Es un frío día de diciembre y David Stahle está encaramado a una escala apoyada contra un ciprés de los pantanos cuyo tronco es tan grueso cuan largo es él. Como un Doctor Who forestal que aparece de pronto en este pantano sureño con un destornillador sónico en la mano, Stahle comienza a perforar el tiempo con parsimonia.

Lo que revelan los cipreses
Mac Stone

El dendrocronólogo David Stahle extrae una muestra de un ciprés en el Parque Nacional Congaree de Carolina del Sur. Los anillos de crecimiento de los cipreses de los pantanos son uno de los registros climáticos más sólidos de la ciencia: revelan los años húmedos y los años secos por espacio de más de dos milenios.

Con los primeros dos centímetros y medio llega a las vísperas de la Primera Guerra Mundial. A los cinco alcanza la fundación de Estados Unidos. Tras 12 centímetros, Stahle, dendrocronólogo de la Universidad de Arkansas, llega a la época del viaje de Colón al Nuevo Mundo. Cuando ha terminado de extraer el testigo, un cilindro de madera fino como un lápiz, tiene suficientes anillos de crecimiento para calcular que el nudoso ciprés brotó en un suelo empapado hace unos mil años, cuando los primeros cruzados marchaban a Jerusalén. Pero lo que remarca Stahle es el tramo de un centímetro más cercano a la corteza, correspondiente más o menos al período entre 1900 y 1935.

Al final de ese período se había talado en torno al 90 % de los antiguos cipreses de los pantanos de Estados Unidos, me explica. Hoy el país conserva «menos del uno por mil del ecosistema original de pantano de cipreses de tierras bajas. Por eso este lugar es extraordinario».

Cipreses muertos
Mac Stone

Víctimas de los huracanes, la subida del nivel del mar y el dragado de humedales, estos cipreses muertos bordean el arroyo Jackeys en Leland, Carolina del Norte. La agricultura y el desarrollo desecaron millones de hectáreas de humedales boscosos en el siglo XX, y la intrusión de agua salada se cobra cada vez más víctimas.

Con «este lugar» se refiere a un terreno olvidado a orillas del río Black, en Carolina del Norte, donde crecen los árboles más vetustos de los que se tiene noticia al este de las Rocosas. De hecho, de todas las especies arbóreas de reproducción sexual que conocemos, el ciprés de los pantanos es la quinta más antigua del planeta. El árbol que Stahle acaba de barrenar apenas alcanza la mediana edad. Un ciprés que descubrió en esta zona en 2017 data de, como mínimo, el año 605 a.C., no mucho después de que Homero deleitase a los griegos con las aventuras de Odiseo. En otras palabras, tiene más de 2.600 años, y Stahle ha identificado en las inmediaciones otros ejemplares de edad parecida. Los datos que revelan sus testigos, y los de otros cipreses de los pantanos del Sudeste del país, conforman uno de los registros de humedad del suelo más amplios y precisos de la ciencia. Las décadas de sequía, así como los períodos húmedos conocidos como pluviales, han quedado perfectamente escritos en sus anillos de crecimiento con una precisión anual. Entre lo registrado figura la sequía que quizá condenó el primer asentamiento inglés en América, la famosa colonia perdida de sir Walter Raleigh de 1587, y una segunda en el siglo XVI que fue todavía más grave.

Esqueletos de cipreses
Mac Stone

Los esqueletos de unos cipreses se ciernen sobre una laguna salada que va remontando el río Sampit en Carolina del Sur. Es un ejemplo de una tendencia creciente en la Costa Este a medida que sube el nivel del mar. Los científicos dicen que Estados Unidos podría perder todos sus humedales boscosos costeros antes de 2100.

«El siglo XX no es representativo de los extremos que han soportado estos árboles», afirma Stahle, que ha barrenado árboles antiguos de todo el mundo. En el siglo XVI se produjo una megasequía que «se extendió de México a Canadá y del Atlántico al Pacífico, y que duró casi 40 años. No hemos visto nada parecido en la era moderna».

