Cuando el mes pasado se disputó el US Open, se usaron unas 100.000 pelotas de tenis nuevas, ya que deben cambiarse regularmente durante los partidos. Después volverán a utilizarlas otros jugadores, pero tarde o temprano acabarán en la basura, adonde van a parar 125 millones de pelotas al año en Estados Unidos, según la ONG RecycleBalls.

Semejante desperdicio es solo una parte del peaje medioambiental que suponen los objetos de caucho revestido de fieltro. El caucho natural, que se recolecta en las plantaciones, agrava la deforestación, y la producción de caucho sintético puede empeorar la contaminación industrial. Y eso antes siquiera de que las pelotas lleguen a los vertederos, donde liberan dióxido de carbono al degradarse durante décadas.

Por suerte algunas organizaciones proponen opciones más sostenibles. Desde 2009 la Federación Francesa de Tenis recoge pelotas usadas y las envía a instalaciones de reciclaje que retiran la parte exterior y reutilizan el caucho como pavimento para pistas. La empresa RecycleBalls de Estados Unidos trabaja con gimnasios, clubs de atletismo y tenistas para reutilizar el caucho como césped artificial. Quienes hayan acumulado al menos 100 pelotas viejas pueden enviárselas. A cambio, podrán desgravar en la declaración de la renta.

Quienes hayan juntado muchas menos tienen formas creativas de darles una segunda vida. Una pelota cortada por la mitad sirve para abrir más fácilmente las tapas de rosca. Si se dejan flotar en la piscina, las pelotas absorben los aceites de las cremas solares. También son un juguete para perros, aunque es mejor que no las mastiquen demasiado rato porque el revestimiento puede desgastar el esmalte dental.

 

Este artículo pertenece al número de Octubre de 2023 de la revista National Geographic.

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