No hay lengua humana capaz de describirla», se maravillaba el consumado viajero Ibn Battuta cuando visitó Jerusalén en 1326. «Se trata de uno de los más portentosos, perfectos y sorprendentes edificios por su forma», escribió.

Desde hace más de 13 siglos, la Cúpula de la Roca es la joya de la corona de la acrópolis sagrada de Jerusalén, una explanada conocida por judíos y cristianos como el monte del Templo y por los musulmanes como el Haram al-Sharif, «El Noble Santuario». Como el edificio más antiguo del islam, la cúpula se sitúa al nivel de la vecina iglesia del Santo Sepulcro en importancia espiritual y del Taj Mahal en cuanto a elegancia. Una geometría simple vestida de materiales suntuosos confiere a esta estructura emblemática un atractivo atemporal.

 

Al-Aqsa
Ziyah Gafić

La estudiante de intercambio Ayaan Kindon, británica de origen somalí, es una de los muchos musulmanes de todo el mundo que acuden a Jerusalén atraídos por el complejo de Al-Aqsa.

Es una fría mañana de invierno y el santuario se llena poco a poco de mujeres envueltas en largos abrigos y hiyabs. Se sientan sobre la mullida moqueta roja y dorada, solas o formando pequeños grupos para estudiar el Corán. Los hombres acuden en masa a la mezquita Al-Aqsa, a un centenar de metros más al sur y mucho más grande, pero este sereno espacio es dominio principalmente de mujeres y niños musulmanes.

Sirin Karim, una maestra de educación infantil de mediana edad y vestida de negro, señala con la mano el bloque de piedra que ocupa el centro del edificio.

 

El Pozo de las Almas
Ziyah Gafić

Una madre y sus hijas rezan en el Pozo de las Almas, una gruta situada debajo de la venerada piedra en la que se dice que los espíritus de los muertos esperan el juicio final.

«Aquí es donde Mahoma, la paz sea con él, ascendió al cielo para reunirse con todos los profetas, y adonde regresó con el mensaje de rezar cinco veces al día –dice–. También curó su tristeza. Y aquí es donde venimos para curar nuestra pena y aliviar el ánimo agitado».

La piedra santa es del color de la roca lunar y presenta una superficie tosca e irregular que marca un pronunciado contraste con el esplendor que la rodea. La circundan dos anillos concéntricos de columnas y pilares de mármol y pórfido que sostienen una cúpula de motivos fantásticamente intrincados. Inscripciones en árabe recorren sus muros, que están decorados con una de las colecciones de mosaicos medievales más grandes del mundo. Desde abajo, sus diminutas teselas vidriadas se concretan en exuberantes palmeras, uvas maduras y una fortuna en diademas y collares. De vez en cuando una paloma se cuela por alguna de las cuatro puertas abiertas y vuela en círculos por el espacio redondo.

 

Purificarse antes de rezar
Ziyah Gafić

Una mujer palestina posa delante de su casa, situada junto a la Bab al-Matarah, o Puerta de las Abluciones. Los musulmanes pasan por aquí para purificarse antes de rezar en la Cúpula de la Roca.

Una angosta y desgastada escalinata de mármol conduce a una gruta toscamente excavada bajo la roca, llamada el Pozo de las Almas. Según una tradición musulmana, por debajo de la cueva discurren las aguas del paraíso. Según algunos cristianos y judíos, la cueva oculta un pasadizo secreto lleno de objetos valiosos.

En 1911, unos buscadores de tesoros europeos se abrieron paso a base de sobornos hasta el interior de la cueva y cavaron en el suelo con la vana esperanza de encontrar la famosa Arca de la Alianza. Aquella profanación desencadenó semanas de disturbios. Setenta años después, altos rabinos israelíes abrieron un agujero en la base del Muro de las Lamentaciones y excavaron un túnel en dirección este para intentar localizar el objeto sagrado. Aquella búsqueda ilícita no produjo más que una escaramuza entre estudiantes rabínicos y guardias musulmanes, así como el temor a que estallase un conflicto en la región.

La Cúpula de la Roca ha sobrevivido milagrosamente a saqueadores, terremotos, luchas religiosas, invasiones cruentas y amenazas más prosaicas, como los excrementos de las palomas, que atascan los canalones, haciendo que el agua de lluvia se filtre por dentro de los muros. Su espectacular imagen adorna tazas de café, paños de cocina y salvapantallas, y en mezquitas, salas de estar y edificios públicos de todo el mundo hay fotos enmarcadas de su cúpula.