Aunque estos árboles milenarios nos permiten asomarnos a nuestro pasado climático, sus parientes más cercanos a la costa están dándonos una lección igual de importante sobre nuestro futuro climático. El ciprés de los pantanos es uno de los árboles más resistentes de la Tierra, capaz de soportar algunas de las condiciones naturales más extremas, pero hoy asistimos a una mortandad masiva de cipresales en el litoral desde Delaware hasta Texas, que deja espectrales esqueletos blancos. 

De los más antiguos
Mac Stone

El Experto en gestión y conservación del territorio Zach West vadea un bosquecillo de cipreses de los pantanos en la Reserva del Río Black, que Nature Conservancy gestiona en Carolina del Norte y que alberga algunos de los árboles más antiguos de la Tierra.

Estos bosques fantasma quizá sean la señal más clara de la inexorable pleamar que está empujando el agua salada hacia lo más profundo de ecosistemas de agua dulce. Aunque el ciprés de los pantanos tolera mejor la salinidad que el fresno, el roble y otras especies con las que comparte hábitat en los humedales boscosos, no sobrevive mucho tiempo con más de dos partes por mil de sal en el agua. El Atlántico puede superar las 35 partes por mil, y el nivel del mar está ascendiendo a más velocidad en la costa oriental de Estados Unidos que en casi cualquier otro lugar del planeta. En la cercana Wilmington, el puerto más importante de Carolina del Norte, el mar ha subido unos 30 centímetros desde 1950 y se prevé que ascienda al menos otros 30 antes de 2050. En este momento los árboles del río Black no están amenazados por el agua salada: el río sigue siendo la corriente de aguas negras por antonomasia. Pero aguas abajo, en la cuenca del Bajo Cape Fear, al menos 300 hectáreas de humedal boscoso se han convertido en marismas desde los años cincuenta conforme el agua se ha vuelto más salobre, según apunta una investigación reciente de la Universidad de Carolina del Norte en Wilmington. En cuanto la salinidad media anual alcanza las dos partes por mil, la transformación de bosque a marisma es inevitable.

Los bosques fantasma del río Cape Fear, visibles desde los puentes de la zona, son un microcosmos de una tendencia a mucho mayor escala. Un estudio reciente realizado por investigadores de la Universidad de Virginia y la Universidad Duke con imágenes de satélite descubrió que la costa del Golfo de México y la llanura costera atlántica perdieron más de 13.000 kilómetros cuadrados –un 8 %– de humedales costeros boscosos entre 1996 y 2016. Y cada año siguen desapareciendo casi 700 kilómetros cuadrados, un ritmo que triplica de largo la pérdida de manglares en todo el mundo, considerados uno de los ecosistemas más amenazados de la Tierra. Los investigadores concluyeron que a ese ritmo, si no se toman medidas generalizadas de protección o restauración, Estados Unidos podría perder todos sus humedales boscosos costeros antes de que termine el siglo. 

Anillos de un ciprés
Mark Thiessen

Este testigo extraído del tronco de un ciprés del río Black muestra anillos de crecimiento gruesos y finos que se correlacionan a la perfección con los períodos húmedos y secos de los últimos siglos. Los tres orificios de la derecha señalan el anillo correspondiente al año 500 de nuestra era. 

 

Hace 120 años, los humedales de cipreses de los pantanos eran la Amazonia de Estados Unidos: se calcula que cubrían una extensión de 16 millones de hectáreas de los serpenteantes humedales boscosos del Sur del país. Los poblaban hermosos picamaderos picomarfil, delicadas reinitas de Bachman y bandadas de cotorras de Carolina, por no hablar de una gran diversidad de especies acuáticas. Pero la protección de los humedales nunca ha sido una medida fácil de vender. De hecho, quizá sean el único ecosistema que el Gobierno federal estadounidense ha señalado expresamente como objeto de destrucción.

