Este colémbolo, diminuto habitante de las cuevas de Altamira, pertenece a una especie nueva para la ciencia y ha recibido el nombre de Pseudosinella altamirensis. Aunque seguramente lleve miles de años viviendo en las entrañas de este conjunto rupestre cántabro, no fue descubierto hasta el año 2000 por el bioespeleólogo Carlos González-Luque. Ahora ha sido descrito por un equipo de científicos españoles liderado por los investigadores de la Universidad de Navarra Enrique Baquero y Rafael Jordana, que, tras estudiar su comportamiento, ha alertado de que el artrópodo podría ser un factor de dispersión de microorganismos dañinos para estas frágiles pinturas catalogadas como Patrimonio de la Humanidad.
Foto: E. Baquero / R. Jordana.
«Muchos colémbolos se alimentan de hongos y podrían hacer que llegasen esporas a las pinturas, ya sea porque se quedan adheridas a su cuerpo o porque, tras ser digeridas, las dispersan con sus excrementos –explica Baquero–. Eso entraña un elevado riesgo porque ciertos hongos se alimentan de la parte orgánica de las pinturas, algo que ya ha sucedido en la cueva de Lascaux, en Francia. Lo que proponemos es desarrollar un estudio para averiguar si Pseudosinella altamirensis puede representar o no un problema para el arte rupestre». Se trataría de observar si estos hongos dañinos están presentes en la cuevas, y si los colémbolos los transportan en su tracto digestivo. De ser así, deberían implementarse toda las medidas necesarias para que esta joya del arte paleolítico que nuestros ancestros realizaron hace más de 15.000 años siga estando en el mejor estado de conservación posible.
Este artículo pertenece al número de Marzo de 2021 de la revista National Geographic.