El color, decía el pintor Paul Klee, es el lugar donde nuestro cerebro se encuentra con el universo. También es la propiedad que tiene un objeto de producir diferentes sensaciones en los órganos visuales de quien lo observa, dependiendo de cómo la superficie de ese objeto refleje, transmita o emita la luz. En este sentido, tenía toda la razón el artista alemán Josef Albers al decir que cualquier percepción del color es, en realidad, una ilusión: no vemos los colores como son físicamente, pues nuestra propia percepción altera su condición. Los órganos visuales de los distintos seres vivos interpretan la luz de formas totalmente diferentes. ¡Los colores nos engañan continuamente!, afirmaba este artista y profesor formado en la Bauhaus. No es de extrañar que a lo largo de la historia tan fascinante concepto haya inspirado a tantísimas personas que, desde numerosas disciplinas, tanto artísticas como científicas, estudian sus propiedades para comprender todo lo que el color da de sí.
Roberto García-Roa
La reserva natural de los islotes de Vedrà y Vedranell alberga una población de lagartijas de las Pitiusas cuya coloración es única de este lugar. Más de 40 islotes rodean las islas de Ibiza y Formentera, donde las diferentes poblaciones de este reptil han evolucionado en aislamiento.
«Entender qué es el color y cuál es su naturaleza, es decir, cómo y por qué se produce y expresa, es entender gran parte de nuestra propia historia y existencia», afirma Roberto García-Roa, doctor en biología y fotógrafo, autor de las imágenes que ilustran este reportaje. Nuestra protagonista es la lagartija de las Pitiusas (Podarcis pityusensis), el único vertebrado endémico de Ibiza y Formentera, a la que García-Roa llama «la especie arcoíris». Desde hace dos años, estudiarla y fotografiarla es parte de su trabajo como investigador principal en el marco de un proyecto europeo del programa Marie Sklodowska-Curie llevado a cabo a través de la Universidad de Lund, en Suecia, junto con los investigadores Tobias Uller y Nathalie Feiner. En esa misma universidad trabaja también Javier Ábalos, experto en la evolución del color, quien colabora en el proyecto para desentrañar los misterios cromáticos de una especie que, sobre todo en Ibiza, está amenazada.
¿Sabían que este reptil es uno de los animales vertebrados con mayor diversidad de colores de la Tierra? «Su paleta cromática es única. En casi cada una de las decenas de islas donde se distribuye, su color varía. En unos islotes las lagartijas son casi negras; en otros, marrones; en otros, azuladas… y las hay con diversas combinaciones de colores –apunta García-Roa–. Esta singular variación cromática no solo se da en función de la localización geográfica, sino también entre machos y hembras. En algunos islotes ambos sexos son muy coloridos, mientras que en otros los machos son particularmente extravagantes y las hembras son parduscas, de tal modo que pasan desapercibidas en el entorno». ¿Son las condiciones ambientales la causa de tamaña diversidad? ¿Es un efecto de la insularidad? ¿Del ambiente social de las lagartijas, determinado por su competencia por la reproducción y por la supervivencia con otros machos y hembras? ¿De su historia evolutiva?
Roberto García-Roa
Con una cámara diseñada para la toma de imágenes con luz ultravioleta, el biólogo Javier Ábalos enfoca a un ejemplar de lagartija de las Pitiusas en Formentera. Los científicos pretenden obtener la información más completa posible para desentrañar la compleja evolución de los colores de este reptil.
Roberto García-Roa
Las dos fotografías de la izquierda, tomadas en el espectro visible, muestran los colores que percibe un ojo humano de un par de ejemplares macho (arriba, captado en la isla Tagomago; abajo, en Illa Murada). A la derecha, los ejemplares fotografiados con una cámara ultravioleta, que desvela patrones de color que las lagartijas pueden ver y que podrían tener un importante papel en la comunicación de esta especie.
Averiguar si esa prodigalidad de colores ha sido fruto de un proceso evolutivo gradual o más bien discontinuo es una cuestión que puede arrojar luz sobre este asunto, señala Tobias Uller.
