«Las tortugas son el centro de mi vida», confiesa Tomas Diagne con una gran sonrisa. Para este naturalista nacido en Dakar en 1970, conservar los quelonios africanos es un compromiso existencial que adquirió cuando apenas era un adolescente. «Empecé recolectando tortugas en la naturaleza para llevármelas a casa. Pero un día comencé a observarlas, a aprender de ellas y a leer artículos de expertos que, en otros lugares del mundo, luchaban por preservarlas. Ellos fueron para mí una fuente de inspiración, la razón de que me convirtiera en conservacionista». Diagne recuerda en especial un artículo que su madre le pasó en 1993, cuando tenía 23 años. Relataba el trabajo de un biólogo francés llamado Bernard Devaux que luchaba por proteger en Francia a la tortuga mediterránea. «Me emocioné tanto al leerlo que decidí escribirle para ver si podía adquirir uno o dos especímenes de tortuga mediterránea. En aquellos momentos, la verdad, no estaba pensando en la conservación», dice. Y Devaux le respondió, explicándole que las tortugas se hallaban amenazadas en todo el mundo: los quelonios figuran entre los grupos de vertebrados con mayor riesgo de extinción debido a la pérdida del hábitat, al consumo humano y al comercio internacional de mascotas. Aquella carta caló hondo en el joven senegalés; de hecho, fue el primer paso de un camino profesional que lo convertiría en un tenaz conservacionista y gran experto mundial en tortugas.

Tomas Diagne mide el caparazón de una tortuga de espolones africana adulta, o tortuga sulcata, en la reserva natural de Koyli Alpha, en el oeste de Senegal
Foto: ©Rolex / Eva Diallo

Este es uno de los numerosos proyectos de conservación que el biólogo senegalés ha ayudado a establecer en los últimos años, tras el éxito de su Village des Tortues.

La primera especie que cautivó su corazón fue la enorme tortuga de espolones africana (Centrochelys sulcata), la mayor tortuga nativa del continente y la tercera más grande del mundo, después de las tortugas gigantes de las Galápagos, en Ecuador, y las de Aldabra, en las Seychelles. Los machos, muy territoriales, son más grandes que las hembras y pueden superar los 100 kilos de peso. La longitud de su caparazón puede alcanzar 86 centímetros y el de las hembras, 57,8. Aunque es básicamente herbívora, en ocasiones se alimenta de carroña e incluso de la basura que encuentra en los alrededores de los asentamientos humanos. Catalogada por la UICN como especie en peligro de extinción, este majestuoso reptil está en continuo declive desde hace años, como tantas otras especies silvestres, y su densidad de población es una de las más bajas observadas en los quelonios terrestres. «Todas las tortugas proceden de un ancestro común que surgió hace 260 millones de años. Han visto a los dinosaurios dominar la Tierra y también fueron testigos de su extinción. Sin embargo, hoy corren el riesgo de desaparecer debido a los grandes problemas que afrontan por causas humanas», advierte Diagne. Esta especie en concreto, llamada popularmente sulcata –voz derivada de la palabra latina sulcus, que significa surco– por las estrías que presentan las escamas de su caparazón, es nativa de varios países de las zonas áridas del Sahel, entre ellos Senegal.

La tortuga sulcata es la mayor de África y la tercera más grande del mundo
Foto: ©Rolex / Eva Diallo

El contacto con Devaux avivó en Diagne su sueño de crear un «village des tortues» (aldea de las tortugas) en Senegal, un refugio donde los reptiles puedan reproducirse para su posterior puesta en libertad, algo que había empezado a hacer en la parte trasera de la granja familiar. Era la semilla de un proyecto que despegaría a lo grande cuando en 1998 obtuvo el Premio Rolex a la Iniciativa, unos galardones que llevan más de cuatro décadas apoyando la labor de personas excepcionales que, como Tomas Diagne, han demostrado tener el coraje y la convicción necesarios para asumir grandes desafíos que benefician a toda la humanidad. «Rolex fue la primera organización que me dijo que iba por el buen camino y que debía perseverar en mi labor –recuerda Diagne–. Gracias a este premio pude construir el centro de Noflaye, cerca de Dakar, donde se llevan a cabo programas de cría para todas las tortugas de Senegal, en especial de la amenazada sulcata, y reintroducciones de ejemplares en el medio natural». Con el tiempo, gracias a la donación de animales y al éxito de la cría en cautividad, se vio con más tortugas de las que la Village des Tortues podía acoger para su cuidado, ejemplares que sirvieron para un programa de la FAO destinado a la restauración de hábitats en la reserva natural de Koyli Alpha, situada en el oeste de Senegal, y en otros lugares de la región del Sahel.