 

Rezos musulmanes
Ziyah Gafić

Solo los musulmanes pueden practicar el culto en la cúpula y las 14,4 hectáreas del complejo circundante de Al-Aqsa, una norma centenaria destinada a mantener la frágil paz de Jerusalén. Pero cada vez hay más judíos que exigen el derecho a rezar en la explanada y amenazan con cambiar esa tradición.

«Cerca de 2.000 millones de personas están conectadas a este lugar», me dice el jeque Omar Kiswani, director de este complejo religioso de 14,4 hectáreas, mientras conversamos en la soleada explanada de piedra que sostiene la cúpula como el engaste de una gema. «Cuando el profeta Mahoma descendió del cielo, por deseo de Dios, todos los profetas se congregaron aquí para rezar –añade el clérigo, extendiendo los brazos para abarcar los caminos, jardines, patios y edificios que se consideran una única e inmensa mezquita–. Por eso una oración aquí equivale a 500 oraciones en cualquier otro sitio».

«como si pelásemos una cebolla, debemos retirar las capas políticas que revisten el edificio para entender por qué y cómo se construyó». — Beatrice St. Laurent, HISTORIADORA DEL ARTE

Hoy la Cúpula de la Roca también ocupa el centro de una de las disputas geopolíticas más enconadas del planeta, y su domo dorado es frecuente telón de fondo de enfrentamientos violentos entre fieles palestinos y la policía israelí.

«Cualquier iglesia o sinagoga de Tierra Santa es un lugar de paz –dice Kiswani con un suspiro–. Pero aquí tenemos una zona de guerra».

Los musulmanes consideran que el santuario es el espacio más importante del islam después de La Meca y Medina; los palestinos lo honran como preciadísimo símbolo de su nación. Para muchos judíos religiosos, sin embargo, la estructura es una abominación condenada a ser demolida para hacer hueco a un nuevo templo judío. Algunos cristianos evangélicos insisten igualmente en que debe ser reemplazada por un templo nuevo para poner en marcha el regreso de Jesucristo. Esta mezcla tan volátil de creencias estremece a los políticos de la región, temerosos de que cualquier intento de volar el monumento desencadene una conflagración catastrófica.

Con todo, mientras que el Taj Mahal y el Santo Sepulcro tienen orígenes claros –fueron tumbas de personajes famosos–, el motivo de la construcción de la cúpula es fuente de debate e incerteza.

«Como si pelásemos una cebolla, debemos retirar las capas políticas que revisten el edificio para entender por qué y cómo se construyó», dice Beatrice St. Laurent, historiadora del arte de origen estadounidense que estudió el lugar durante 30 años con su colega palestino, Isam Awwad, fallecido en 2018. El resultado de las investigaciones del tándem ofrece una nueva e intrigante visión del misterioso santuario y del visionario líder musulmán que pudo haberlo construido.

 

La Puerta de los Algodoneros
Ziyah Gafić

La Puerta de los Algodoneros, una de las siete puertas que comunican la Ciudad Vieja de Jerusalén con el complejo de Al-Aqsa, data del siglo XIV. Las fuerzas de seguridad israelíes controlan todos los puntos de acceso, lo que a veces se traduce en protestas y enfrentamientos violentos.

 Seis siglos después de que los romanos destruyesen Jerusalén y el complejo del Templo Judío, la acrópolis era una ruina. Los cristianos bizantinos veían en aquella desolación la prueba de que su fe había triunfado sobre el judaísmo. Unos años después de que Mahoma muriese en Medina en el año 632 de nuestra era, un ejército musulmán se hizo con la ciudad más santa de la cristiandad sin oposición alguna. Cuando los nuevos gobernantes quisieron establecer su propio lugar de culto en Jerusalén, no tuvieron que dar muchas vueltas a la ubicación.

Una versión de los hechos cuenta que el suegro de Mahoma, Umar, retiró en persona la suciedad y los escombros y dejó al descubierto el afloramiento sagrado. Pasarían varias décadas hasta que se erigiese un edificio sobre aquel fragmento de venerado lecho rocoso. Según fuentes antiguas, los arquitectos fueron dos personas de Jerusalén: un teólogo musulmán llamado Raja ibn Haywa y un cristiano llamado Yazid ibn Salam.