Es un tema sobre el que ya en su día reflexionaron Charles Darwin y su coetáneo Alfred Wallace mientras estudiaban la evolución por selección natural, explica este biólogo evolutivo de la universidad sueca. «Cada uno por su lado se había apercibido de que por norma general en el mundo animal los machos suelen ser el sexo más colorido, ya que esta es una de las herramientas que despliegan durante la competencia sexual. Mientras que Darwin creía que ese dicromatismo sexual es un proceso gradual en el que los machos fueron evolucionando hacia colores más brillantes para destacar entre ellos y ser los elegidos por las hembras, de tonos más apagados, Wallace argumentaba que ambos sexos podían tornarse coloridos por igual, pero que en un momento dado la selección natural favoreció los colores más crípticos para las hembras, gracias a lo cual podrían pasar más desapercibidas».
Pero lo más seguro, recalcan los investigadores, es que las presiones selectivas pasadas y presentes que han detonado esta increíble explosión de colores en la lagartija de las Pitiusas sean mucho más numerosas y vayan más allá de la mera reproducción y la competencia sexual. Una circunstancia que debió de incidir es su pasado evolutivo. En algún momento del Pleistoceno hubo un evento catastrófico, seguramente de origen volcánico, que acabó con todos los vertebrados no voladores de las Pitiusas. Con una excepción: nuestras lagartijas, que sobrevivieron refugiadas en las grietas de las rocas. Cuando aquel evento de extinción remitió, se encontraron con un medio natural prácticamente exento de depredadores. Esa tranquilidad ambiental duraría muchos, muchos años –concretamente hasta principios de este siglo, como descubriremos más adelante–, durante los cuales en la ecuación evolutiva la profusión de colores no representó un peligro para su supervivencia.
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La especie arcoíris
«Azules eléctricos recorridos por sinuosas franjas amarillentas, grises pálidos como arena de playa, marrones y verdes como la vegetación, oscuros acarbonados o llamativos naranjas salpicados de azul esmeralda. El espectro de colores de la lagartija de las Pitiusas es casi infinito, y a menudo estas características son únicas de un solo islote», explica el fotógrafo Roberto García-Roa. Esto las dota de un enorme valor biológico que hay que preservar, porque la alteración de cualquiera de estos islotes, algunos muy pequeños, podría amenazar la supervivencia de sus lagartijas, un grupo único e irrepetible dentro del reino animal.
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Desentrañar el resplandeciente ovillo de esta historia requiere horas de trabajo de campo, una labor que García-Roa lleva a cabo con la ayuda de Ferran de la Cruz, estudiante del Centro de Investigación de Biodiversidad y Recursos Genéticos (CIBIO) de Portugal. «Recabamos diversos tipos de datos: medimos a los ejemplares, los fotografiamos con cámaras especializadas, tomamos muestras genéticas y otros datos relativos a los colores que obtenemos con un espectrofotómetro, un instrumento que, al aplicarlo en distintos puntos del cuerpo del animal, nos indica la longitud de onda que refleja cada una de sus manchas de color», explica García-Roa.
Desvelar las funciones de los distintos colores que presentan en diferentes regiones corporales es una de las claves del proyecto. ¿Quizá las coloraciones oscuras sirvan para termorregularse mejor? Cuanto más oscuras sean, menos tardarán en calentarse cuando se exponen al sol. ¿Y esas tonalidades laterales tan llamativas? Aunque suelen permanecer ocultas a los depredadores, son muy importantes en la comunicación social, especialmente como señales para dirimir conflictos entre machos. ¿Qué pasa con los colores más pardos, les ayudan acaso a pasar desapercibidas en el entorno? Y, uno de los puntos más importantes, ¿estos patrones funcionan igual en machos que en hembras? Esta lagartija, añade García-Roa, «nos permite, por decirlo de manera sencilla, "trackear" qué pasos han ido dando esos cambios de color a medida que la especie evolucionaba en el tiempo». Una vez clasificados los patrones cromáticos por lugares, poblaciones y sexos, los científicos secuenciarán el genoma de la especie para reconstruir, hasta donde sea posible, la historia evolutiva del color de esta lagartija tan extraordinaria.
