El paso de la DANA (depresión aislada en niveles altos) de octubre de 2019 causó el aporte de más de 1.000 toneladas de nitratos y fosfatos en la laguna salada del Mar Menor y provocó que una masa de agua anóxica emergiera desde el fondo hacia la superficie. Fue «una especie de “nube tóxica” que dejó sin respirar a decenas de miles de animales que intentaron salvarse saliendo del agua y terminaron asfixiados», explica Óscar Espar­za, coordinador de Áreas Marinas Protegidas (AMP) de WWF España. Pero la DANA, insiste el biólogo marino, «fue solo el detonante de esta catástrofe: de hallarse el Mar Menor en equilibrio ecológico, no se hubiera producido ese episodio de mortalidad».

Este frágil ecosistema, ubicado en la co­marca murciana del Campo de Cartagena, sufre desde hace años un elevado estrés ambiental. En 2016 también colapsó y hasta el 85% de todos los organismos bentónicos (de los fondos marinos) murieron. El agua quedó tan turbia que se granjeó el triste apodo de «sopa verde».

«El Mar Menor era un sistema oligotrófico, una masa de agua clara y oxigenada debido a la poca presencia de nutrientes y el bajo crecimiento de algas –explica Esparza–. Pero los vertidos descontrolados de nitratos pro­cedentes de la agricultura y la industria han producido un exceso de nutrientes, o eutro­fización, que hace que las algas y el fitoplanc­ton proliferen demasiado, consuman el oxígeno e impidan el paso de la luz». A ello se suma la extracción ilegal de agua de los acuíferos y una demanda hídrica al alza en un territorio con un desarrollo urbano y turístico descontrolado. «Otro factor nega­ tivo fue la apertura y el dragado del canal del Estacio, construido en 1973 para permi­tir la entrada de embarcaciones de recreo de cierto tamaño, lo que aumentó la tasa de intercambio de aguas con el Mediterráneo y disminuyó la salinidad de la laguna», añade. Todo ello sucede en un paisaje alte­rado desde hace siglos por una industria minera que añade al agua un lixiviado de ácidos y metales pesados.

Revertir esta situación, afirma Esparza, pasa por reducir en primer lugar el aporte de nitratos, lo que conlleva hacer lo propio en los campos de cultivo y frenar las malas prácticas agrícolas. «Pero también se debe replantear el modelo de gestión del territo­ rio, exigir el cumplimiento de la legalidad respecto al uso del agua y los nutrientes, recuperar la funcionalidad de los ecosiste­mas naturales de la zona y liberarlos del exceso de urbanización», concluye. Si no, el Mar Menor será un caso perdido.

Ver infografía: causas de la catástrofe.

Este artículo pertenece al número de Abril de 2020 de la revista National Geographic.

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