«Llevaba semanas intentando fotografiar un oso, y no había manera.Aquel día subí a los acantilados que dominan Isfjord, uno de los principales fiordos de Svalbard, sin más objetivo que tomar imágenes del paisaje ártico –recuerda Stefano Unterthiner–. De repente lo vi, allí abajo, saltando sobre el hielo a la deriva». A la sorpresa de ese encuentro pronto se sumó la emoción. «Aún recuerdo el subidón de adrenalina. ¡Inolvidable!».

Fue una sorpresa, sin duda, pero no fruto de la casualidad. Detrás de esa fotografía hay una estancia de un año en las islas Svalbard… complicada por la COVID-19. En este archipiélago noruego, aislado del mundo por la pandemia, el fotógrafo vio suspendidas sus colaboraciones. «Solo podía contar conmigo mismo. En el Ártico, cada salida es una expedición en sí misma: temperaturas gélidas (-30 °C de media en invierno), riesgos de avalanchas y grietas y, por supuesto, la presencia de osos polares». Todo ello hace que uno se sienta pequeño, vulnerable, inmensamente agradecido y… preocupado.

«Cada invierno se forma menos hielo, y 2023 volvió a ser un año de récords. Es un drama para los animales que, como el oso, lo necesitan para desplazarse, cazar y descansar –dice Unterthiner–. Hace 10 años, en esta época del año, Isfjord estaba completamente congelado. Ahora solo se forma hielo marino a la deriva temporalmente durante los inviernos muy fríos. Me temo que dentro de 10 años será imposible repetir esta foto».

Este artículo pertenece al número de Mayo de 2023 de la revista National Geographic.

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