A nuestros ojos, la exuberancia de colorido y la vistosidad de este lacértido resulta especialmente bella. Pero ¿cómo deben de verse entre sí las propias lagartijas? ¿Acaso captan los colores igual que nosotros? Y ¿qué significado y utilidad tiene para estos reptiles esa riqueza cromática en la piel? «Durante mucho tiempo, y haciendo gala de ese antropocentrismo agudo que nos caracteriza, se dio por sentado que la percepción del color en los animales era similar a la nuestra, pero nada más lejos de la realidad», explica el experto en lagartijas Enrique Font, al frente del Laboratorio de Etología del Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva, adscrito a la Universidad de Valencia. De este centro surgió la iniciativa de estudiar a fondo el cromatismo de esta especie, y tanto Font como el también investigador Guillem Pérez i de Lanuza forman parte activa de esta investigación.
«Gracias a los avances realizados en el estudio de la coloración animal, en gran parte debido al desarrollo de espectrofotómetros pequeños, portátiles y asequibles, se ha descubierto que muchos vertebrados son capaces de percibir la radiación ultravioleta (UV), entre ellos las lagartijas», dice Font. Aunque se pensaba que esa capacidad era casi exclusiva de los invertebrados, hoy sabemos que no es así. «La falta de sensibilidad óptica de los seres humanos a la radiación UV es la excepción y no la regla en lo que a vertebrados se refiere», afirma. Es algo que se ha descubierto estudiando las células fotosensibles que proporcionan la visión en color –los conos, ubicados en la retina– de las distintas especies y averiguando, mediante registros electrofisiológicos, a qué longitud de onda responden y si el ojo del animal es capaz de registrarlo. Porque a veces se da esa paradoja: aun teniendo los conos capaces de percibir la luz UV, el ojo actúa como filtro y anula esa capacidad.
«Las lagartijas poseen, además de los bastones y otras células fotorreceptoras, cuatro tipos de conos –añade Font–. Tres de ellos les permiten ver en el rango de luz visible para el ser humano (que va del rojo, con una longitud de onda de 700 nanómetros, al violeta, de 400) y un cuarto en el espectro UV. No podemos saber cómo ven, solo hacernos una idea muy burda de cómo perciben el mundo». Desde luego, de una forma muy distinta a como lo vemos nosotros. «Como dijo el etólogo alemán Jacob von Uexküll, cuyo trabajo influyó en Konrad Lorenz, uno de los precursores de la etología, cada especie vive en su propio mundo sensorial, distinto al de otras especies», concluye el biólogo.
Mientras este equipo dedica sus esfuerzos a recomponer tan fulgurante puzle evolutivo, otros grupos de expertos luchan desde hace tiempo y contra reloj para salvaguardar a este bellísimo reptil, símbolo icónico de «Ses Illes». Y es que su plácida existencia se torció de forma radical a principios de la década de 2000. ¿El motivo? La introducción accidental de una especie foránea, la culebra de herradura (Hemorrhois hippocrepis), en plena expansión en Ibiza. Un relato que conoce al dedillo la doctora en biodiversidad y biología evolutiva Elba Montes, investigadora en la Asociación Herpetológica Española, del Museo Nacional de Ciencias Naturales, cuya tesis doctoral versó precisamente sobre el impacto que tiene este ofidio en las lagartijas ibicencas. Aunque no es la única serpiente que las atenaza. También está la culebra de escalera (Zamenis scalaris), que cuenta con una pequeña población estable en Ibiza, pero prolifera en Formentera.
