Colonizada y poblada permanentemente desde el siglo xix, la minúscula Tristán de Acuña se encuentra a más de 2.000 kilómetros del lugar habitado más cercano. En 1506 el portugués Tristao da Cunha avistó un islote en mitad del Atlántico Sur. La meteorología y 600 metros de acantilados le impidieron desembarcar, pero no darle su nombre. Quizá su inaccesibilidad la hubiese relegado al olvido si a Napoleón no lo hubiesen desterrado a Santa Elena, a «apenas» 2.173 kilómetros al norte. En 1816 el Gobierno británico temió que Tristán de Acuña fuese una base perfecta para que alguien pergeñase un rescate. Así fue como se anexionó aquel islote de 87 kilómetros cuadrados que nadie había reclamado aún. Y así fue como comenzó su historia.
Napoleón murió sin ser rescatado, pero para entonces William Glass, cabo de la guarnición destacada en la isla, ya se había enamorado de ella y decidió quedarse allí con su familia y un par de pobladores. Uniones endogámicas, nacimientos, naufragios y emigraciones fueron configurando una población cuyos cambios constataban los barcos que hacían escala en la isla. A la agricultura de subsistencia se sumó la industria ballenera, y un día de 1867 el príncipe Alfredo, duque de Edimburgo, visitó la remota colonia para ponerla en el mapa del Imperio.
En su honor, el único asentamiento de la isla fue bautizado como Edimburgo de los Siete Mares, aunque los isleños siguen llamándolo el Asentamiento. Desde entonces, náufragos italianos, esposas importadas de Irlanda, administradores británicos y emprendedores reverendos protestantes han conformado su idiosincrasia, su economía y su peculiar inglés. En 1950, el Gobierno sudafricano ofreció el paso regular de una embarcación a cambio de la instalación de una base meteorológica.
En la actualidad Tristán, a 3.360 kilómetros de América del Sur y a 2.816 de Sudáfrica, engloba otras tres islas: Inaccesible, Nightingale y Gough. Su población es de 270 habitantes y algún turista ocasional. Viven de la agricultura, la pesca, la langosta y la venta de sellos. Hace solo 50 años que abandonaron el trueque y sus 80 familias aún conservan los apellidos de sus ocho fundadores. La endogamia potencia algunas patologías, pero el aislamiento los protege de otras. Por ello, desembarcar en la isla requiere de una autorización expresa e instalarse en ella está prohibido. Las referencias literarias en la obra de Poe, Julio Verne o Salgari siguen alimentando su exotismo. No hay teléfonos móviles y solo una débil señal de wifi conecta a los isleños con el mundo en espera del barco que, procedente de El Cabo, tarda siete días en arribar. Casi 500 años después, a Tristán aún hay que llegar como lo hicieron sus descubridores.
Este artículo pertenece al número 472 de la revista National Geographic.