La pandemia malogró el mudik, como llaman los indonesios a la salida en masa de los urbanitas hacia los pueblos y zonas rurales para visitar a la familia con motivo de la gran fiesta religiosa. La población musulmana de Indonesia es la mayor del mundo, y el mudik del Ramadán es masivo. En un año normal, cuando el mes de ayuno diurno se aproxima a su fin, el fotógrafo Muhammad Fadli habría montado a su mujer y a su hija en la camioneta Nissan de la familia y sorteado el tráfico para salir de la capital, Yakarta. Llegar a su ciudad natal supone un viaje de 36 horas por carreteras sinuosas más un trayecto en ferry, pero allí están sus padres. Y él es su único hijo.
A finales del pasado mes de abril, con los contagios subiendo como la espuma y el Ramadán a punto de empezar, el Gobierno indonesio restringió durante seis semanas los desplazamientos interregionales: un «veto al mudik», lo denominó el Jakarta Post. Confinado en la capital, Fadli siguió trabajando. Un asistente fotográfico lo llevó en coche por las calles desiertas y mudas, hasta que una mañana se toparon con una muchedumbre: coches y motos detenidos, peatones amontonados, avanzando a codazos hacia algo.
«Para», dijo Fadli. Se ajustó la mascarilla y salió corriendo hacia el alboroto. «¿Qué pasa?», preguntó. Sin dirigirle la mirada, la gente respondió: «Bantuan sosial». Ayuda social. Arroz, mascarillas y barritas de soja fermentada que iban a repartir los hombres uniformados al otro lado de un portalón cerrado.
Los militares exclamaban: «Tolong sosial distancingnya!», ¡por favor, distánciense; no repartiremos nada hasta que se distancien! Fue en vano. La necesidad y la angustia no conocen freno, menos aún en una muchedumbre. Cuando al fin abrieron el portalón, Fadli sintió la fortuna de las modestas comodidades de las que gozaba su familia. No les faltaba comida. Él tenía trabajo. Los indonesios ya estaban incumpliendo la prohibición de viajar, propagando el virus por todo el archipiélago, pero sabía que el hogar de sus padres seguía sin recibir visitantes: sombrío, tranquilo, seguro.
Fadli visitaría a sus padres por Ramadán mediante videollamada, y ya se imaginaba la escena: la ropa de fiesta de su madre guardada; el pelo al descubierto, libre de usar el hiyab en presencia de la familia directa; su padre sentado junto a ella en el sofá. Se saludarían como se estila en el Ramadán indonesio: «Te pido de corazón que perdones mis malas acciones pasadas». Luego empezarían a charlar.
Este artículo pertenece al número de Noviembre de 2020 de la revista National Geographic.