Las noticias se suceden en muchas ciudades de España: los jabalíes se introducen cada vez más en los núcleos urbanos, un fenómeno que ha ido en aumento durante la pandemia. Madrid, Sevilla, Oviedo, Pamplona, Zaragoza, Girona, Barcelona… No solo sucede en nuestro país. En muchas urbes europeas estos antecesores de los cerdos domésticos también se han convertido en una plaga, a veces peligrosa. En el norte de Roma, por ejemplo, los vecinos han decidido encerrarse en casa a partir de las 20:30; varios ciudadanos han sido atacados por jabalíes cuando iban a tirar la basura o mientras acarreaban bolsas de comida.

«La expansión del jabalí ha sido increíble, en España, en Europa y otros lugares del mundo», explica la bióloga experta en gestión de fauna Carme Rosell, al frente de la consultora ambiental Minuartia. En nuestro país, su población se ha duplicado en dos décadas. «Han accedido a una despensa gigantesca: nuestros campos de cultivo y los residuos orgánicos de las ciudades. Nada limita su aumento poblacional de manera efectiva: no tienen depredadores; la superficie de su hábitat natural, el bosque, es cada vez mayor, y los inviernos son menos fríos. Pero hay otro factor esencial: han perdido el miedo al ser humano», recalca. Es más, nos relacionan con la comida, en gran parte porque muchas personas les proporcionan alimento, un hábito bienintencionado que obvia la realidad: los jabalíes son animales silvestres. Esa es su naturaleza y no la debemos pervertir.

En España hay más de un millón de jabalíes y, aunque se cazan unos 400.000 ejemplares al año, en 2025 su población podría duplicarse, según datos del Instituto de Investigación de Recursos Cinegéticos (IREC). «Cuando en el medio natural la comida escasea y no tienen acceso a los cultivos, los jabalíes suelen tener una camada anual de dos o tres jabatos. Pero si hay excedente de alimento, ese número se puede duplicar», apunta Rosell. También ha agravado la situación la hibridación de los jabalíes con cerdos vietnamitas, unos animales que, como tantos otros, un día se convirtieron en la mascota de moda para acabar siendo abandonados en la naturaleza, y hoy en España está considerada una especie invasora. El exceso de jabalíes provoca graves problemas: destrozos en los cultivos, accidentes de tráfico (solo en Cataluña, casi 4.000 al año) y transmisión de enfermedades muy preocupantes, como la peste porcina africana (PPA), que, aunque no afecta a los humanos, sí azota a los cerdos domésticos. Introducida en Europa del Este desde Asia, cada vez está más cerca: en enero se detectó el primer caso de un jabalí infectado por este virus en la región italiana del Piamonte y en mayo se detectó un nuevo foco en Roma.

Muchas ciudades españolas sufren las consecuencias de una superpoblación de jabalíes que los ayuntamientos intentan controlar sin éxito. Listos y adaptables, estos mamíferos voltean las papeleras, rebuscan en los contenedores, acuden a las colonias de gatos para comerse su pienso y destrozan los parterres de los jardines en busca de insectos y plantas bulbosas. Carme Rosell y su equipo han colaborado en la elaboración de una guía de medidas disuasorias publicada por la Diputación de Barcelona y la Generalitat de Catalunya para limitar los daños causados por un animal que, según la bióloga, nos está ganando la partida por goleada. «En las ciudades habría que crear zonas verdes con especies poco atractivas para los jabalíes, que sienten predilección por las orquídeas, e instalar un mobiliario urbano antivuelcos y comederos de gatos a los que no puedan acceder. Pero hay una cuarta medida que sin duda es la más difícil de implementar: convencer a la ciudadanía de que la cuestión no es aprender a convivir con los jabalíes, sino hacer todo lo posible para que vuelvan a vivir en el bosque y preserven su esencia más primigenia: su condición de animales salvajes». Ese es su tesoro más preciado.

Este artículo pertenece al número de Julio de 2022 de la revista National Geographic.