«¿Y ha venido usted desde Mumbai a enseñarnos a lavarnos las manos?».

Los habitantes del pueblo no lograban contener la risa. Yusuf Kabir trabaja en la delegación de Unicef en Mumbai, concretamente en un departamento con un nombre de lo más elocuente –WASH, por las iniciales en inglés de agua, saneamiento e higiene– y estaba recorriendo el distrito de Latur, situado a unos 400 kilómetros al este de Mumbai, para fomentar el valor de la higiene como salvaguarda de la salud. En Latur, como en el resto del estado de Maharashtra, Kabir estaba descubriendo que para mucha gente el lavado de manos no era una de sus prioridades. «No percibían ningún beneficio tangible», recuerda.

Aquello fue mucho antes de la pandemia de la COVID-19. El 24 de marzo, el mismo día que el primer ministro Narendra Modi ordenaba a más de 1.300 millones de ciudadanos de la India no salir de casa en al menos tres semanas (plazo que posteriormente ampliaría), un equipo de investigadores de la Universidad de Birmingham, del Reino Unido, publicaba un estudio que documentaba la correlación entre el alcance del brote de COVID-19 en un país dado y la debilidad de su cultura de lavado de manos. China, donde se inició la pandemia a finales de 2019, presentaba el peor resultado: el 77 % de los encuestados refería no lavarse las manos sistemáticamente después de ir al baño. Aunque la India arrojaba mejores resultados, el 40% de la gente decía que no se lavaba las manos, ni con jabón ni sin él, en un momento tan crucial. La encuesta también se hizo antes de la COVID-19.

Este año, los indios han estado recibiendo el mensaje con una intensidad sin precedentes: lavarse a menudo las manos con agua y jabón previene enfermedades. La consigna llega de los Gobiernos federal y estatales. Es divulgado por estrellas de Bollywood, ases del críquet y por un escuadrón de policías del estado de Kerala que, con uniforme y mascarilla, bailan una melodía popular mientras se lavan las manos.

A medida que el coronavirus desgarra el mundo sin hacer distinción ante los ricos y poderosos, los pobres de la India rural han percibido su extrema vulnerabilidad, dice Kabir, y eso los ha hecho más receptivos al mensaje. El jabón es de pronto uno de los artículos más vendidos en las tiendas de los pueblos, justo por detrás del arroz y la harina.

Antes de la COVID-19, Kabir manejaba una lista de argumentos que instaban a comprar jabón y lavarse las manos. En 2018 murieron de neumonía en el mundo más de 800.000 niños y niñas menores de cinco años; en la India fueron 127.000. La diarrea, normalmente causada por la infección de un rotavirus, acabó con más de 500.000 vidas infantiles, entre ellas las de más de 100.000 niños indios. Lavarse las manos con jabón es la primera línea de defensa contra ambas dolencias, como también lo es contra el cólera, la disentería, la hepatitis A y la fiebre tifoidea. Según Unicef, puede reducir un 40 % el riesgo de diarrea.

La gran esperanza de Kabir y los demás activistas de WASH es que el miedo a la COVID-19 inspire un aumento del lavado de manos que, tras la pandemia, conduzca a una reducción permanente de la carga de morbilidad que sufren muchos países en desarrollo. Esta es «probablemente la única parte positiva de la enfermedad –dice VK Madhavan, director ejecutivo de WaterAid India–. La transformación y la concienciación logradas en pocas semanas es formidable». Pero esta visión optimista se topa con un obstáculo: en lugares como la India el agua limpia es escasa.

Si se suman todas las situaciones en las que las autoridades internacionales como Unicef recomiendan lavarse las manos durante esta pandemia (después de visitar lugares públicos o de tocar superficies fuera del hogar, después de toser, estornudar o sonarse y, por supuesto, después de pasar por el retrete, sacar la basura y antes y después de comer), estamos ha­blando fácilmente de al menos 10 veces al día. Y 10 veces son muchas veces. Un solo lavado de manos de 20 segundos, más el mojado previo y el enjuague posterior, consume como mínimo dos litros de agua. Una familia de cuatro miembros que se laven las manos 10 veces al día emplearía unos 80 litros. En buena parte de la India y otras regiones del mundo en vías de desarrollo, es un lujo inconcebible.

Una mujer se baña en la periferia de Bhubaneshwar, una ciudad del estado indio de Odisha, en el este del país. La mayoría de los hogares urbanos de la India –y el 82 % de las casas rurales– no tiene agua corriente.

El año pasado, cuando Chennai, la sexta ciudad más grande de la India, se quedó sin agua durante una prolongada sequía, el think tank gubernamental NITI Aayog presentó un informe sobre la crisis hídrica que hoy atraviesa el país. Alertaba de que cerca del 60 % de las viviendas urbanas de la India carece de agua corriente. En el campo la cifra asciende al 82 %: hay 146 millones de hogares en zonas rurales sin un suministro de agua adecuado.

He aquí un ejemplo de cómo se vive en semejantes condiciones: en la aldea de Kaithi, en la región de Bundelkhand, en el centro-norte de la India, hay un grifo compartido para cada cinco casas. Bundelkhand ha sufrido 13 sequías en las dos últimas décadas. La falta de agua es ya un modo de vida. Esta primavera, cuando la COVID-19 comenzó a propagarse, los vecinos de Kaithi, como los de tantas otras aldeas indias, se vieron ante un dilema desconcertante: podían optar por el lavado de manos o por el distanciamiento social, pero era difícil practicar simultáneamente ambos métodos de protección frente al contagio.

Como muchos pueblos de la India, Kaithi tiene en un extremo una colonia exclusivamente habitada por dalits de casta baja. En ella, unas 400 personas comparten un único grifo. Y muchos habitantes de la región no tienen acceso a una fuente de agua cercana, afirma Kesar Singh, presidente de la ONG Foro del Agua de Bundelkhand. En estos pueblos las mujeres a menudo caminan uno o dos kilómetros y soportan largas colas cada vez que necesitan ir a por agua. «Esperar que los habitantes de esta región asolada por la pobreza y la sequía prioricen el lavado de manos por delante de la supervivencia cotidiana es tan ridículo como cruel», dice Singh.

Unos 3.000 millones de habitantes del planeta –el 40 % de la población mundial– carecen de infraestructuras básicas para lavarse las manos con agua y jabón en sus hogares, apunta un informe presentado el año pasado por la OMS y Unicef. La mayor parte vive en el sur de Asia o en el África subsahariana. Lo que ocurre es lo siguiente, dice desde Kenya la activista pro derechos humanos Ikal Ang'elei: «¿Haces que el niño se lave las manos al volver de la escuela o reservas el agua para cocinar?».

En la India, el Gobierno de Modi anunció el año pasado un plan para que en 2024 todos los hogares dispongan de 55 litros de agua al día. Es un objetivo enormemente ambicioso, pero aun así muy alejado de lo necesario y lo oportuno en un mundo posterior a la COVID-19.
«La concienciación sobre la importancia del saneamiento y el lavado de manos está a punto de alcanzar su punto culminante –dice Kelly Ann Naylor, directora mundial del programa WASH de Unicef–. Pero tendrán que tomar el relevo los Gobiernos».

Este artículo pertenece al número 472 de la revista National Geographic.