extremeñas del sur de la provincia de Badajoz donde este río, uno de los afluentes principales del Guadiana, parte en dos la comarca de Tierra de Barros, entre las Vegas del Guadiana y las estribaciones montañosas de Sierra Morena. Al abrigo de un roquedo, el fotógrafo de naturaleza Andoni Canela permanece inmóvil tras la tela de camuflaje desde donde vigila y capta con su cámara los movimientos de la fauna de este biodiverso y fértil territorio. Una inspiración que engendraría el proyecto multimedia en el que ahora está inmerso, Grandes Felinos, con el que quiere dar a conocer a los ocho grandes gatos del planeta.

En esta ocasión su objetivo es el lince ibérico, al que lleva siguiendo desde 1992, cuando fue a Doñana por primera vez. Aunque no consiguió verlo, sí atisbó sus huellas en la arena blanca de las dunas aledañas al parque nacional. No sería hasta tres años después cuando lograría avistar su primer ejemplar. «Fue a primera hora de una mañana de invierno, fría y nublada. Yo estaba escondido entre las matas de lentisco y, de manera imprevista, un macho apareció de la nada, caminando sigiloso junto a unos bloques de granito cubiertos de musgo», recuerda. Tras aquel lince vinieron muchos otros, y hoy ha podido observar ya a medio centenar.

Obviamente nuestro lince, el más grande de la península Ibérica, no podía faltar.

En aquellos años de la década de 1990 no se sabía exactamente cuántos linces había. Se manejaban estimaciones, pero no fue hasta la llegada de los primeros fondos europeos del Programa LIFE para salvaguardar a la especie cuando se pudieron iniciar, en 1999, los censos más meticulosos, que arrojaron en 2002 un resultado alarmantemente bajo: 94 ejemplares, todos ellos restringidos a Doñana y la Sierra de Andújar, en Andalucía, muchísimos menos de los que se pensaba. Y eso que en el siglo XIX la especie ocupaba territorios en toda la península Ibérica e incluso en el sur de Francia. Según datos de Iberlince, el tercer programa LIFE dedicado a la conservación del felino, en la década de 1910 aún abundaba en el centro y el sudoeste y estaba ya prácticamente extinto en el norte y el este de la península. Pese a ello, hasta 1937 se siguieron comercializando alrededor de 500 pieles de lince ibérico por año en el mercado peletero español. Una larga persecución con todas las de la ley, la que sufrieron el lince y otros muchos depredadores, que, cabe recordar, fue incentivada y recompensada por las Juntas Provinciales de Alimañas, siniestras instituciones gubernamentales vigentes entre 1953 y 1968 (y con anterioridad bajo otras denominaciones, como se relata en un informe de 1861 titulado Apuntes relativos a la aparición y extinción de animales dañinos del Reino y publicado por el Ministerio de Fomento), que acabaron con la vida de miles y miles de animales salvajes considerados nocivos para la caza y la ganadería.

En Castilla-La Mancha se ha reintroducido una setentena de linces ibéricos y otros tantos han nacido en libertad desde 2016. Una de las zonas linceras de esta comunidad son los Montes de Toledo, donde el felino comparte hábitat  con otra especie emblemática, el águila imperial, que aquí aparece sobrevolando  una antigua casa de labor.
Foto: Andoni Canela

Luego, allá por los años setenta, cuando las leyes de conservación se fueron implementando en nuestro país, fruto de un progreso científico que nos permitió comprender mucho mejor la importancia de mantener una biodiversidad rica y saludable, la caza del lince persistió de forma furtiva. Una actividad delictiva que continúa segando demasiadas vidas –es la segunda causa de muerte de linces, tras los atropellos– y que la Administración penaliza con multas de hasta 120.000 euros.

Pero al precioso felino se le complicó realmente su modus vivendi cuando a su presa principal, el conejo, le sobrevino una enfermedad de la que aún no se ha recuperado, la mixomatosis vírica, detectada por primera vez en España en 1953. Un virus que, ojo al dato, fue introducido adrede en diversos países para reducir la población de conejos. Un bacteriólogo llamado Paul-Félix Armand-Delille tuvo la genial idea de liberarlo en Francia en 1952 para reducir el número de conejos de su finca. Desde luego tuvo éxito, pues en seis semanas habían muerto el 98%. Sin embargo, al poco constató que el virus se había expandido: mató al 45% de los conejos salvajes de Francia y al 35% de los domésticos. De forma desenfrenada, se difundió rápidamente por Europa occidental y el Reino Unido, reduciendo el número de conejos silvestres en más de un 90 %. Toda una catástrofe para muchos animales que dependen de este lagomorfo para sobrevivir, el cual es objeto de continuas medidas de refuerzo poblacional. Para más inri, en 1988 se detectó otro agente patógeno, la neumonía hemorrágica vírica, al parecer una mutación de otro virus no patógeno ya existente en conejos que sigue pegando fuerte en la actualidad.

