La primera vez que alguien observó el extraño comportamiento amoroso del macho del escarabajo joya de la especie Julodimorpha bakewelli fue hacia 1980. Era primavera en el oeste de Australia, y en la zona de Dongara dos jóvenes biólogos, Darryl Gwynne y David Rentz, andaban investigando qué tipo de insectos había en las inmediaciones de las carreteras. De repente vieron algo que estaba enganchado en una botella de cerveza marrón, vacía, corta y rechoncha, lo que en Australia llaman una stubbie, cuya base está rematada por una serie de puntos rugosos. Se trataba de un escarabajo joya que, en plena faena copulatoria y con el cuerpo curvado hacia delante, intentaba insertar su órgano copulador en la base de la botella.
Tras muchas observaciones realizadas por los dos biólogos y por otros investigadores a posteriori, se ha llegado a la conclusión de que estos escarabajos son víctimas de lo que se denomina estímulo supernormal, que desencadena una respuesta exageradamente fuerte. En este caso, la stubbie es el detonante: los machos la confunden con una superhembra de su especie, de color parecido y dotada de unos puntos similares en la espalda. Una brillante diosa del amor por la que ellos pierden el oremus e incluso la vida, pues mientras se dedican fervorosamente a intentar llevar la cópula a término, frecuentemente son devorados por las hormigas, que, en palabras de Gwynne y Rentz, se dedican a «morder las partes blandas de sus genitales evertidos». Ambos ganaron por estas observaciones el Premio Ig Nobel de Biología, esos premios alternativos a los Nobel que reconocen trabajos científicos que «primero hacen reír y luego pensar». En este caso, pensar de qué forma inciden en la biología de los animales los desechos que dejamos tirados en la naturaleza.
Este artículo pertenece al número de Diciembre de 2020 de la revista National Geographic