Escribo este editorial pocas semanas después de que tanto Estados Unidos como la Unión Europea hayan confirmado la medición de la temperatura media mundial más alta desde que hay registros. Olas de calor tan intensas como insólitas (30 °C en Buenos Aires en pleno invierno austral), además de incendios, tormentas y otros fenómenos meteorológicos extremos parecen haber hecho de 2023 el año en el que mucha gente acusó en primera persona el cambio climático.

Huelga decir que el cambio climático es mucho más que una subida del termómetro, pero el calentamiento general de la Tierra es quizá la consecuencia más directa del dióxido de carbono que hemos liberado a la atmósfera desde el siglo xix. Cómo afrontar este problema es el tema de uno de los artículos de este mes, en el que el escritor Sam Howe Verhovek y el fotógrafo Davide Monteleone examinan de cerca las tecnologías de captura y eliminación de carbono.

Hace tiempo que se barajan diversas ideas para eliminar el CO2 de la atmósfera y almacenarlo o usarlo de alguna manera, pero apenas nos hemos anotado avances tangibles. Es posible que ahora nos encontremos en un punto de inflexión en el que la urgencia, sumada a los avances tecnológicos, las demandas del mercado y la visión creativa, estén transformando la eliminación de carbono en una opción viable para ayudarnos a gestionar la crisis climática.

Para muchos ecologistas, eliminar el carbono es un espejismo que nos desvía del camino hacia la reducción drástica de las emisiones. Aunque entiendo esta postura, me cuento entre quienes creen que para resolver el problema tenemos que poner toda la carne en el asador, y eso incluye un recorte radical de las emisiones. La primera Revolución Industrial nos metió en este atolladero; quizá una próxima, apoyada en el ingenio humano, pueda ayudarnos a salir de él.

Este artículo fue publicado en el número de noviembre de 2023

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