 

Un águila imperial ibérica acarrea comida para sus polluelos hasta un nido en Sierra Morena. La rapaz y el protagonista de esta historia, el lince ibérico, son dos de los más majestuosos depredadores de nuestro territorio peninsular, y ambos dependen del conejo para su supervivencia.
Foto: Andoni Canela
Un ejemplar permanece atento a los múltiples peligros que lo acechan cotidianamente.
Foto: Andoni Canela

Los atropellos, el furtivismo, la pérdida de hábitat y la merma de conejos empujaron al lince al borde de la extinción.

El cuadro se agravó con la continua pérdida y fragmentación del hábitat natural del lince ibérico, el monte mediterráneo, consecuencia de la creciente explotación y ocupación humana del territorio. ¿El resultado? Al despuntar el siglo XXI quedaban menos de un centenar de individuos… en toda la superficie de la Tierra. La situación que se encontraron los expertos que se pusieron al frente del programa de conservación era de todo menos halagüeña. ¿Cómo remontarla? Muchos pensaron entonces que ese iba a ser un caso perdido. Afortunadamente, se equivocaron.

La historia de la recuperación de esta especie única es un relato de éxito, y ahora ha sido reclasificada por la UICN, pasando de estar «en peligro crítico de extinción» a «en peligro de extinción», lo que señala que, aunque queda mucho por hacer –continúa siendo el felino más amenazado del planeta–, es todo un paso en la lucha contra su desaparición. «Hoy se estima que hay entre 820 y 830 ejemplares –dice Ramón Pérez de Ayala, técnico del programa de especies amenazadas de WWF, una de las organizaciones más activas en la salvaguarda del lince ibérico desde el principio–. La mitad campea por tierras andaluzas y el resto, ejemplares fruto del programa de reintroducción que empezó en 2011, se hallan repartidos entre Extremadura, Castilla-La Mancha y Portugal».

 

El Parque Nacional de Doñana, núcleo histórico del lince ibérico, que en este espacio natural caza  de forma ocasional gamos y aves, entre ellas flamencos
Foto: Andoni Canela
Un ejemplar retratado en Sierra Morena a finales de verano, una época muy dura por las elevadas temperaturas. Con sus orejas orientadas hacia  la izquierda, capta los ruidos que emiten los conejos en las cercanías.
Foto: Andoni Canela

La remontada tuvo su primer buen indicio en 2005, año en que, dentro del marco del programa ex situ del lince ibérico, nació la primera camada fruto de la cría en cautividad en el centro de El Acebuche, en Doñana. Este y otros cuatro centros (La Olivilla en Jaén, La Granadilla en Cáceres, Silves en Portugal y, como centro colaborador, el Zoobotánico de Jerez de la Frontera) acometieron la labor de proporcionar un número suficiente de animales sanos para ayudar a restaurar la especie en la naturaleza y, al mismo tiempo, mantener una reserva de individuos como salvaguarda… por si acaso. Hoy por hoy, han obtenido ya más de 530 linces y, en general, todas las reintroducciones han resultado exitosas. «En 2015 nacieron las primeras camadas de lince fuera de Andalucía, concretamente en Matachel—añade Pérez de Ayala—. En 2016 todas las nuevas poblaciones se reprodujeron, con 34 cachorros en total, y en 2017 se alcanzaron los objetivos finales del proyecto: hubo más de cinco hembras criando en cada una de las poblaciones y hasta 24 hembras reproduciéndose, que parieron 47 cachorros».

¿Y ahora qué? Consolidar para 2040 una población viable: 750 hembras reproductoras repartidas en los actuales núcleos y, al menos, en ocho más.

Desde la Junta de Extremadura afirman que solo en esta comunidad autónoma, territorio esencial para la conectividad de los diferentes núcleos con presen-cia de lince, hay casi un centenar de ellos. Un éxito reproductor que, añaden, llega de la mano de la buena acogida que ha tenido la especie entre los habitantes de las distintas áreas de reintroducción y el apoyo de ayuntamientos y otras entidades. Algo que suscriben desde la Junta de Andalucía, desde donde también se han acometido numerosas acciones para alejar al felino del abismo: «En estos años la superficie con presencia de lince ibérico ha pasado de 125 a casi 3.000 kilómetros cuadrados».

