En 1958 Disney produjo un documental titulado White Wilderness (conocido en español como Infierno blanco) en el que aparecían decenas de lemmings arrojándose de un acantilado a las aguas del océano Ártico en un aparente sui­­cidio colectivo. Años más tarde se constató que esta escena había sido amañada. Pero el mito de que los lemmings se suicidan en masa ya se había extendido en la cultura popular a través de canciones, películas y videojuegos por todo el mundo.

El origen de este mito proviene de una mezcla de creencias y malentendidos previos. Según algunas fuentes, los inuit de Norton Sound, en la costa occidental de Alaska, tenían la creencia de que los lemmings bajaban de las estrellas a la Tierra descendiendo en espiral durante las tormentas de nieve. Otros autores añadieron que después morían repentinamente al crecer la hierba en primavera. En 1908, el periodista y educador inglés Arthur Mee publicaba en su famosa Enciclopedia Infantil que estos roedores realizan una migración colectiva hasta llegar al mar, donde finalmente mueren ahogados. Actualmente, gracias a estudios más escrupulosos, sabemos qué hay de verdad tras estas historias.

Cuando los recursos son suficientes, las poblaciones de lemmings pueden sufrir una explosión demográfica. Su estrategia reproductiva consiste en tener muchas crías, pero a medida que aumentan en número, la disponibilidad de alimentos disminuye, lo que los obliga a desplazarse en busca de nuevos pastos. Es entonces cuando se forman hordas de estos roedores que migran en éxodo cruzando ríos, pendientes o lo que encuentren a su paso. Muchos ejemplares mueren ahogados, magullados o atrapados en las fauces de sus de­­predadores. En poco tiempo, la población vuelve a nivelarse. Pese a que muchos fallecen, no hay ninguna voluntad de suicidio colectivo, simplemente actúan de acuerdo con su instinto de supervivencia.

En 1983, Brian Vallee, productor de la Canadian Broadcasting Corporation, destapó las trampas realizadas en la escena del documental White Wilderness: para empezar, no fue filmada en la costa, sino en el río Bow, cerca de Calgary, en el interior de Canadá, una zona que además no es su hábitat natural; luego, con una plataforma giratoria, los cámaras los impulsaron hasta el borde del despeñadero; finalmente simularon un suicidio masivo editando las tomas con planos cerrados. En resumen, los animales fueron lanzados al agua deliberadamente.

A raíz de esta fábula, el comportamiento de los lemmings ha cobrado un nuevo significado metafórico: seguir a las masas sin cuestionarlas tiene sus consecuencias. Sin embargo, hay que desmontar el mito: estos animales no se suicidan, simplemente peregrinan en busca de alimento y muchos de ellos mueren en el camino.

Este artículo pertenece al número 472 de la revista National Geographic.