Tomas Diagne también se dedica a salvaguardar a las amenazadas tortugas acuáticas, como este ejemplar que libera al océano con su ayudante Awa Wade en Joal Fadiouth
Foto: ©Rolex / Eva Diallo

Aquel fue un momento decisivo en su vida porque decidió trasladarse a Estados Unidos para profesionalizarse. Trabajó en el Zoo de Atlanta junto al reconocido herpetólogo Brad Locke, quien le abrió los ojos: «África posee 56 especies conocidas de tortugas, pero apenas cuenta con programas de conservación». Diagne se propuso poner remedio a aquella situación y, tras formarse en Atlanta, regresó a Senegal. En 2009 fundó el African Chelonian Institute, el primer centro del continente dedicado a la cría y reintroducción de tortugas terrestres y acuáticas focalizado en la investigación, la educación –sobre todo de jóvenes profesionales de la conservación– y la colaboración ciudadana.

Diagne, actual presidente del grupo africano de la alianza mundial TSA (Turtle Survival Alliance) y casado con otra conservacionista experta en manatíes, la estadounidense Lucy Keith-Diagne, comprendió hace años que aunque las tareas de conservación son esenciales para detener la descomunal pérdida de biodiversidad desatada por el modelo socioeconómico que impera en el mundo actual, inspirar a otras personas a involucrarse en esta titánica labor es indispensable. Al igual que Devaux y otros expertos despertaron en él la pasión por la naturaleza y la conservación, ahora él quiere ejercer ese efecto en los jóvenes africanos. «Yo lucharé en pro de las tortugas toda mi vida, pero eso no es suficiente. Quiero que las tareas de conservación continúen cuando yo ya no esté», dice. Desde 2009, cuando se puso en marcha el African Chelonian Institute, han rescatado o reintroducido en la naturaleza al menos 300 tortugas al año y han participado en la salvaguarda de 10 especies por todo el continente: las tortugas marinas Chelonia mydas (tortuga verde), Caretta caretta (boba), Lepidochelys kempii (golfina) y Dermochelys coriacea (laúd) en Senegal, Benín, Guinea Bissau y Togo; las de agua dulce Pelomedusa subrufa, Pelusios adansonii, Trionyx triunguis y Pelusios cupulatta en Costa de Marfil, Benín, Ghana, Gambia, Guinea y Senegal; y las terrestres Centrochelys sulcata (tortuga sulcata), Kinixys homeana y K. nogueyi en Senegal, Mali, Benín y Costa de Marfil.

Tomas Diagne realiza acciones de educación ambiental entre los más jóvenes en Senegal
Foto: ©Rolex / Eva Diallo

En África, explica el conservacionista senegalés, las poblaciones silvestres de quelonios se hallan muy diezmadas y dispersas por hábitats fragmentados, aparte de estar muy poco estudiadas. Por eso se ha lanzado a sacar la primera enciclopedia de tortugas africanas. «Los grandes esfuerzos de conservación se han centrado siempre en la megafauna del sur y el centro del continente; África occidental era tierra de nadie», apunta.

Uno de los principales problemas medioambientales del continente es el fuerte crecimiento demográfico, que provoca una intensificación de la caza furtiva –la carne de tortuga es muy apreciada por la población– y la destrucción de los hábitats naturales. Aplicar la ley es difícil. «Hacemos lo que podemos para ayudar a las agencias estatales en esta labor, pero lo que resulta clave es la colaboración de la población local. Si la comunidad no se involucra, es imposible. La gente cree que solo me interesan las tortugas, pero ninguna especie es más importante que otra: lo que importa es el ecosistema en su conjunto. No se trata de un problema puntual de esta o aquella especie o ecosistema. El problema es la relación que el ser humano entabla con la naturaleza. Eso es lo que tiene que cambiar. Y eso solo sucederá si somos capaces de crear conciencia», afirma Diagne.

Por eso este activista senegalés no deja de inspirar a la gente, para que, como le sucedió a él hace ya más de un cuarto de siglo, un día sientan esa chispa que los lleve a dedicarse a la preservación de la naturaleza, sin duda la misión más ineludible de la humanidad.

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El biólogo y conservacionista senegalés Tomas Diagne fue Laureado con los Premios Rolex a la Iniciativa en 1998. Este artículo ha contado con el apoyo de Rolex, que colabora con National Geographic para arrojar luz, mediante la ciencia, la exploración y la divulgación, sobre los retos que afrontan los sistemas más cruciales que sustentan la vida en la Tierra. Más información en www.rolex.org/es/rolex-awards.

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Este artículo pertenece al número de Agosto de 2022 de la revista National Geographic.