El descubrimiento saltó a los titulares de todo el mundo cuando se anunció en julio de 2018: un equipo de arqueólogos acaba de exhumar una «funeraria» del antiguo Egipto bajo las arenas de Saqqara, una enorme necrópolis a orillas del Nilo, a unos 20 kilómetros al sur de El Cairo.
En los dos años transcurridos desde entonces, el análisis de los hallazgos y los nuevos descubrimientos en un pozo vecino lleno de tumbas han ofrecido mucha información sobre el negocio funerario en el antiguo Egipto. Durante siglos, la actividad arqueológica en la tierra de los faraones se centró en descubrir inscripciones y objetos de tumbas regias, y no en los detalles de la vida cotidiana. Probablemente hubo talleres de momificación en las necrópolis de todo Egipto, pero muchos pasaron inadvertidos por generaciones de excavadores ansiosos por alcanzar las tumbas subyacentes.
Hoy, con los hallazgos de Saqqara, el panorama está cambiando a medida que por fin se desentierran y documentan al detalle las pruebas arqueológicas de un potente sector de servicios fúnebres. «Los restos que hemos sacado a la luz revelan que los embalsamadores tenían un excelente sentido comercial –dice Ramadan Hussein, egiptólogo de la Universidad de Tubinga, en Alemania–. Se les daba bien ofrecer diferentes opciones». ¿La máscara mortuoria de oro y plata se le pasa de precio? Eche un vistazo a la opción de «yeso blanco y pan de oro», apunta Hussein. ¿No se puede permitir almacenar sus vísceras en vasijas de lustroso alabastro egipcio? ¿Qué le parece un excelente juego de arcilla pintada? «Habíamos leído sobre este asunto en los textos [antiguos] –explica Hussein–, pero ahora podemos contextualizar plenamente el negocio funerario».
Hussein empezó a trabajar en Saqqara en 2016; buscaba tumbas enterradas a gran profundidad que databan aproximadamente del año 600 a.C. Los primeros egiptólogos habían hecho caso omiso de estos pozos del yacimiento, pues ponían sus miras en enterramientos de períodos más antiguos de la historia de Egipto. La labor de su equipo se describe en una reciente serie de cuatro capítulos de National Geographic, El reino de las momias egipcias. Mientras sondeaba una zona que llevaba sin explorarse desde finales del siglo XIX, Hussein y su equipo descubrieron un pozo excavado en el lecho de roca que estaba lleno de arena y cascotes.
Foto: Piers Leigh
Tras retirar 38 toneladas de arena, los arqueólogos llegaron al fondo del pozo de 12 metros y encontraron una amplia cámara de techos altos, también cegada con arena y piedras que hubo que extraer. Entre los escombros había miles de fragmentos de cerámica. La excavación se prolongó meses.
Cuando la cámara quedó por fin vacía, el equipo descubrió con sorpresa que no se trataba de una tumba. La sala presentaba una zona elevada a modo de mesa y unos canales no demasiado profundos tallados en el suelo de roca a lo largo de una de las paredes. En un rincón, un recipiente del tamaño de un barril contenía carbón, cenizas y arena negra. Un túnel más antiguo –parte de una red de pasadizos que horada el subsuelo rocoso de Saqqara– permitía la circulación de aire fresco.
Foto: Piers Leigh
Aquellos indicios sugerían a Hussein que la cámara había sido un taller de momificación, debidamente equipado con su incensario de tamaño industrial, canales de drenaje para canalizar los fluidos corporales y un sistema de ventilación. «Si realizas evisceraciones en un subterráneo como ese, necesitas que circule el aire para evitar que haya insectos –dice Hussein–. La manipulación de cadáveres exige una ventilación constante».
A lo largo del año pasado, los expertos en cerámica lograron ensamblar los fragmentos y reconstruir cientos de pequeños cuencos y jarras, cada uno de ellos con su pertinente rótulo. «Hasta el último recipiente o cuenco lleva el nombre de lo que contenía» y la fase del proceso de embalsamamiento en la que se utilizaba, explica Hussein. «Las instrucciones aparecen escritas directamente en los objetos».
El hallazgo ha sido una bendición para los estudiosos de las prácticas funerarias del antiguo Egipto porque ofrece una visión única de los ritos sagrados –y las realidades prosaicas– de la momificación. Aunque existe abundante documentación sobre este sofisticado procedimiento en las fuentes antiguas, e incluso representaciones plásticas en muros de tumbas egipcias, hasta ahora no ha sido fácil localizar pruebas arqueológicas.
Foto: Bianca Zamfira
«Hay muy pocos talleres de momificación excavados en condiciones –afirma Dietrich Raue, conservador del Museo Egipcio de la Universidad de Leipzig–. Por eso tenemos una gran laguna de conocimiento al respecto». Los descubrimientos de Saqqara están contribuyendo a suplir esa carencia, añade Hussein. «Por primera vez podemos hablar de la arqueología del embalsamamiento».
