La mitología de los vampiros, criaturas malignas sedientas de sangre humana, es transversal en muchas culturas antiguas, desde Babilonia y los Balcanes hasta la India y China, pero no fue hasta el siglo XVI, en plena exploración del Nuevo Mundo, cuando empezaron a vincularse a los murciélagos. Ahora bien, ¿realmente se alimentan de sangre estos mamíferos alados?

Uno de los relatos que llegaron de América cuenta que en 1527 el conquistador español Francisco Montejo y Álvarez y sus tropas fueron víctimas de «una gran plaga de murciélagos, los cuales atacaban no solo a las bestias, sino a los mismos hombres, chupándoles la sangre mientras dormían». Esta y otras historias fueron calan--do en el ámbito científico hasta el punto de que en 1758 el botánico sueco Carlos Linneo unió para siempre a los murciélagos con la hematofagia al escribir que Vespertilio vampyrus «extrae sangre a los durmientes» en su libro Systema naturae, considerado el texto fundacional de la taxonomía moderna. A partir de entonces muchas especies fueron bautizadas con el sufijo eslavo vampyr, que significa «embriaguez de sangre», aunque jamás hubieran bebido una sola gota. Finalmente, su sanguinaria reputación se asentó en la conciencia popular en 1897 con la publicación de la novela gótica de Bram Stoker, Drácula.

A pesar del folklore y de las ofuscaciones científicas, lo cierto es que existen tres especies de murciélagos hematófagos: el vampiro común (Desmodus rotundus), el vampiro de patas peludas, (Diphylla ecaudata) y el vampiro de alas blancas (Diaemus youngi), residentes en América Central y del Sur. Aprovechan la oscuridad de la noche para alimentarse del ganado, las aves y otros animales, incluidos, puntualmente, humanos.

Para ello, disponen de un sistema de termorrecepción que les ayuda a localizar los capilares sanguíneos. Luego, gracias a unos dientes punzantes, hacen una pequeña incisión y lamen la sangre de la herida. Asimismo, su saliva contiene una mezcla de sustancias que evitan que la presa perciba la mordedura, que el corte se selle y que la sangre se coagule, lo que les permite alimentarse durante un tiempo. Una de sus proteínas anticoagulantes, la draculina, se estudia para tratar accidentes cerebrovasculares. Irónicamente, algún día los vampiros podrían salvar vidas humanas.

Sin embargo, basar la dieta única y exclusivamente en la sangre tiene sus inconvenientes: la concentración de proteínas es muy alta, pero la cantidad de carbohidratos y vitaminas es bajísima. Por eso, los vampiros apenas almacenan energía, y si no comen, en pocos días mueren de hambre. Afortunadamente, si uno está famélico, otros miembros de la colonia le regurgitan parte de la sangre que han bebido durante la noche anterior. De esta manera, pierden un porción de su alimento, pero salvan la vida de un compañero. Al fin y al cabo, su fama de chupasangres maléficos no les hace justicia del todo.

Este artículo pertenece al número de Octubre de 2020 de la revista National Geographic.

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