Si uno pasea por las callejuelas medievales de Pirgi, pueblo de la isla griega de Quíos, verá mujeres sentadas ante sus mesas revisando ramojos con la concentración de un cazador de diamantes. Buscan las pellas endurecidas de una sustancia blanca y viscosa: el mástique, o almáciga, una resina na­­tural muy apreciada desde la Antigüedad por sus propiedades aromáticas y curativas. Pirgi es una de las 24 poblaciones productoras de mástique, o mastichochoria, de la isla de Quíos.

Aunque los lentiscos son arbustos abundantes en todo el Mediterráneo, los que destacan por estas cualidades especiales solo se dan en el sur de Quíos. El mástique es, desde hace milenios, motor económico y seña de identidad de los isleños. De esta goma aromática habló Heródoto en el siglo v a.C., los romanos lo mascaban para limpiarse los dientes y los otomanos lo usaron como especia. Aún hoy se usa como aromatizante y para aliviar indigestiones. La ciencia está estudiando in­­cluso su potencial oncoterapéutico. La producción de esta resina es una actividad familiar que dura todo el año; hay que preparar el suelo, hacer cortes superficiales en la corteza de la que rezumará, recogerla y luego purificarla.

En el Museo del Mástique de Quíos se ofrece a los visitantes una explicación del proceso y se les anima a pasear por una arboleda en busca de «lágrimas» de mástique que brillan al sol. Si a uno le apetece catar el tesoro de la isla, no le faltarán ocasiones de hacerlo: puede degustarlo en forma de licor vigorizante, disfrutar de él en postres dulces, tomarlo como suplemento o simplemente mascarlo al natural, como llevan siglos haciendo los isleños.

Este artículo pertenece al número de Mayo de 2020 de la revista National Geographic.