Incluso en las mejores condiciones de cultivo –meteorología moderada, precipitaciones predecibles, estaciones equilibradas–, cosechar alimentos no es coser y cantar. Si a ello sumamos la volatilidad del clima, las inundaciones erráticas y las frecuentes sequías, el sistema alimentario en pleno se resiente.
¿Qué efectos notaremos en el plato? Alimentos como el maíz y el trigo son sus ceptibles de sufrir grandes alteraciones. La ONU advierte de que, sin estrategias de adaptación, la disminución del rendimiento de los cultivos básicos acarreará carestías y sobreprecios para el consumo humano y animal, que notarán sobre todo los países tropicales en vías de desarrollo. Otros alimentos más carismáticos, como los aquí fotografiados, sufrirán variaciones de aspecto, disponibilidad, valor nutricional y precio a medida que las regiones de producción se desplacen y los agricultores se pasen a cultivos más adecuados para zonas cálidas. La prolongación de las temporadas de labranza beneficiará a los agricultores, pero la falta de lluvia o una insuficiente estación de frío podrían acabar con los proyectos mejor diseñados.
La evolución de los alimentos pasará por la innovación, ya sea en el laboratorio o a pie de cultivo. La selección de semillas y la edición genética ya están ayudando a que determinadas frutas y verduras crezcan más rápido para adelantarse a la mayor probabilidad de que una inundación o una sequía arruinen la temporada. Otras tecnologías prolongan la duración de los alimentos para transportarlos más lejos, a veces sin necesidad de refrigeración.
El IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) prevé que el planeta no perderá demasiado suelo cultivable antes de 2050 y que serán muy pocos los alimentos que desaparezcan del todo, pero en las próximas décadas asistiremos a la evolución de la agricultura y las dietas. Si queremos seguir disfrutando de los alimentos favoritos del planeta y hacer los accesibles a más gente, es imprescindible que comamos con más inteligencia, dice Charlotte Streck, directora del laboratorio de ideas holandés Climate Focus. Eso pasa por consumir menos carne, más plantas y más productos de proximidad.
¿Qué alimentos sufrirán cambios?
- Café: Casi tres cuartas partes del café que consumimos procede de pequeñas explotaciones. El calentamiento global y las fitopatologías podrían encarecerlo.
- Aguacates: A los aguacates no les gusta el calor extremo. Si la producción se traslada a entornos más clementes, las distancias de transporte podrían alargarse.
- Gambas: La acidificación del océano perjudica la salud de los crustáceos... y su sabor. En el futuro las gambas quizá no estén tan sabrosas, según un estudio.
- Salmón: La temperatura amenaza al salmón y otros peces de agua fría. Si se reduce la cría natural, quizá se habiliten más piscifactorías para mantener la oferta.
- Vino: Seguirá habiendo vino, pero la alteración de los pagos obligará a buscar soluciones para preservar las notas de cata.
- Aceitunas: Las heladas tempranas, las fuertes lluvias y los vientos redujeron la producción olivarera italiana a mediados de 2019. Las inclemencias del tiempo podrían limitar las cosechas en muchas zonas.
- Plátanos: Hasta la fecha, el calentamiento ha ido ampliando la zona de cultivo de este fruto tropical, y agravando el riesgo de que una micosis devaste las plantaciones.
Este artículo pertenece al número de Abril de 2020 de la revista National Geographic.