No tuvieron que ir muy lejos para inspirarse. El Santo Sepulcro del siglo IV, con su enorme rotonda sobre lo que los cristianos consideran la tumba de Jesús, estaba al alcance de la vista. Y en la cercana Cesarea, en la costa del Mediterráneo, y a orillas del mar de Galilea, abundaban las iglesias de planta octogonal, un diseño con raíces en la antigua Roma.

 

Cementerio judío del monte de los Olivos
Ziyah Gafić

Desde este cementerio judío del monte de los Olivos, una prominencia que se alza al otro lado de la Ciudad Vieja de Jerusalén, se puede admirar en todo su esplendor la fulgurante cúpula dorada. Algunos extremistas judíos ven en este santuario islámico un monumento blasfemo que debe demolerse para hacer hueco a un templo restaurado.

En 1992, durante la ampliación de la autopista de Jerusalén a Belén, los obreros encontraron las ruinas de otro edificio octogonal. Rina Avner, de la Autoridad de Antigüedades de Israel, dirigió la excavación en un olivar adyacente a una gasolinera.

Avner llegó a la conclusión de que se trataba de la iglesia del Kathisma, o del Trono de María. Construida en el año 456, los anillos interior y exterior del templo rodean una roca del tamaño de un sofá en la que se dice que María, encinta de Jesús, descansó de camino a Belén. Avner cree que la iglesia, que se convirtió en un popular lugar de peregrinación para los primeros musulmanes, sirvió de modelo para la Cúpula de la Roca, cinco kilómetros al norte. «En aquel momento todavía podían compartirse los espacios sagrados cristianos –dice–, y su tradición y creencias se trasladaban al islam».

Los gobernantes musulmanes llevaron artesanos de lugares lejanos a jerusalén. El resultado fue una notable síntesis de tradiciones procedentes de los confines del imperio islámico.

 Pero la Cúpula de la Roca es mucho más que una copia más grandiosa de un santuario cristiano. En lugar de la austera fachada de la mayoría de las iglesias bizantinas, originalmente el santuario estaba revestido por fuera de mosaicos de vidrio que resplandecían al sol de Jerusalén. Las cuatro puertas, abiertas a los puntos cardinales, tampoco tienen precedentes evidentes en la región.

Donde sí existían palacios cupulados de cuádruple acceso e iglesias con mosaicos exteriores era a más de 1.500 kilómetros al sur, en el próspero reino de Saba, en el sudoeste de Arabia, apuntan St. Laurent, formada en Harvard, y Awwad, veterano arquitecto jefe y conservador del Noble Santuario. Señalan también que los ricos mosaicos muestran la influencia oriental del Imperio sasánida, situado en lo que hoy es Iraq e Irán.

 

Pozo de las Almas
Ziyah Gafić

Unas mujeres acceden a la escalinata que conduce al Pozo de las Almas, que se abre bajo la roca sagrada. Paneles de mármol, ricos dorados y mosaicos de vidrio probablemente obra de artesanos persas embellecen el interior del santuario. Las inscripciones en árabe proclaman la primacía de Alá y desdeñan la doctrina cristiana de la Trinidad.

Estas influencias sugieren que los gobernantes musulmanes llevaron artesanos de lugares lejanos a Jerusalén. Los constructores también hicieron acopio de piedras y columnas de las ruinas judías, romanas y bizantinas de Jerusalén para incorporarlas a la estructura. El resultado fue una notable síntesis de tradiciones procedentes de los confines de un Imperio islámico en rápida expansión.

Una vez terminada, la cúpula fue durante un tiempo escenario de complejos rituales. Los primeros cronistas hablan de oficiantes envueltos en lujosas túnicas que ungían la roca con un aceite dorado de azafrán, almizcle y ámbar gris. Otros perfumaban el ambiente con incensarios, cuyo humo se extendía por la ciudad a modo de llamada a la oración y atraía peregrinos y comerciantes a dar vueltas a la roca, una práctica que quizás hunda sus raíces en tradiciones árabes preislámicas.

 

Reformas
Ziyah Gafić

Muchas partes del antiguo santuario se han sustituido en tiempos modernos. Los azulejos exteriores son de la década de 1960; la cúpula dorada, de la de 1990. El chapado en oro era tan cegador bajo el intenso sol de Jerusalén que hubo que tratarlo para atenuar su brillo. 

