Cuando el taller de momificación descubierto por Ramadan Hussein (véase «Los muertos son un negocio») se puso en funcionamiento en torno al año 600 a.C., la necrópolis de Saqqara ya llevaba ocupada 25 siglos. El espectacular descubrimiento de Hussein describe únicamente un breve episodio de los más de 3.000 años de tradición y desarrollo de este cementerio, cuyos enterramientos abarcan las 31 dinastías de la antigua civilización egipcia y cuyas tumbas, inscripciones y ofrendas iluminan un pasado remoto. A lo largo de los últimos 180 años han sido incontables los investigadores que se han puesto manos a la obra en Saqqara. También los científicos holandeses han aportado su granito de arena al sondear las actividades humanas que han dado forma a esta particular ciudad de los muertos.

Nacimiento de una necrópolis

La historia más antigua de Saqqara se remonta al Período Arcaico, cuando hacia el año 3100 a.C. se produce la unificación del Bajo y el Alto Egipto con los Últimos Predinásticos. La necrópolis está situada en el límite del desierto Occidental, en la ribera poniente del Nilo, cerca de Menfis, la capital del imperio unificado. Las primeras tumbas, destinadas a los nobles de alto rango, eran pozos excavados en la roca coronados por una construcción baja de ladrillos de barro, denominada mastaba. Este será el modelo, aunque mucho más elaborado, de todos los enterramientos posteriores.

Saqqara recibiría dignidad real cuando el rey Zoser, de la III dinastía, hizo construir en torno al año 2700 a.C. la primera pirámide, que sería inspiración para los siguientes faraones. Casi 350 años después, durante el Reino Antiguo, el rey Unas hizo grabar en la suya los primeros Textos de las Pirámides, una especie de plegarias, consejos y conjuros para facilitar el paso al otro mundo que ilustran la relación de los egipcios con la muerte y sus creencias y rituales para alcanzar una vida eterna. Posteriormente este tipo de textos mágicos empezarían a plasmarse sobre las mortajas y vendas de lino que envolvían a los difuntos más pudientes, y también a escribirse sobre papiro, que se depositaba dentro del ataúd del propietario. Estos escritos sobre papiro o en mortajas de momia dieron lugar a lo que se conoce como el Libro de los Muertos, un compendio de textos funerarios que guiaban el tránsito hacia el más allá y que reflejan asimismo la importancia de la momificación.

A partir del año 2200 a.C., Menfis y su necrópolis real parecen haber perdido relevancia, pero en el Reino Nuevo (hacia 1539-1290 a.C.) la ciudad recobra importancia. Altos funcionarios, como Maya, supervisor del Tesoro de Tutankamón, construyen sus tumbas en la antigua necrópolis, un espacio sagrado con monumentos que ya a sus ojos eran antiquísimos. De hecho, la pirámide es­­calonada de Zoser llevaba unos 1.300 años en pie.

En épocas posteriores las tumbas construidas por los faraones del Reino Nuevo fueron reutiliza­das para enterramientos masivos. La de Maya, por ejemplo, alberga 500 cadáveres, dispuestos sobre esterillas de junco o en arcas de madera. El taller funerario hallado por Hussein encaja en esta época. Su descubrimiento arroja luz sobre las prácticas cotidianas de los profesionales funerarios, sus técnicas de momificación y sus objetivos.

En el complejo se alzaron también grandes templos, como el Serapeum, de principios de la XIX dinastía, que alojaba un culto subterráneo a la figura del toro Apis. Los toros sagrados se unen a otros animales en época grecorromana. En Saqqara hay construcciones en el subsuelo en las que se depositaban millones de momias de animales: desde perros (para honrar a Anubis) hasta gatos (Bastet) o ibis (Tot). Para esta adoración ritual de los animales sagrados en el antiguo Egipto se creó un auténtico proceso industrial, con criaderos de animales y fábricas de momificación.

