Nos sentimos mal cuando desechamos cosas que no deberían convertirse en basura (como esa fruta que no nos hemos comido y se ha pasado) o gastamos recursos sin necesidad (como cuando nos dejamos la luz encendida). Es una sensación de culpa profundamente arraigada en nosotros, como demuestra la abundancia de advertencias contra el derroche que aparecen en los refraneros tradicionales.

Pero lo cierto es que sí desperdiciamos. El dato es impactante: en torno a dos tercios de todos los minerales, combustibles fósiles, alimentos y demás recursos que tomamos de la Tierra y transformamos en productos acaban siendo basura. Y casi siempre esa basura es parte de un problema medioambiental más amplio.

«La basura plástica fue a parar a ríos y océanos; otro tanto ocurrió con los nitratos y fosfatos arrastrados desde los cultivos abonados. Un tercio de los alimentos se pudrió, al tiempo que se deforestaba la Amazonia para producir más», escribe Robert Kunzig en «El fin de la basura», el artículo de portada de este mes, refiriéndose a lo que sucedió en 2015. ¿Y cuál es el problema más grave causado por la basura? Que cuando «quemamos combustibles fósiles y tiramos los desechos (el dióxido de carbono) a la atmósfera», aparece el cambio climático.

¿Y si pudiésemos recuperar todos esos desechos y transformarlos? Este concepto, denominado economía circular, no es nuevo. El ecologismo lleva desde la década de 1970 abanderando la filosofía de reducir, reutilizar y reciclar. Hace años que en la ciudad italiana de Prato se recuperan las fibras de lana de las viejas prendas de punto para tejer ropa nueva. Y durante años se recuperó el cobre de campanas y estatuas, aunque hoy es más probable que proceda de iPhones y pantallas planas.

Confiamos a Kunzig y al fotógrafo Luca Locatelli la misión de documentar aquellos lugares en los que se está afianzando la nueva economía circular. Localizaron numerosos ejemplos. En Nueva York se fabrican envases compostables con hifas de hongos. En Londres, un equipo de investigación alimenta con el desecho de la cerveza a larvas de insectos que a su vez se transformarán en pienso animal. En hoteles de todo el mundo, los chefs reducen el desperdicio de alimentos con cubos de basura capaces de cuantificar los desechos usando inteligencia artificial.

La idea de dejar de generar basura puede parecer utópica. Y lo es, pero en el mejor de los sentidos, me dijo Kunzig. «La economía circular es un sueño que debemos intentar convertir en realidad».

Gracias por leer National Geographic.

Este artículo pertenece al número de Marzo de 2020 de la revista National Geographic.

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