Cuesta imaginar lugares tan distintos entre sí como Delhi (la India), Ciudad de México (México) y Gary (Indiana, Estados Unidos). Sin embargo, años después de visitarlas, las tres ciudades siguen grabadas a fuego en mi memoria por la misma razón: el aire inmundo y contaminado que asfixiaba sus paisajes. La contaminación era tan densa que la veías flotar en forma de volutas dentro de los edificios modernos (Delhi, 2016), causaba escozor en los ojos (Ciudad de México, 1972) y se olía dentro del coche con las ventanillas cerradas (Gary, años sesenta).

A pesar de su omnipresencia –o quizá por ella–, la contaminación atmosférica rara vez concita el interés que se merece. Lo cual causa sonrojo, habida cuenta de que es un silencioso asesino mundial que causa nada menos que siete millones de muertes prematuras al año. Pero también es una oportunidad, pues constituye un problema medioambiental que, para variar, está en nuestra mano solucionar.

No hay más que echar un vistazo a la experiencia de Estados Unidos, que el año pasado celebró el 50 aniversario de la Ley de Aire Limpio. Sancionada por el presidente Richard Nixon el 31 de diciembre de 1970, solo esta ley logró reducir la contaminación atmosférica del país en un 77 %. Sumó años a la vida de millones de estadounidenses, supuso un ahorro de billones de dólares y, según apunta Paul Billings, de la Asociación Americana del Pulmón, se convirtió en «la ley de salud pública más potente del siglo XX».

Quienes tenemos una edad recordamos su impacto. Pensemos en cómo era Los Ángeles hace 50 años, o Pittsburgh, o tantos lugares cuyo horizonte no era sino una bruma y donde los coches amanecían cubiertos de suciedad. La ley de Aire Limpio «marcó la diferencia», en palabras de Billings, al hacer que la calidad del aire de muchas comunidades estadounidenses «sea hoy mucho mejor de lo que era».

Con todo, el problema no está ni mucho menos solucionado, como descubrieron la experta en contaminación Beth Gardiner y el fotógrafo Matthieu Paley al preparar el artículo de portada de este mes. La polución perjudica de forma desproporcionada a los pobres y a los no blancos que viven en zonas con peor calidad del aire. Y tras cuatro años de una Administración dedicada a socavar normas, la ley de Aire Limpio «sobrevive, pero muy tocada», dice el ambientalista Mustafa Santiago Ali. Él está convencido de que es hora de dar un nuevo paso apoyándonos en los éxitos de aquella ley: «Hay una nueva generación que entiende la importancia de respirar aire limpio. Espero que pronto lleguemos a un punto en el que no solo comprendamos lo valiosa que es [esta ley], sino que estemos dispuestos a emprender la ardua misión de mejorarla».

Gracias por leer National Geographic.

Este artículo pertenece al número de Abril de 2021 de la revista National Geographic.