La necrópolis real de Saqqara se mantuvo en uso como lugar de enterramiento y de culto hasta bien entrada la época romana. Después, al cesar estas actividades, la arena del desierto fue acumulándose siglo tras siglo hasta sepultarla.

Escarabajo del corazón de Djehuty, de unos 8 centímetros de longitud, colocado en el pecho del difunto durante la momificación. En el reverso está inscrito un sortilegio del Libro de los Muertos para que, en el momento del juicio final, el corazón no traicione al difunto.
Foto: Servaas Neijens


 

Collar de la tumba de Djehuty, supervisor del Tesoro de Hatshepsut. Esta poderosa reina fue consorte de Tutmosis II y corregente con Tutmosis III, cuyo nombre aparece inscrito en el broche y quien posiblemente obsequió al dignatario con la joya.
Foto: Servaas Neijens

Primeros descubrimientos

Cuando en 1798 Napoleón inició una campaña para conquistar Egipto, se llevó consigo a científicos y artistas encargados de registrar todo cuanto viesen. La campaña militar resultó fallida, pero los relatos de quienes participaron en ella provocaron en Europa una verdadera egiptomanía: todo el mundo quería tener objetos del país de los faraones, desde joyas hasta momias. Los cazadores de tesoros tenían vía libre y encontraron en los numerosos templos y necrópolis egipcios una rica fuente de ingresos. En este contexto, Saqqara no se libraría de saqueos masivos.

Además de particulares, todos los grandes museos de Europa se ponían a la cola para hacerse con antigüedades. Entre ellos estaba el recién creado Gabinete Arqueológico de Leiden, en la provincia neerlandesa de Holanda Meridional. Su director, Caspar Reuvens, tuvo acceso a importantes lotes de piezas artísticas y consiguió tres colecciones de manos de un comerciante flamenco y de los coleccionistas Maria Cimba y Giovanni d’Anastasi. Así, en poco tiempo el precursor del Museo Nacional de Antigüedades de los Países Bajos (Rijksmuseum van Oudheden, RMO) adquirió una colección egiptológica de renombre mundial, parte de la cual se ilustra en estas páginas.

En las tres colecciones destacaban las piezas procedentes de Saqqara, entre ellas la estatua doble de Maya y su esposa Merit, y magníficas joyas de Djehuty, supervisor del Tesoro de la reina Hatshepsut. Posteriormente se compraron relieves de la tumba del general Horemheb. El lugar de descubrimiento de estas piezas suele estar identificado solo de forma genérica: «Saqqara» sin más o, aún más impreciso, «Egipto». En la egiptología de principios del siglo xix solo contaba el propio objeto, mientras que lo que representaba, cómo se utilizaba o en qué contexto se había hallado tenían una repercusión escasa. También las momias se contemplaban sobre todo como una mercancía. ¿Que en su momento habían sido personas de carne y hueso? Ahora eran vistas sobre todo como un magnífico trofeo.

Estatua de Simut, escriba del templo de Amón-Ra
Foto: Servaas Neijens
De rodillas tras un templete, Rai, panadero del templo de Ptah, en Menfis.
Foto: Servaas Neijens

Estudio científico

El interés por la investigación arqueológica seria fue creciendo progresivamente. Los cazadores de tesoros fueron teniendo cada vez más competencia de los egiptólogos. En 1843, el lingüista alemán Karl Richard Lepsius trazó el primer mapa detallado de Saqqara. A su topógrafo Georg Erbkam la necrópolis le parecía un lugar desolado: «La superficie es árida y yerma, nada más que montones de escombros y fosas […]. Cráneos y otros huesos de hombres y animales, restos de momias, todo tirado junto». Un punto atraería la atención 130 años más tarde: la ubicación de la tumba de Maya, de quien en 1829 habían llegado unas estatuas a Leiden.