¿Pero no hubo otras serpientes en el pasado? «Se han encontrado restos fósiles que apuntan a que, tras aquel evento catastrófico que dejó prácticamente solas a las lagartijas en las islas, hace un millón de años una víbora enana arribó a las costas de Ibiza, seguramente flotando en una balsa de restos vegetales», explica Montes. Sin embargo, debió de ser depredada hasta la extinción por los animales que introdujeron los primeros humanos cuando llegaron a las Pitiusas hace 4.000 años. «Seguramente fue el lirón careto el que acabó con aquellas víboras en poco tiempo». Tras la razia ejecutada por el lirón, a las Pitiusas no llegaron más serpientes foráneas hasta hace unos 20 años. Los primeros avistamientos tuvieron lugar en viveros ibicencos de las zonas de Sant Llorenç y Santa Eulària en 2003, fruto de la confluencia fatal de una serie de circunstancias. Por un lado, cuenta Montes, «muchos agricultores vendieron sus propiedades a extranjeros adinerados que quisieron reconvertir las tierras de cultivo en jardines lujosos. Y, en paralelo a aquella moda, sucedieron dos cosas. Una, que a consecuencia de la mecanización de la agricultura impulsada por la entrada de España en la Unión Europea, entre 1996 y 2005 se arrancaron de los campos más de 900.000 olivos. La otra fue que se puso de moda el jardín mediterráneo en las Pitiusas. Así fue como, muy pronto, empezaron a llegar gran cantidad de estos árboles en los ferris procedentes de la península». Lo que no sabía nadie es que en las oquedades de los troncos viajaban, cual involuntarios guerreros del caballo de Troya, serpientes de tres especies distintas: las ya citadas culebras de herradura y de escalera, y la culebra bastarda (Malpolon monspessulanus), que dejó de verse en 2010 y se da por desaparecida.
A las dos primeras les va muy bien en el nuevo hogar que sin querer les hemos adjudicado. La culebra de herradura está asentada sobre todo en Ibiza, y la de escalera, en Formentera. «En 2017 estudiamos la dieta de la culebra de herradura y demostramos que en Ibiza las lagartijas suponen el 56 % de su alimentación. Por lo que respecta a la culebra de escalera, que en territorio peninsular suele alimentarse de pequeños mamíferos y aves, en Formentera su plato principal es esta lagartija», asegura Montes. Afortunadamente, allí está constreñida a la zona del Cap de la Mola, y el trampeo funciona para detener la proliferación de serpientes, no como en Ibiza, donde por ahora la medida resulta insuficiente. Hay otros animales que se alimentan de lagartijas, o que podrían hacerlo, como los gatos salvajes, las gaviotas, los cernícalos, las lechuzas o las ginetas (todos ellos presentes en las islas desde hace milenios), pero ninguno lo hace de forma tan desaforada.
¿Y no hay quien se zampe a las serpientes? «En Ibiza solo los gatos y los cernícalos depredan sobre ellas, pero únicamente comen culebras muy pequeñas», dice Montes. En 2017, con objeto de hacer una estimación de los escenarios de futuro de estos ofidios en Baleares, la bióloga viajó al Pacífico occidental, concretamente a la estadounidense isla de Guam, la más grande de las islas Marianas. Con una superficie parecida a la de Ibiza, está completamente infestada de serpientes. En este caso se trata de culebras arbóreas café (Boiga irregularis), que arribaron aquí durante la Segunda Guerra Mundial ocultas en las bodegas de los barcos norteamericanos. Durante 40 años nadie hizo nada al respecto, y para cuando se quiso actuar, ya en los años noventa, era demasiado tarde. «En Guam las serpientes acabaron con 13 especies de aves, y el efecto en cascada ha sido increíble: hoy la isla está llena de insectos y arañas, y el bosque autóctono, en el que no se oye el trino de ningún pájaro, está amenazado porque carece de aves que dispersen las semillas», explica.
Roberto García-Roa
Recientemente el COFIB, el Ayuntamiento de Ibiza y la Universitat de les Illes Balears han promovido un encuentro para diseñar soluciones orientadas a preservar a estas bellas sargantanes (lagartijas en catalán), como este macho del islote de Na Plana, al oeste de Ibiza. Entre ellas, un avisador que envía un mensaje cada vez que una serpiente entra en una trampa.
Antònia Maria Cirer, catedrática de ciencias biológicas, es una experta en estas lagartijas, a las que estudia desde los años ochenta. En la actualidad, aunque está jubilada, persevera en lo que considera una lucha contra reloj: si no se actúa de forma contundente e inmediata, afirma, la lagartija de las Pitiusas tiene los días contados en Ibiza. Lo mismo asevera Elba Montes: de seguir así, puede que se haya extinguido antes de 2030. «En 20 años las serpientes han colonizado media isla, aproximadamente algo menos de la mitad del rango de distribución de esta lagartija. Si no lo remediamos, en otros 10 o 20 años más habrán conquistado todo el territorio», advierte Cirer.