Para los antiguos egipcios, convencidos de que el cadáver debía seguir intacto para albergar el alma en la otra vida, el embalsamamiento era una mezcla de rito sacro y procedimiento médico, un ritual cuidadosamente orquestado, con ritos y rezos específicos para cada uno de los 70 días que se tardaba en momificar un muerto.
En primer lugar se extirpaban los órganos internos y se colocaban en unos recipientes llamados vasos canopos. A continuación el cadáver se desecaba utilizando sales especiales, como el natrón. Después se ungía el cuerpo con aceites aromáticos y se envolvía en paños, en cuyos pliegues se introducían amuletos y sortilegios. Por último se daba descanso a la momia en el interior de su sepultura, surtida de las provisiones de ultratumba más lujosas que permitiese el presupuesto de cada uno.
Ilustración: Shadow Industries
Las colosales pirámides de los faraones y el oro cegador de la tumba de Tutankamón son archiconocidos recordatorios de las inversiones desorbitadas que los egipcios ricos hacían para garantizarse una eternidad con todas las comodidades. «Esta era una industria importantísima», afirma Hussein.
Pero el viaje de una momia no concluía con el embalsamamiento y la sepultura, como tampoco terminaba ahí la fuente de ingresos. Además de oficiar como sacerdotes y enterradores, los embalsamadores del antiguo Egipto hacían también las veces de agentes inmobiliarios. Aunque a los faraones y la élite egipcia se los momificaba y depositaba en ataúdes ricamente decorados dentro de tumbas espaciosas surtidas con ajuares funerarios, la investigación de Hussein demuestra que los sepultureros de entonces ofrecían paquetes económicos para adecuarse a todos los presupuestos. En la jerga comercial actual se diría que eran negocios integrados verticalmente, que ofrecían todos los servicios, desde la evisceración del cadáver hasta el cuidado y mantenimiento de las almas de los difuntos, todo ello, claro está, a precios de catálogo.
A unos pasos del taller de momificación de Saqqara los arqueólogos descubrieron un segundo pozo que conducía a un complejo de seis tumbas con más de 50 momias en su interior. En el fondo del pozo –a 30 metros de profundidad, donde el espacio era más caro por su proximidad al inframundo–, los enterramientos eran especialmente sofisticados. Entre ellos, el de una mujer que yacía en un sarcófago de caliza de casi siete toneladas de peso. En una cámara vecina reposaba otra mujer con el rostro cubierto por una máscara de oro y plata. Hacía más de 50 años que no se descubría en Egipto una máscara de esas características.
Foto: Will Churchill
Pero el complejo también acogía a egipcios de clase media o trabajadora, inhumados en sencillos ataúdes de madera o simplemente envueltos en paños y depositados en fosas de arena. Con herramientas de cartografía 3D, Hussein ha logrado reconstruir la disposición de los enterramientos. Sus hallazgos confirman el contenido de los papiros recuperados en Saqqara hace más de un siglo, según los cuales los embalsamadores con visión de negocio alojaban decenas de cadáveres en el pozo de enterramiento y después cobraban tasas o trocaban terrenos a cambio de ocuparse del mantenimiento espiritual de cada momia.
La sociedad del antiguo Egipto contaba con una clase sacerdotal dedicada al cuidado espiritual de los difuntos. Entre sus competencias figuraba el mantenimiento de las tumbas y la oración por sus ocupantes. Algunos sacerdotes eran propietarios de decenas de tumbas, en cada una de las cuales amontonaban cientos de momias. «La gente debía llevar ofrendas semanales a los muertos para mantenerlos vivos –dice Koen Donker van Heel, egiptólogo de la Universidad de Leiden que lleva años estudiando los contratos firmados por los sacerdotes y las familias de los difuntos–. Los muertos son un negocio. A eso se resume».
Por primera vez hay pruebas arqueológicas que confirman lo que hasta ahora eran teorías basadas en inscripciones y documentos legales milenarios. Ahí estriba la excepcionalidad de la excavación de Saqqara. Se inscribe en el cambio de rumbo que vive la egiptología: los investigadores se afanan en estudiar mejor los detalles que iluminan la existencia de los egipcios de a pie, en vez de limitarse a las tumbas más espectaculares.
«Ramadan está obteniendo gran cantidad de información que había quedado olvidada –dice Dietrich Raue–. En la superficie había toda una infraestructura que se retiró sin documentarse». Esto significa que el futuro podría deparar más hallazgos similares. Repasando informes de excavación antiguos, Hussein se percató de que el pozo que conducía al taller de momificación distaba menos de un metro del punto en que se habían detenido las excavaciones franco-egipcias en 1899. La cámara y todo lo que contenía estaba oculto por la arena que había sido paleada sin miramientos. «Quizá tendríamos que volver a los yacimientos explorados en el siglo XIX y principios del XX y excavarlos otra vez», concluye Hussein.
Foto: Piers Leigh
Foto: Piers Leigh
Foto: Barney Rowe
Foto: Piers Leigh
Foto: Piers Leigh
Este artículo pertenece al número 472 de la revista National Geographic.