La ley de Tierras Pantanosas de 1850, y otra similar, otorgaron los humedales federales no reclamados a varios estados sureños, exigiendo que los beneficios de la venta de terrenos se invirtiesen en su desecación. El mismísimo gran orador Daniel Webster puso voz al sentimiento general en 1851: «Nada bello ni útil crece en él; el viajero que lo atraviesa respira miasmas y pisa todo género de insalubridades e inmundicias».

Desplazando hacia el norte
Mac Stone

Como una señal de un mundo cambiante, los suiriríes piquirrojos, unas aves comunes en América Central, se están desplazando hacia el norte, al Santuario del Pantano de Corkscrew, donde anidan en viejos cipreses que tal vez usaban los picamaderos picomarfil y las cotorras de Carolina.

A diferencia de sus parientes las secuoyas, los cipreses no contaban con una organización que abogase en favor de su protección. En cuanto el sector maderero desarrolló las tecnologías que les permitían adentrarse hasta el corazón de los pantanos, se lanzaron sobre ellos, convirtiendo hectáreas de cipresales primarios en tablones y tejas para la construcción e incluso cajas para bananas, hasta que solo quedaron los reductos más aislados de aquellos árboles milenarios. Las cotorras de Carolina, los picamaderos picomarfil y las reinitas de Bachman acabaron desapareciendo también. 

Altura de un árbol
Mac Stone

El ciprés de los pantanos es la quinta especie arbórea de reproducción sexual más antigua de la Tierra. Este ejemplar del río Black data de al menos el año 605 a.C. Stahle cree que hay tres especímenes más antiguos a orillas de este curso de aguas oscuras, y que la zona debería contar con protección federal.

----

Usando un dron para fotografiar toda la altura del árbol, Mac Stone creó esta imagen a partir de 12 fotos.

Un frío día de otoño, el Explorador de National Geographic Mac Stone, Stahle y el guía local Charles Robbins se adentran con sus kayaks en el laberinto de canales del río Black. Su objetivo es visitar los árboles bimilenarios que Stahle descubrió en 2017, así como localizar y barrenar otros tres ejemplares que Stone avistó en un reconocimiento aéreo de la zona, conocida como el pantano de Three Sisters. Solo el movimiento de los remos y el vuelo repentino de los patos joyuyo rompen la quietud del pantano. De no ser porque Robbins conoce la zona como la palma de su mano, los expedicionarios se perderían al instante. Robbins vive en Wilmington desde la década de 1980 y ha visto con sus propios ojos cómo los bosques fantasma avanzan remontando el Cape Fear, golpeados por una tríada: subida del nivel del mar, dragado del canal de navegación y huracanes frecuentes.

«Bertha y Fran los dejaron para el arrastre –dice Robbins, refiriéndose a los dos huracanes que golpearon directamente la región de Cape Fear en 1996, causando grandes inundaciones y daños por valor de miles de millones de dólares–. Quedaron rociados de agua salada y muchas copas se rompieron. A partir de ahí fueron de mal en peor». El agua que circunda Three Sisters no es salada, dice, pero recibe el impacto de las grandes cargas de nutrientes que llegan de Sampson y Duplin, los condados con la mayor densidad de cerdos del país y con un número incalculable de granjas de pollos y pavos. Casi todos los residuos pecuarios se esparcen por los campos.

Los cipresales maduros son muy eficientes limpiando el agua; algunos incluso se han usado para tratar las aguas residuales municipales en Luisiana. Pero unos niveles tan altos de nutrientes invitan a instalarse a la lagunilla, una especie exótica que puede llegar a desalojar a las plántulas de ciprés.

 

Mariposa esfinge gigante
Mac Stone

Los científicos pensaban que la mariposa esfinge gigante era la única polinizadora de la rara orquídea fantasma del Caribe, hasta que otras polillas fueron captadas por cámaras trampa en el Santuario del Pantano de Corkscrew, en Florida.

