La humanidad mantiene una relación complicada con los robots. Por un lado, agradecemos que se ocupen por nosotros de las labores peligrosas y repetitivas. No necesitan vacaciones ni seguro médico. Y en ámbitos como la agricultura, donde los empresarios no consiguen mano de obra suficiente para recoger las cosechas, los robots pueden echarse a la espalda (¿tienen espalda?) parte de esas labores. Pero las encuestas dicen que la creciente robotización del planeta nos hace sentir profundamente incómodos… y preocupados. Desde 2017 las encuestas del Centro de Investigaciones Pew revelan que más del 80 % de los estadounidenses cree que para 2050 los robots estarán haciendo buena parte del trabajo que hoy desempeñan las personas, y que cerca del 75 % cree que eso se traducirá en una mayor desigualdad económica. Al margen del color de piel, la edad o el nivel educativo, el número de encuestados convencidos de que la automatización ha perjudicado a los trabajadores duplica el número de los que creen que los ha ayudado.

Cierto es que esas encuestas se hicieron antes de la COVID-19, cuando sustituir personas por robots comenzó a antojarse una respuesta práctica al distanciamiento social, sin necesidad de mascarilla.

Para preparar el artículo de portada de este mes, enviamos a David Berreby a recorrer el mundo fijándose en el presente y el futuro de los robots dentro de la sociedad. Descubrió que cada vez dependemos más de estos dispositivos inteligentes.

Encontró robots excavando hoyos para instalar aerogeneradores en Colorado, cortando lechugas en California y hasta salmodiando textos religiosos en Japón.

«Es inevitable: vamos a tener máquinas, criaturas artificiales, que serán parte de nuestra vida cotidiana –le dijo a Berreby la experta en robots e IA Manuela Veloso–. Cuando empiezas a concebir a los robots que te rodean como una tercera especie, sumada a la humana y a la de las mascotas, surge el impulso de establecer vínculos con ellos».

¿Una tercera especie? Sin duda, una idea muy nueva. Pero aún no hemos llegado a ese punto. Por ahora, los robots no logran reproducir la capacidad de la mente humana para realizar un enorme número de tareas, en especial las inesperadas, y todavía no dominan el sentido común: justo las competencias que se le piden a una directora de revista.

Ya veremos dentro de unos años. Por ahora, permítanme que les dé las gracias en persona por leer National Geographic.

Este artículo pertenece al número de Septiembre de 2020 de la revista National Geographic.