Ensayos en la Tierra
Dan Winters

Antes de que Artemis envíe seres humanos a la superficie lunar, la NASA llevará a cabo ensayos en la Tierra que reproduzcan con la máxima fidelidad el entorno de nuestro satélite. Cuando el pasado mes de octubre simularon paseos lunares, los astronautas Drew Feustel (a la izquierda) y Zena Cardman vestían sendos trajes de entrenamiento de más de 36 kilos de peso para simular la amplitud de movimiento y el peso de un traje real en la gravedad lunar.

"¡Me encanta cuando se convierte en una estrella!" exclamó Christina Koch. La astronauta de la NASA y otros tres colegas, ataviados con trajes de vuelo azul, contemplaban el cielo nocturno desde una loma del Centro Espacial Kennedy de Florida mientras el cohete más potente lanzado hasta ese momento se convertía en una mota de luz.

 

Maqueta a escala
Dan Winters

El programa lunar Artemis lanzará a sus tripulaciones al espacio con un cohete llamado Sistema de Lanzamiento Espacial (SLS, por sus iniciales en inglés).
La NASA realizó las pruebas aerodinámicas previas del SLS con esta maqueta a escala 1:250 en un túnel de viento de 35,5 centímetros de ancho del Centro de Vuelo Espacial Marshall de Huntsville, en Alabama. Este túnel también se utilizó para el diseño del transbordador espacial y el cohete Saturn V del programa Apolo.

Minutos antes, a la 1:47 de la madrugada del 16 de noviembre de 2022, había despegado la máquina voladora de 32 pisos de altura conocida por el más bien prosaico nombre de Sistema de Lanzamiento Espacial (SLS). Vista a través de mis prismáticos, la anaranjada columna de escape del cohete era casi cegadora. Cada embate de sus 39.100 kilonewtons de empuje –el equivalente a 31 jumbos– resonaba dentro de mis pulmones.

Aquel cohete colosal que se alejaba a más de 28.100 kilómetros por hora llevaba consigo la nave Orion, diseñada para llevar astronautas a cotas espaciales jamás alcanzadas. Para evaluar cómo afectará a los astronautas el espacio profundo, el módulo de tripulación troncocónico transportaba un maniquí llamado Campos y dos «fantasmas» –torsos artificiales– femeninos. A lo largo de los siguientes 25 días, 10 horas y 53 minutos, los maniquíes se elevarían casi medio millón de kilómetros sobre la Tierra antes de volver a entrar en la atmósfera a casi 40.000 kilómetros por hora. La próxima Orion orbitará la Luna con cuatro tripulantes a bordo. Koch esperaba contarse entre ellos.

 

Propulsores
Dan Winters

Para transportar a los astronautas a la Luna, el SLS cuenta con un par de propulsores laterales de 54 metros de alto cargados de combustible de polímero sólido. En la ignición, como puede verse en este ensayo realizado en julio de 2022 en Utah, uno solo de estos propulsores consume unas 5,5 toneladas de propelente por segundo y genera 16.000 kilonewtons de empuje. Son los mayores de su clase jamás construidos.

El lanzamiento de esta misión en 2022, llamada Artemis I, marcó un hito para la NASA, que se propone volver a poner seres humanos en la Luna por primera vez en más de 50 años. Si todo va según lo previsto, Artemis II podría enviar una tripulación a sobrevolar nuestro satélite ya en noviembre de 2024. Después vendría Artemis III –un alunizaje tripulado–, a finales de 2025, seguida de ulteriores misiones para establecer una presencia lunar.

¿Por qué volver a la Luna? Para empezar, su superficie sigue siendo un paraíso científico. Sus rocas y su polvo son la crónica de la actividad cambiante del Sol a lo largo de 4.500 millones de años. Sus cráteres podrían revelar secretos de los antiguos impactos que también acribillaron la Tierra. El material congelado que rodea sus polos podría darnos pistas sobre cómo el agua se abre camino en el sistema solar. Artemis planea alunizar tripulantes cerca del polo Sur para estudiar estos supuestos depósitos de agua congelada, un paso hacia la posible obtención de agua, oxígeno y combustible para los cohetes.

 

Orion
Dan Winters

Para las misiones Artemis, el SLS pone en órbita lunar una nave espacial habitable llamada Orion. Los dos vehículos se construyen por separado, por lo que antes de cualquier lanzamiento la NASA debe montarlos dentro de la estructura de una sola planta más grande del mundo: el Edificio de Ensamblaje de Vehículos del Centro Espacial Kennedy (VAB, por sus siglas en inglés), que la agencia opera en Florida. En la imagen, el VAB alberga la nave espacial completa para la prueba no tripulada de Artemis I realizada en marzo de 2022.

También está la dimensión política: cooperación internacional, contratos aeroespaciales, puestos de trabajo cualificados.

Más allá de todo ello, la Luna es el ensayo de un futuro viaje tripulado a Marte que quizá se emprenda en la década de 2030, en el marco de la iniciativa de la NASA para averiguar si el planeta rojo albergó alguna vez vida. Entre la Luna y Marte hay diferencias, pero ambos son lugares inhóspitos en los que los humanos solo pueden sobrevivir con tecnologías tales como hábitats presurizados y trajes espaciales avanzados. Y la Luna queda a apenas unos días de viaje.

