La industria de los perfumes lleva décadas vendiendo «pócimas de amor» capaces de despertar la libido de hombres y mujeres, pero hasta la fecha los científicos aún no han descubierto ninguna feromona humana. El término feromona deriva de las voces griegas pheran, transferir, y horman, excitar. Por definición, son mensajeros químicos emitidos por un individuo que afectan a la fisiología o al comportamiento de otro individuo de la misma especie. Aunque estas sustancias suelen asociarse con la atracción sexual, existe un rango de respuestas más amplio, como la modificación de la agresividad, del cuidado parental o de los niveles hormonales.

El bombicol, la primera feromona animal identificada, fue descubierto en 1959 por el científico alemán Adolf Butenandt, ganador del Premio Nobel de Química por sus trabajos sobre hormonas sexuales. Es secretado por la hembra del gusano de seda Bombyx mori, que atrae la atención de los machos a kilómetros de distancia. Desde su descubrimiento se han hallado múltiples feromonas en todo tipo de animales, desde insectos y arañas hasta ratones y cerdos.

En el caso de los humanos, en 1971 Martha McClintock, una estudiante del Wellesley College en Massachusetts, publicó un estudio en la revista Nature en el que concluía que los ciclos menstruales de las mujeres que vivían juntas tendían a sincronizarse. Aunque se cernieron muchas dudas sobre el diseño experimental de este estudio, fue proclamado como la primera prueba de la existencia de feromonas en la especie humana, lo cual desencadenó su búsqueda.

Unas de las sustancias más estudiadas son la androstenona y el androstenol –ambas secretadas en la axila–, porque actúan como feromonas afrodisíacas en los cerdos. También se han investigado en profundidad la androstadienona, que se encuentra en el sudor de los varones y en el semen, y el estratetraenol, presente en la orina de las mujeres, a raíz de que en 1991 la empresa de fragancias Erox las propuso como feromonas humanas para su comercialización. Sin embargo, los estudios que prueban el efecto excitante de estas sustancias son de dudosa fiabilidad.

Existen otros contraargumentos con respecto al papel de las feromonas en los humanos: uno de ellos es que el órgano vomeronasal, una estructura quimiosensorial encargada de detectarlas en muchos animales, es vestigial en nuestro organismo. Por otra parte, es muy difícil discernir sus posibles efectos de otros estímulos externos interpretados a través de nuestros sentidos, como la vista o el oído, o incluso del contexto cultural, capaz de condicionar respuestas fisiológicas y conductas.

Pese a todo, estudios recientes han demostrado algunas evidencias, por ejemplo, que las lágrimas de las mujeres reducen la excitación sexual y los niveles de testosterona de los hombres o que la secreción de las glándulas areolares en los pezones de una lactante induce una respuesta de succión en los bebés, aunque el niño no sea suyo.

Ciertamente, la ciencia no ha encontrado todavía las moléculas que estimulan estos comportamientos en nuestros congéneres, pero podría ser que realmente existiesen feromonas humanas, y que algún día las descubramos…

Este artículo pertenece al número de Septiembre de 2020 de la revista National Geographic.