Durante el invierno norteamericano, muchos anfibios se sumergen o se entierran para evitar congelarse, pero no la rana de bosque de América del Norte. Estas croadoras del tamaño de una ciruela permanecen en la superficie mientras el agua intercelular de sus tejidos se congela, y pasan la temporada sumidas en una especie de sueño criogénico. En primavera, la mayoría de ellas despierta de su gélida siesta con un único fin: aparearse. Los machos buscan un estanque o una charca efímera y llaman a las hembras con un sonido que suena «casi como el graznido de un pato», dice Ryan Calsbeek, profesor de biología del Dartmouth College y experto en la vida sexual de los anfibios. A medida que los machos se congregan, la cacofonía resuena en todo el bosque. Al oír los reclamos, las hembras saltan en dirección a las llamadas más seductoras.

En un estudio reciente llevado a cabo con una avanzada cámara acústica, Calsbeek determinó que las hembras de esta especie –al igual que muchas humanas– caen rendidas ante una voz grave y profunda. Los que croan así suelen ser los machos más corpulentos, pero una vez que la hembra ha saltado al estanque, queda a merced de todos sin distinción, incluidos los tirillas con voz de soprano. Vence el macho que agarra y monta a la hembra, cerrando las patas delanteras alrededor de su torso, una posición llamada amplexo. La aprieta hasta que ella desova en el agua; entonces libera el esperma y fecunda los huevos.

Durante los dos o tres años que dura su vida, las hembras tienen muchas opciones de encontrar como mínimo un novio barítono.

Este artículo pertenece al número de Octubre de 2022 de la revista National Geographic.