Por ahora, la mayoría de los cerca de 40 islotes colindantes a las Pitiusas están libres de serpientes. Pero cuidado, porque aunque parezca sorprendente la culebra de herradura es una hábil nadadora capaz de trasladarse a los cercanos islotes, como hizo aquella víbora enana en el pasado. Cirer señala que es esencial erradicar a las serpientes antes de que la situación esté fuera de control, y por ello impulsa desde 2020 una campaña canalizada a través del Instituto de Estudios Ibicencos para involucrar a la población local en la erradicación de este ofidio mediante trampas que financian los ayuntamientos. Por el momento hay 500 personas que colaboran en esta labor. Con sus esfuerzos, junto con los realizados por los técnicos y agentes forestales miembros del COFIB (Consorcio de Recuperación de Fauna de las Islas Baleares, que cuenta con un equipo especializado en el control de la fauna exótica), intentan poner coto a una realidad alarmante en un territorio en el que la propiedad privada está muy fragmentada y las vías para acceder a los distintos puntos del territorio suelen ser intrincadas y laberínticas.
Roberto García-Roa
La culebra de herradura (Hemorrhois hippo-crepis) es una especie invasora que comparte hábitat con la lagartija pitiusa, a la que depreda de forma alarmante.
La cantidad de serpientes atrapadas en Ibiza durante la campaña de 2021 fue de 885, y en la de 2022, de 1.117. En total, desde 2016 se han capturado más de 15.000 ejemplares. Es imposible saber cuántas hay: sigilosas y de tonos terrosos, pasan desapercibidas la mayoría de las veces, a pesar de que pueden llegar a medir dos metros de longitud. «Se calcula que una serpiente adulta puede engullir cada año alrededor de 500 lagartijas», dice Cirer. La tasa de reproducción de ambas especies tampoco ayuda a equilibrar las tornas: las lagartijas de las Pitiusas, procedentes de un ecosistema muy estable donde las crías subsisten fácilmente, ponen solo uno o dos huevos al año. En cambio las serpientes, adaptadas a un ambiente fluctuante, han evolucionado para invertir más energía en la reproducción, y para asegurarse la descendencia ponen entre seis y siete huevos.
Una buena noticia es que el pasado mes de febrero el Gobierno balear aprobó la implementación de medidas extraordinarias y urgentes para proteger tanto a la lagartija pitiusa como a la balear (Podarcis lilfordi), también afectada por la expansión de los ofidios. Ambas se han incluido en el Catálogo Balear de Especies Amenazadas bajo la clasificación de vulnerable. También se ha prohibido la entrada de árboles ornamentales en el archipiélago durante la época de hibernación y puesta de las serpientes. Y en los períodos permitidos (de abril a mediados de junio y de septiembre a mediados de octubre) los árboles irán directamente a viveros cercados en los que haya trampas por si se hubiese colado algún ofidio. Otra propuesta es establecer reservas donde las lagartijas puedan vivir a salvo de las serpientes. Por el momento hay un prototipo en la ibicenca necrópolis púnica de Puig des Molins.
Roberto García-Roa
Las serpientes han causado la desaparición de la lagartija pitiusa en el norte de Ibiza y amenazan las poblaciones de Formentera, donde se ha tomado esta foto.
Ojalá que estas y todas las medidas que puedan llevarse a cabo para detener el avance de estas especies invasoras reviertan este panorama poco halagüeño. Porque si las lagartijas se extinguieran o fuesen demasiado escasas para alimentar a tantas serpientes, estas no tendrían más remedio que buscar nuevas presas. ¿Quizás aves, como en Guam? Ya han depredado sobre mirlos y paíños. Endemismos como la curruca y la pardela baleares podrían ser su siguiente objetivo.
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Este artículo pertenece al número de Septiembre de 2023 de la revista National Geographic.