A quienes no les gustan las matemáticas, quizá las tilden de difíciles, abstractas, rígidas, aburridas. Pero para sus admiradores son fascinantes, creativas, incluso una forma de arte, y sus lienzos son pizarras cubiertas de signos, una singular mezcla de terapia e ingenio conocida como trabajo de pizarra.
La fotógrafa Jessica Wynne conoció la belleza de las matemáticas gracias a los vecinos de su casa de verano en Cape Cod, Massachusetts. Ambos son matemáticos teóricos, y cuando recibían a sus amigos –también matemáticos teóricos–, Wynne descubrió que se dedicaban a comunicar ideas complejas y resolver problemas abstrusos a golpe de tiza. Se valían de las pizarras para colaborar, discutir y, sobre todo, para explorar los límites de las matemáticas conocidas. Algunos lo describían como una forma de meditación.
¿Obsoletas? Ni mucho menos. Las pizarras no caducan, siguen siendo una herramienta para resolver los problemas más complejos
En un mundo plagado de papel, pizarras blancas para rotuladores y pantallas digitales, ¿por qué utilizar la tiza? «Eso es como preguntar a un pintor por qué pinta con óleos», dice Wynne. Pero también hay ventajas prácticas, añade. Los rotuladores de pizarra blanca manchan la ropa y las manos. Además, no hay que olvidar el sonido de la tiza y la sensación de escribir o dibujar con ella: un toque suave y rítmico, casi como un metrónomo. Un matemático de la Universidad de Chicago juró que si el departamento de matemáticas sustituía las pizarras tradicionales por las blancas, el profesorado se rebelaría.
Los dilemas de la matemática teórica van mucho más allá de hallar la incógnita o resolver una ecuación de segundo grado. Algunos matemáticos tratan de encontrar nuevas verdades universales, al igual que Arquímedes descubrió el número pi y Pitágoras definió el triángulo rectángulo. El trabajo de pizarra también puede ser un fin en sí mismo: un lugar donde registrar los pensamientos propios, sin prisas. Wynne fotografió en la Universidad Yale, en Connecticut, una pizarra abarrotada de anotaciones, en la que el profesor había escrito en una esquina: «Por favor, no borrar». Llevaba intacta cinco años.
----
Imágenes vía Edwynn Houk Gallery
Este artículo pertenece al número de Agosto de 2021 de la revista National Geographic.