 

De camino hacia los árboles de Stone, los kayaks quedan bloqueados por una maraña de una especie de raíces aéreas conocidas como «rodillas», algunas de más de tres metros de altura, por lo que el grupo desembarca y vadea hasta la ubicación aproximada que el GPS indica en el mapa de Stone. Una de las claves de la supervivencia de los árboles más viejos, cree Stahle, es que tienen un cierto «factor nudoso» que les resta valor a ojos del maderista. Los árboles que encuentran así lo confirman. Lucen un pie hipertrofiado y estriado, adornado con nudos del tamaño de una mesa. La copa del primero está partida y desgarrada, rota por alguna tormenta implacable y recrecida de forma estrambótica. El tronco del segundo se divide a 15 metros de altura en dos partes que a partir de ahí se enroscan como los cuellos de unos flamencos gigantes. El último tiene una oquedad que en su día cobijó a un oso negro lo bastante grande como para dejar arañazos a dos metros del suelo. Aunque no puede extraer testigos del árbol hueco, Stahle calcula que podría ser tan viejo como los otros dos, que tienen al menos 1.000 años.

«Es lo que tienen los árboles viejos. Las especies que llevan mucho tiempo con nosotros deben adaptarse.

—Julie Moore, BIÓLOGA

 

Estructuras leñosas
Mac Stone

Se ignora el motivo exacto de que a los cipreses de los pantanos les crezcan las famosas estructuras leñosas llamadas «rodillas». Pero esta sirve de lugar de reposo para una tortuga mordedora en el río Suwannee de Florida.

«Es lo que tienen los árboles viejos –dice Julie Moore, bióloga jubilada del Servicio de Pesca y Vida Salvaje de Estados Unidos que puso a Stahle sobre la pista del río Black a principios de los años ochenta–. No habrían vivido tanto si no hubiesen podido soportarlo. Las especies que llevan mucho tiempo con nosotros deben adaptarse».

Muchas de esas adaptaciones podrían tener un valor incalculable para el ser humano en un mundo más cálido, más seco y más tormentoso. Un estudio descubrió que incluso los cipreses jóvenes resisten meses bajo 10 metros de agua de inundación, mientras sus troncos, sus «rodillas» y los suelos pantanosos que rodean sus raíces absorben como una esponja el agua de los temporales y el carbono. Stahle ha demostrado que pueden sobrevivir a sequías de décadas de duración, y otros expertos han determinado que pueden contribuir a reponer las aguas subterráneas e incluso filtrar algunos contaminantes. Por su gran tolerancia a la salinidad, suelen ser los últimos árboles en desaparecer de los bosques fantasma. Pero lo que los hace realmente únicos es su capacidad de sobrevivir a los temporales más violentos del planeta. 

 

Resistencia
Mac Stone

Un pez gato de cabeza plana se mantiene sobre un nido de huevos, por más que el río Black se retire a su alrededor. Los cipreses de los pantanos, y las demás especies con las que comparte hábitat, resisten inundaciones y sequías. Aparte de peces gato, en el río viven unas 30 especies raras, en peligro o amenazadas, muchas de ellas perfectamente adaptadas a estas condiciones extremas.

 

William Conner se presentó a una entrevista para un puesto de investigación en el Instituto Belle W. Baruch de Ecología Costera y Ciencias Forestales de la Universidad de Clemson en Georgetown, Carolina del Sur, 15 días después de que el huracán Hugo devastase el estado en 1989. Aquella tormenta de categoría 4 tocó tierra con vientos de casi 225 kilómetros por hora, devastó 1,7 millones de hectáreas de bosque y destruyó 15 millones de metros cúbicos de madera aserrable, cantidad suficiente para construir 660.000 viviendas.

«Cuando pasé con mi coche por el Bosque Nacional Francis Marion, todos los pinos estaban tumbados –me cuenta Conner, hoy profesor emérito del instituto–. Pero en las orillas de los ríos, los cipreses seguían en pie. Son increíblemente resistentes al viento, con sus contrafuertes, sus rodillas y sus sistemas radiculares entrelazados. En toda mi carrera solo he visto dos cipreses abatidos por el viento, y en ambos casos se trataba de árboles solitarios y aislados».