 

En los parajes salpicados de encinas del Parque Natural del Valle del Guadiana, en el Baixo Alentejo portugués, el lince ibérico encuentra un hábitat ideal. Es  la principal zona de reintroducción de la especie en Portugal  y se espera que acabe interconectada con otros núcleos linceros de Extremadura y Andalucía a través de corredores biológicos.
Foto: Andoni Canela

Desde Portugal, Eduardo Santos, de la Liga para la Protección de la Naturaleza (LPN), pionera en la conservación del lince, opina que «su recuperación es fruto de una asociación entre países que trabajan en la misma dirección, lo que nos permite seguir creyendo en un paisaje mediterráneo biodiverso, donde la conservación de la naturaleza y el mundo rural coexisten en armonía».

Samuel Plá, de la Fundación CBD-Hábitat, otra organización dedicada a la conservación de especies amenazadas que, como WWF, lleva coordinando acciones en pro del lince ibérico desde el principio, realiza el seguimiento sobre el terreno de los linces reintroducidos en Extremadura. En total, 356 ejemplares han sido equipados con un radiocollar, lo que permite a los científicos rastrear sus pasos con precisión, a lo que se suman las imágenes obtenidas por fototrampeo en todos los territorios linceros. «Gracias a todo ello sabemos cómo se mueven por el territorio, lo que nos permite saber cuáles son los lugares idóneos para establecer corredores biológicos, un tema clave para que las poblaciones puedan interconectarse entre sí y mantengan la viabilidad genética necesaria –explica Plá–. Controlar a los ejemplares también nos sirve para detectar casos de furtivismo y los puntos negros de atropellos».

 

Área de distribución
Mapa: NGM-E

En lo concerniente a los atropellos, CBD-Hábitat y WWF colaboran con las Administraciones en la señalización de pasos linceros, la colocación de resaltes y bandas sonoras para que los coches disminuyan la velocidad en esos puntos, el desbroce en los laterales de las carreteras para aumentar la visibilidad tanto de los linces como de los conductores y la construcción de pasos de fauna.

Es primavera en Sierra Morena y este lince hembra pasea con  su cachorro, atenta a todos sus movimientos, pues sabe que alejarse del cubil siempre  entraña riesgos. En esta época del año la vegetación luce en todo su esplendor, y el monte aparece aquí alfombrado de jaras, lentiscos, acebuches y jaguarzos.
Foto: Andoni Canela
En el valle del Matachel, una técnica eleva la antena para localizar por radioseguimiento a los linces equipados con radiocollares. Aquí, la Fundación CBD-Hábitat y la Junta de Extremadura aúnan esfuerzos para asegurar la supervivencia de los individuos.
Foto: Andoni Canela
Una de las señales que se han dispuesto en la zona para alertar de la presencia del lince cerca de la carretera. Minimizar la tasa de atropellos es uno de los objetivos pendientes.
Foto: Andoni Canela

 

Todas las experiencias acumuladas a lo largo de estos veinte años fueron debatidas en unas jornadas técnicas que tuvieron lugar en Madrid el pasado mes de septiembre, en las que se hizo un repaso del trabajo realizado y se establecieron las premisas de futuro, que hay que alcanzar de forma escalonada para el año 2040. Entre ellas, conseguir un tamaño mínimo viable de la población, lo que requeriría que hubiese unas 750 hembras reproductoras distribuidas no solo en los actuales núcleos de linces, sino también en ocho poblaciones más en nuevas regiones que se incorporarían en los nuevos programas de reintroducción. Con un número así, la UICN rebajaría la categoría de amenaza a especie «de preocupación menor», lo que significaría una constatación de la victoria del programa de conservación de nuestro lince. Una tarea titánica que requiere el aporte económico de Administraciones, organizaciones conservacionistas, fondos europeos y la continua sinergia de los agentes sociales que han hecho posible todo lo que se ha logrado hasta el momento.

Muchos propietarios de fincas privadas y sociedades de cazadores han comprobado de primera mano que la presencia del lince les revierte positivamente: por las mejoras que se les ofrece en sus terrenos, porque el lince ahuyenta a otros muchos depredadores y porque puede generar ingresos extras a través del turismo, cuya temporada es mucho más larga que la de la caza.

«La biodiversidad es nuestro recurso mas valioso, y el menos apreciado», dijo en su día el ecólogo Edward O. Wilson. Casos como el del lince ibérico nos demuestran que quizás estemos dispuestos a cambiar el chip. 

El fotógrafo de naturaleza Andoni Canela está ahora inmerso en el proyecto Grandes Felinos.
Eva van den Berg, divulgadora de temas de ciencia, es colaboradora habitual de National Geographic.

Este artículo pertenece al número de Marzo de 2020 de la revista National Geographic.