Pero ¿por qué invirtieron los líderes musulmanes tanto tiempo, esfuerzo y dinero en este santuario ricamente ornamentado? Para los creyentes de hoy, como la maestra Karim y el jeque Kiswani, porque celebra el viaje del Profeta a los cielos. Pero los escasos textos contemporáneos a la construcción de la cúpula no mencionan ese vínculo.

Hay quien sostiene que la nueva dinastía omeya, establecida en 661, pretendía reforzar el prestigio de Jerusalén en detrimento de La Meca, centro de poder de sus enemigos políticos. La Cúpula de la Roca, según esta tesis, se diseñó para rivalizar con la Kaaba, santuario fundado sobre una piedra sagrada en torno a la cual dan vueltas los peregrinos musulmanes. Otros insisten en que la cúpula afirmó la presencia del islam en lo que a la sazón era una ciudad de clara mayoría cristiana (su domo tiene casi las mismas dimensiones que la cúpula mayor del Santo Sepulcro).

 

Zona de guerra
Ziyah Gafić

El jeque Omar Kiswani, director del complejo de Al-Aqsa, casa a una pareja (vestida de blanco) en una ceremonia celebrada en el interior de la Cúpula de la Roca. «Cualquier iglesia o sinagoga de Tierra Santa es un lugar de paz –afirma–. Pero aquí tenemos una zona de guerra».

Lo que es seguro es que el edificio rinde homenaje a la roca que ocupa su corazón. Además de ser escenario de la ascensión mística de Mahoma, se afirma que marca el lugar donde fue creado Adán, donde Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac y donde los muertos serán juzgados al final de los tiempos. Hay quien dice que es el sanctasanctórum de los desaparecidos santuarios judíos. El Corán menciona a Salomón, y es posible que los gobernantes omeyas deseasen venerar una piedra que muchos asociaban con aquel rey sabio. Cuando en 1099 los cruzados conquistaron Jerusalén, creyeron que la cúpula era el templo de Salomón y la convirtieron en iglesia.

 

Conflictos y dramas políticos
Ziyah Gafić

Un padre y su hijo descansan rodeados del esplendor de la cúpula. Los conservadores tienen grandes dificultades para mantener este edificio envejecido, en el que arreglar una gotera o renovar la moqueta puede degenerar en un drama político.

 Hasta hace poco tiempo, la prueba principal para determinar la fecha de construcción de la cúpula y la identidad de su principal mecenas era una inscripción localizada en una de las arcadas del edificio. Las letras del mosaico recogen el año 691 y probablemente el nombre del califa omeya Abd al-Malik, que reinaba en aquel momento, aunque su nombre fue sustituido por el de un gobernante posterior ávido de atribuirse el mérito. Durante mucho tiempo se creyó, pues, que el fundador del edificio fue Abd al-Malik y que en el año 691 se inició, o concluyó, la obra.

Sin embargo, a principios de la década de 1990 se presentó una oportunidad de oro –en sentido literal– para saber más, cuándo la cúpula necesitó reparaciones urgentes tras la chapucera reforma realizada por un equipo egipcio en la década de 1960. Aunque Israel controla la seguridad de la acrópolis, el monarca de Jordania sigue siendo el custodio del lugar santo. El rey Hussein vendió su casa londinense para recaudar 8,2 millones de dólares con los que adquirir 80 kilos de chapa de oro de 24 quilates para dorar el exterior de la cúpula. También se sustituyeron las reparaciones modernas de aluminio y hormigón por materiales tradicionales, como vigas de caoba y planchas de plomo.

Símbolo de independencia palestina
Ziyah Gafić

Un grupo de palestinos se manifiesta en los escalones que conducen a la cúpula, convertida en potente símbolo de la causa independentista palestina, comparable al vínculo de los judíos con el cercano Muro de las Lamentaciones.

Awwad dirigió la restauración de los años noventa y autorizó a St. Laurent a documentar el proceso. Aprovechando aquella oportunidad excepcional, los dos expertos examinaron el edificio desde los cimientos hasta el pináculo, arrastrándose entre las vigas, escudriñando más de mil fotos antiguas y localizando materiales desechados de reformas anteriores.