Todo lo anterior hace del ciprés de los pantanos una opción excelente para la restauración ecológica en lugares como Luisiana, que en su día tal vez haya albergado los mayores cipresales del continente. Si el Katrina pudo inundar el 80 % de Nueva Orleans y su periferia, en gran parte fue porque la ciudad se construyó sobre antiguos pantanos de cipreses, talados y desecados, y acabó hundiéndose muchos metros por debajo del nivel del mar. Pero los colectivos conservacionistas han estado plantando cipreses sin descanso para restaurar las barreras que antes amortiguaban el efecto de los huracanes en la región, entre otras funciones beneficiosas. 

Pontchartrain Conservancy lleva plantados unos 92.000 árboles desde 2010. «Hemos conseguido entre un 65 y un 98 % de supervivencia dependiendo del sitio –explica Michael Hopkins, que dirige el programa de plantación de la organización conservacionista–. Algunos árboles ya tienen una altura de entre 9 y 12 metros. Cuando sean adultos maduros, podrán durar siglos, siempre y cuando tengan suficiente agua dulce». 

Pantanos de cipreses como hábitat
Mac Stone

Un oso negro de Florida se rasca el lomo contra un tronco en el Santuario del Pantano de Corkscrew, protegido por la National Audubon Society y uno de los últimos cipresales vírgenes que quedan en Estados Unidos. Creado en 1954, el refugio fue uno de los primeros en los que se reconoció la importancia de los pantanos de cipreses como hábitat para la vida salvaje.

 

Las sombrasse alargan sobre el río Black, y Stahle, Robbins y Stone reman de nuevo hacia la arboleda de Three Sisters para acampar en un banco de arena donde un bosquecillo de cipreses centenarios impide ver las estrellas. Cuando Stahle identificó los primeros árboles de la época romana a mediados de los años ochenta, Nature Conservancy empezó a comprar tierras y servidumbres de conservación en torno a la arboleda. Hoy posee casi 7.000 hectáreas en las márgenes del río Black, incluida la zona de los árboles más viejos. Stahle no cree que sea suficiente.

«Están a dos metros de altitud, cerca de la costa, lo que significa que están amenazados [por la subida del nivel del mar] –afirma–. A esa altura hablamos de perder ciudades, y no lo podemos permitir. Pero hasta los pequeños restos de bosque primario que quedan pueden ser el meollo de un plan más amplio de restauración del ecosistema. Me gustaría verlo protegido como reserva o monumento nacional». Cita como ejemplo la fundación del Parque Nacional Congaree de Carolina del Sur.

El valor de los pantanos
Mac Stone

Un aligátor toma el sol entre tupelos y cipreses centenarios en el Bosque Francis Beidler de la National Audubon Society, en Carolina del Sur. Los pantanos que antes se consideraban eriales son ahora tesoros nacionales que dan cobijo a especies raras y ayudan a controlar las inundaciones y la contaminación de las cuencas hidrográficas.

Uno de los árboles más antiguos de la Tierra se yergue a 30 metros de distancia, como ha hecho a lo largo de 2.600 años de tribulaciones. Su copa vencida está salpicada de helechos de resurrección, así llamados, explica Stahle, porque pueden perder casi toda el agua de sus tejidos durante la sequía, volverse tan grises que se dan por muertos, y de pronto resurgir como si nada con las primeras lluvias. Parecen un compañero apropiado para este longevo miembro de una especie conocida como «el árbol eterno», que con cuidado y conservación podría ayudarnos a adaptarnos a un mundo más cálido y tormentoso.

----

Joel K. Bourne, Jr., colaborador habitual de National Geographic, es un galardonado escritor especializado en temas medioambientales.

----

La entidad sin ánimo de lucro National Geographic Society, que promueve la conservación de los recursos de la Tierra, ha ayudado a financiar este artículo.

----

Este artículo pertenece al número de Noviembre de 2023 de la revista National Geographic.