Parecen visitantes extraterrestres.
Algunos tienen unos pedúnculos cortos que terminan en bolitas de color salmón; otros se apiñan formando masas que parecen esponjas o se extienden en ondulantes redes amarillas. Pese a su aspecto alienígena, estos coloridos organismos son cien por cien terrícolas. Hablamos de los hongos ameboides, antiguamente conocidos como hongos mucilaginosos, un cajón de sastre en el que se incluyen diferentes especies de grupos distintos, algunas emparentadas solo de refilón. Y pese al nombre, estas criaturas amorfas no tienen nada que ver con los hongos, sino que forman parte de un gran grupo de organismos, en su mayoría unicelulares, conocidos como amebozoos.
Los hongos ameboides se dan en ambientes húmedos de todo el mundo, como los recovecos de los troncos que se pudren en el suelo del bosque. Es posible que los descubra en el jardín de su casa asomando entre las hojas y demás restos del mantillo.
Marie Trest, micóloga de la Universidad de Wisconsin-Madison, recuerda con cariño un verano especialmente húmedo en que el jardín de su casa se llenó de estos organismos. Cada vez que su hija y ella regaban aquellas manchas con la manguera, los sacos de esporas estallaban y daban lugar a la siguiente generación. «Nos pasamos el verano cultivando hongos ameboides en el jardín», recuerda.
Aquellas manchas del jardín de Trest las formaba un organismo conocido coloquialmente en inglés como «vómito de perro», perteneciente al grupo de los amebozoos micetozoos. En una de las fases de su ciclo vital conforman un plasmodio que busca microorganismos de los que alimentarse; en otra dan origen a estructuras esporíferas sésiles de múltiples colores y formas. El grupo incluye a una de las estrellas del mundo de los hongos ameboides, el Physarum polycephalum. Esta especie de intenso color amarillo, que avanza con pegajosos pseudópodos, intriga a los científicos por su «inteligencia» rudimentaria: aunque carece de cerebro, es capaz de identificar la senda más corta en un laberinto y recordar la ubicación del alimento, grabándosela en los túbulos que forman su cuerpo.
A pesar de las investigaciones que llevan a cabo los científicos, los hongos ameboides siguen ocultando muchos secretos. ¿A qué se deben sus colores tan intensos? ¿Por qué presentan tantas formas diferentes? ¿Cuántas especies aún no hemos descubierto? «Da un poco de rabia saber tan poco», dice la micóloga Anne Pringle, colega de Trest en la universidad.
«Gran parte de la biodiversidad de la Tierra pasa desapercibida, no se documenta, no se estudia», afirma. Los hongos ameboides son un magnífico recordatorio de esas riquezas incalculables que aguardan a ser descubiertas.
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Este artículo pertenece al número de Agosto de 2023 de la revista National Geographic.