Uno de los hallazgos más curiosos fue que la famosa inscripción se colocó sobre unos mosaicos anteriores. Sobre la base de esa y otras pruebas, St. Laurent y Awwad sostienen que el primer patrocinador del edificio fue un predecesor de Abd al-Malik, el controvertido fundador de la dinastía omeya Muawiya. Hijo de un mercader que se convirtió en uno de los escribas de Mahoma, Muawiya fue, según un historiador islámico, un «oportunista brillante y astuto» que llegó a gobernador de Siria, región a la que pertenecía Jerusalén, cuando estallaron las luchas entre cabecillas del incipiente imperio. El conflicto dividió a la comunidad islámica en lo que hoy llamamos sunníes y chiíes.

 

Muro de las Lamentaciones
Ziyah Gafić

Unos judíos contemplan un tramo del Muro de las Lamentaciones, vestigio del complejo del Templo Judío que las fuerzas romanas arrasaron en el año 70 de nuestra era. Más allá se yergue la cúpula que muchos judíos y cristianos creen erigida en el solar del antiguo Templo Judío.

Tras el asesinato de su rival en 661, Muawiya emprendió un monumental programa de construcción que incluyó la reparación de los muros y las puertas del Noble Santuario. St. Laurent y Awwad sostienen que la Cúpula de la Roca formó parte de aquel proyecto faraónico y que se diseñó como sede del poder real además de con fines religiosos. «Idéntica a las coronas de sus mosaicos», señala St. Laurent a propósito de la forma geométrica del edificio y su exterior enjoyado.

La afirmación más polémica es que Durante un período de tolerancia religiosa el santuario estuvo Abierto a otras confesiones.

Su afirmación más polémica es que el santuario estuvo abierto no solo a los musulmanes, sino también a los judíos, cristianos y zoroastrianos durante lo que St. Laurent denomina «un período de inclusividad». Como jefe de los fieles, Muawiya hizo valer su papel de líder de todas las fes monoteístas. Que los nuevos gobernantes islámicos permitieron el retorno de los judíos y el culto cristiano está recogido en documentos de la época, lo que apoya la idea de un efímero capítulo de algo que iba más allá de la mera tolerancia religiosa. Desde esta óptica, según St. Laurent, la cúpula era la corona de «la visión de unidad de Muawiya».

 

En la moderna Ciudad Santa no hay atisbo de aquella armonía.
En 1984, animado por un mentor extremista, Yehuda Etzion reunió 300 kilos de dinamita robada y unos cuantos judíos ultranacionalistas como él con el objetivo de volar la cúpula. «Había que hacerlo –me dice con tranquilidad cuando lo visito en su casa, en un asentamiento fuertemente vigilado de Cisjordania–. Era la única manera de que se construyese el tercer templo». Muchos judíos creen que la cúpula se erige en el emplazamiento de los dos templos anteriores. Un informante dio el soplo a la policía antes de que el grupo pudiera actuar y Etzion cumplió cinco años de cárcel por conspiración.

Otros atentados tuvieron más éxito. En 1982, un recluta del Ejército israelí procedente de Baltimore entró a tiros en el santuario; dejó dos muertos y varios heridos graves. El waqf de Jerusalén, la fundación islámica que supervisa los lugares santos musulmanes de la ciudad, afirma tener constancia de decenas de intentos de dañar o destruir el edificio por parte de extremistas judíos.

 

Moldeada por la fe

Etzion insiste ahora en que la cúpula solo puede demolerse previo acuerdo con el waqf, escenario más que dudoso. Pero su idea ha pasado de ser una excentricidad a dominar el discurso general. Líderes religiosos y políticos judíos que en el pasado evitaban el tema de demoler el santuario hablan hoy abiertamente de erigir el tercer templo judío. Mientras tanto, no para de aumentar la cifra de judíos religiosos que exigen el derecho a orar en la explanada, restringida desde hace años al culto musulmán, una medida israelí que se tomó para evitar fricciones entre los fieles de las dos religiones.

Estos judíos llevan varios años tanteando los límites de esa restricción, deambulando por el recinto en grupos protegidos por la policía israelí. Y en el nuevo Gobierno derechista de Israel hay varios ministros deseosos de permitir la oración judía en la acrópolis, lo que aumenta las tensiones.

El pasado mes de abril la policía irrumpió dos veces en la mezquita Al-Aqsa durante el Ramadán, destrozando puertas y ventanas, disparando balas de goma e hiriendo a 12 personas, según ellos para reducir a unos alborotadores armados con fuegos artificiales que se habían atrincherado dentro. Pero sus acciones fueron condenadas por las naciones árabes y los musulmanes de todo el mundo.