Esta referencia a Maya llevó en 1975 a emprender una expedición conjunta del RMO y la Egypt Exploration Society británica con el objetivo de examinar el lugar donde se habían encontrado dicha tumba y la gran cantidad de piezas procedentes de Saqqara que fueron a parar al museo de Leiden. Ya en su primera campaña de excavación hi­cieron un descubrimiento importante: la tumba de Horemheb, el general que sucedería como faraón a Tutankamón. Tenía una capilla funeraria de 65 metros de largo, de la cual había en el museo de Leiden magníficos relieves. Ahora era posible situar estas piezas en su contexto arqueológico. La excavación del complejo funerario de Horemheb se completó en 2006. El equipo británico-holandés sacó a la luz muchas otras tumbas, también la de Maya y Merit, que fue excavada y restaurada entre 1987 y 1992 con la participación del entonces conservador de la colección egipcia del RMO Maarten Raven. El lugar en el que estaban las estatuas del matrimonio, actualmente en Leiden, puede reconocerse por los pe­destales que han quedado.

Desde 1983 ya no es posible exportar hallazgos arqueológicos fuera de Egipto. Por tanto, la co­­lección egipcia de Leiden nunca podrá volver a crecer de forma tan espectacular como lo hizo en 1829. Pero tampoco es ese el objetivo. Ahora lo que se busca es otra cosa: conocer y comprender.

Folio 24 del Libro de los Muertos de Kenna, personaje de alto rango que vivió entre las XVIII-XIX dinastías. El papiro, de 17 m de largo, posiblemente procede de Saqqara. En este pasaje figura el hechizo para el ritual de embalsamamiento. En el centro está representado el dios Anubis ocupándose de la momia en la cámara funeraria. Abajo aparece en forma de chacal haciendo guardia sobre el sarcófago
Foto: RMO
Relieve de Horemheb con cautivos encadenados. Como general, se construyó una tumba en Saqqara, pero fue enterrado como faraón en Tebas.
Foto: Servaas Neijens

La perspectiva moderna

Desde 2015, el equipo de Leiden trabaja con el Museo Egipcio de Turín. Los nuevos métodos de investigación permiten plantear nuevas preguntas, y el interés se centra en la vida cotidiana en la necrópolis y en torno a ella. ¿Cómo se atendían las tumbas? ¿Quién lo hacía? ¿Venían los familiares a visitar a sus muertos? ¿Cuál era el papel de los sacerdotes funerarios?

Desde 2017 y hasta 2022 investigadores de Leiden están llevando a cabo en Saqqara el proyecto The Walking Dead, cuyo objetivo es dar respuesta a otra pregunta: ¿de qué manera se ha desarrollado esta necrópolis a lo largo de unos 40 siglos? «Conocemos los acontecimientos y lugares concretos, pero ignoramos cómo se relacionaban las personas con la religión en el día a día, y los cambios que se produjeron con el tiempo», dice Lara Weiss, directora del proyecto. Para resolver estos interrogantes, examinan sutiles modificaciones en las prácticas religiosas, el desarrollo del lenguaje visual y la evolución del uso del paisaje.

Esto último resulta más o menos laborioso en función del período, explica el investigador Nico Staring: «Del Reino Nuevo tenemos muy pocas fuentes que digan algo sobre el paisaje, mientras que de épocas posteriores hay papiros que describen con enorme precisión qué sacerdote se encarga de qué tumba y en qué lugar».

Pese a las dificultades de desentrañar nuevas pistas, los miembros del proyecto están integrando pequeños apuntes en un cuadro más amplio que hace cada vez más visible el desarrollo del panorama cultural y religioso de Saqqara. Aquí, creían los antiguos egipcios, se encontraba el lugar más cercano al reino del más allá al que podían llegar sus restos mortales. Y quien contempla los resultados de los estudios en esta vasta necrópolis real a orillas del Nilo, puede ver una necrópolis que cada día cobra más vida.

Este artículo pertenece al número 472 de la revista National Geographic.