Hasta hoy se había detectado biofluorescencia –fenómeno por el cual un organismo absorbe luz en una longitud de onda corta y la emite en otra más larga de color brillante– en varias especies de hábitos crepusculares, invertebrados, aves y mamíferos. Al iluminar a estas criaturas con luz ultravioleta (UV) –un espectro no visible para el ojo humano–, su cuerpo emite un fulgor que los humanos podemos detectar. Entre los mamíferos, este fenómeno ya se conocía en algunas zarigüeyas (un marsupial) y recientemente se descubrió en ornitorrincos (un monotrema) y ardillas voladoras, animales placentarios del Nuevo Mundo.

Ahora, como se detalla en un artículo científico encabezado por Erik Olson, profesor en el departamento de Ciencias Ambientales y Recursos Naturales del Northern College de Ashland, en Wisconsin, se ha detectado en un mamífero placentario del Viejo Mundo, en concreto en dos especies de liebre saltadora, la de El Cabo (Pedetes capensis), oriunda del sur de África, y la de África oriental (Pedetes surdaster), de Kenia y Tanzania, roedores ambos que, por cierto, no están emparentados con las liebres. «Aunque, como los demás mamíferos biofluorescentes conocidos, también son nocturnos, no comparten con ellos similitudes ecológicas», afirma Olson. Estas liebres saltadoras muestran una vívida biofluorescencia cuando son iluminadas con luz UV. «Su pelaje contiene porfirinas, unos componentes orgánicos gracias a los cuales absorben la luz UV y la vuelven a emitir como un color visible, que en estos animales es una mezcla irregular de tonos rosas, rojos y naranjas».

El hecho de que la biofluorescencia sea común en especies tan dispares lleva a los científicos a preguntarse qué ventajas evolutivas les puede suponer, «si es que las tiene», puntualiza Olson. Quizá sirva para reconocerse entre sí, para asustar a los depredadores que sí puedan ver su brillo o incluso puede que sea el subproducto de una enfermedad.

Este artículo pertenece al número de Julio de 2022 de la revista National Geographic.