 

Siglos de historia 1

 

Siglos de historia 2

 

Mucha menos cobertura mediática recibe otra crisis más silenciosa. En 2016, el hijo y sucesor de Hussein, el rey Abdalá II, inició un proyecto multimillonario para solucionar los graves problemas que afectaban el interior de la Cúpula de la Roca, como mosaicos combados, yesos desconchados o maderas podridas, consecuencia de las goteras de la cubierta en los años sesenta o de las filtraciones ocurridas cuando los 48 canalones originales quedaron cegados con excremento de paloma.

Los avances son lentos. Las autoridades jordanas y de Al-Aqsa culpan a la policía israelí, que controla todo lo que entra por las puertas.

«¡Meten las narices en todo lo que hacemos! –exclama Bassam al-Hallaq, jefe del departamento de restauración del monumento, cuando conversamos junto a la barandilla baja de madera que rodea la roca–. Todos los días tengo algún problema». Señala con el dedo una zona en la que la pintura marrón se ha pelado. «Quiero pintarla del mismo color, pero no consigo el permiso».

Roca sagrada
Ziyah Gafić

La roca sagrada bajo la cúpula es una losa de piedra caliza rugosa e irregular más pequeña que una pista de voleibol.

 

Cuando en 2019 quiso sustituir una baldosa caída, fue esposado y retenido más de seis horas en una comisaría. La policía israelí declinó hacer comentarios sobre estas acusaciones, pero habida cuenta del tensionamiento de las relaciones entre judíos y musulmanes de Jerusalén es probable que cada vez se registren más dificultades para reparar y mantener la antigua estructura.

 El sol inunda el monte de los Olivos poco después del alba, cuando me reúno con Hanady Halawani ante una de las puertas de la explanada. Baja y menuda, Halawani participa en una iniciativa que busca convertir la cúpula en un centro de enseñanza coránica para palestinas. «Empezamos con 50 alumnas y siete maestras –me cuenta–, y ahora tenemos 17 maestras y 650 alumnas. ¡Todas mujeres!». Para ella, el aprendizaje religioso y el activismo político están interconectados. «Al-Aqsa es un lugar de culto. Estando presentes en él lo protegemos de los ocupantes».

 

Hanady Halawani
Ziyah Gafić

Las fuerzas de seguridad israelíes han prohibido en repetidas ocasiones el acceso al complejo de Al-Aqsa a la activista y profesora del Corán Hanady Halawani. 

Las autoridades israelíes, recelosas de sus iniciativas de organización, le han vedado repetidamente el acceso al lugar sagrado, razón por la que nos vemos fuera del recinto. Me cuenta que la han detenido en 67 ocasiones y que ha estado 13 veces en la cárcel, tres de ellas en una celda de aislamiento. Mientras charlamos, mira nerviosa a los policías israelíes armados que pasan a nuestro lado.

En las últimas décadas la cúpula se ha convertido en un potente «símbolo tanto nacional como religioso» para los palestinos, explica el filósofo palestino Sari Nusseibeh. En su oficina al norte de la Ciudad Vieja, afirma que la cúpula conserva su poder como punto «de unión entre el cielo y la tierra». Pero le preocupa que la mezcla de política y fe en ambos bandos sea cada vez más volátil. «La gente se está volviendo más religiosa», afirma. Mientras tanto, los extremismos políticos también ganan fuerza. «Da miedo pensar en el futuro».

Cuando vuelvo al complejo, dos docenas de judíos religiosos pastoreados por policías israelíes armados están recorriendo el perímetro, algunos inclinándose y tocándose la frente en señal de oración. Me descalzo y entro en la cúpula, donde me topo con Fatah Kayem y sus dos hijos, Ibrahim y Muhamad, paseando por el apacible espacio.

«Es santo porque aquí es donde vino el Profeta –me dice este contable de 51 años–. Y también decimos que está en el corazón de la capital del Estado palestino. Venimos aquí a rezar para que Dios acabe con todas las injusticias».

Mientras habla, dos palomas revolotean en el espacio cavernoso, buscando una salida. Abajo, la roca se yergue como testigo mudo de un pasado turbulento, así como de un futuro incierto.

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Andrew Lawler es el autor de Under Jerusalem: The Buried History of the World’s Most Contested City. El fotoperiodista Ziyah Gafić centra su trabajo en las comunidades musulmanas de todo el mundo.

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Este artículo pertenece al número de Octubre de 2023 de la revista National Geographic.