Llevamos una eternidad calzando zapatos altos. Las antiguas romanas y griegas llevaban sandalias de suela gruesa. Con los qabaqib, o zuecos de madera, los pies se mantenían alejados del suelo mojado en los baños del Imperio otomano. 

Pero el rascacielos del calzado fue sin duda el chapín, que usaban las nobles venecianas a finales del siglo XVI. El ejemplo más alto que conocemos de este zapato de plataforma (izquierda), hoy custodiado en el Museo Stefano Bardini de Florencia, se lleva la palma con sus 55 centímetros. Otro no tan vertiginoso, pero no menos impresionante (centro), podrá admirarse en el Museo de Bellas Artes de Boston del 9 de septiembre al 7 de enero.

Los chapines venecianos no estaban diseñados para verse, dice Elizabeth Semmelhack, directora del Museo Bata del Calzado, en Toronto (que también exhibe un chapín). Se ocultaban bajo las sayas de las usuarias. Cuanto más alto era el zapato, más larga era la falda, y con ello mayor lucimiento de los suntuosos tejidos que proclamaban la riqueza familiar y alimentaban la economía veneciana.

Las novias que se enfrentaban a estos zapatos por primera vez recurrían a un maestro de ballet que les enseñase a caminar con ellos. Pero los chapines muy altos requerían el apoyo de un ayudante a cada lado de la dama, que avanzaba «como la carroza de un desfile», añade Semmelhack.

Para aquellas damas «elevadas» flanqueadas por muletas humanas, los chapines eran una marca de estatus… como hoy lo son unos tacones de Manolo Blahnik.

Este artículo pertenece al número de Septiembre de 2023 de la revista National Geographic.