El programa Artemis ha tenido sus altibajos: retrasos, sobrecostes, escepticismo sobre la necesidad de incluir tripulaciones humanas en la exploración espacial. Pero si tiene éxito, no solo volverá a poner astronautas en la Luna: también podría dar inicio a una era de posibilidades inconmensurables y responsabilidades apabullantes, la era en la que la humanidad viviría y trabajaría con regularidad en mundos ajenos al nuestro. «Es abrir un nuevo capítulo en la historia de la exploración espacial», declaró Jacob Bleacher, jefe de exploración científica de la NASA.

 

Misiones virtuales
Dan Winters

El Laboratorio de Integración de Sistemas del Centro de Vuelo Espacial Marshall de la NASA ha realizado múltiples misiones virtuales. Los ingenieros, como Don Biggs, subcontratado por la NASA, llevan a cabo simulaciones de lanzamiento para el complejísimo software de vuelo del SLS en hardware de aviónica real, que se monta sobre un soporte curvo para reproducir su disposición en el interior del cohete.

Una noche despejada de octubre de 2022, la astronauta Zena Cardman caminaba por un campo de lava solidificada enfundada en un traje espacial simulado y con la mirada fija en aquel paisaje selenoide. Cardman, geobióloga, y otro astronauta, el geofísico Drew Feustel, estaban recogiendo muestras de roca cerca del cráter S P de Arizona, un cono de cenizas de 250 metros de altura formado por una antigua erupción volcánica.

Unas sombras alargadas serpenteaban sobre el escabroso paisaje. A lo lejos, un científico con gorra de béisbol desplazaba un foco sobre un carrito, colocándolo de forma que siempre alumbrase a los astronautas. En cuanto Cardman y Feustel se salían de la zona iluminada –que buscaba reproducir la dura incidencia de la luz solar sobre el polo Sur de la Luna– no veían nada a más de 10 metros. Intentaban orientarse con mapas de baja resolución, simulando que trabajaban con imágenes de satélite. No podían usar GPS ni brújula: ni lo uno ni lo otro servirían de mucho en las misiones a la Luna. «La verdad es que llama la atención lo difícil que era orientarnos –recuerda Cardman–. El control de la misión nos decía: “Tenéis que estar viendo una colina justo delante de vosotros”. Y nosotros: “Si tú lo dices...”».

«mi generación No había visto nunca NADA de ESTA ESCALA […]. LLEVAMOS CON NOSOTROS EL ESPÍRITU DE TODO EL PLANETA». Jessica Meir, AstronautA

El objetivo principal de aquel paseo lunar simulado y de otras misiones análogas no es entrenar a los astronautas, sino probar todo lo demás, desde los cinceles que usarán en los paseos lunares hasta los procedimientos que seguirá el control de la misión desde la Tierra. Y entonces, tras años de cuidadosos ensayos, será el momento de despegar.

 

Starship
Dan Winters

En abril de 2023, SpaceX llevó a cabo el primer test de vuelo completo (imagen) del cohete conocido como Starship. Este vehículo reutilizable genera más empuje que el SLS; una variante de su etapa superior actuará como módulo de alunizaje de la misión Artemis III. Al Starship le esperan muchas pruebas: a los cuatro minutos de vuelo, SpaceX hizo estallar el cohete por seguridad cuando este empezó a virar sin control.

«Empiezo a asimilar que esto va en serio –me contó Jessica Meir, miembro del cuerpo de astronautas desde 2013–. Mi generación no había visto nunca nada de esta escala».

Licenciada en biología, Meir se dedicó en su día a investigar la respuesta fisiológica de los pingüinos y los ánsares a entornos extremos. Ahora ella misma trabaja en uno. Entre septiembre de 2019 y abril de 2020 vivió a bordo de la Estación Espacial Internacional (ISS) y acumuló casi 22 horas de paseos espaciales fuera de la estación con su cotripulante Koch: los primeros paseos espaciales realizados por un equipo netamente femenino.

En sus inicios, la NASA tenía un concepto rígido de lo que debía ser un astronauta: todos hombres, en su mayoría pilotos de pruebas militares. Hoy pueden ser submarinistas o sismólogos, programadores o médicos… mujeres y hombres de una enorme gama de ámbitos profesionales. Uno de los objetivos declarados del programa Artemis es llevar a la Luna a la primera mujer y a la primera persona no blanca.

«Llevamos con nosotros el espíritu de todo el planeta», me dijo Meir.

 

Prototipos de cohetes
Dan Winters

A diferencia de la NASA, SpaceX construye y prueba a gran velocidad muchos prototipos de sus cohetes, lo que acelera el proceso de diseño y eleva el riesgo de «desmontaje rápido no programado». Uno de esos «desmontajes» es esta bola de fuego (imagen), producida en diciembre de 2020 durante un intento de aterrizaje de una etapa superior del Starship. En mayo de 2021, un vehículo actualizado aterrizó con éxito.

Bill Nelson recuerda muy bien dónde estaba cuando el comandante del Apolo 11, Neil Armstrong, dio los primeros pasos en la Luna: en una habitación de hotel de Londres, poco antes de las cuatro de la madrugada, embelesado con la retransmisión en blanco y negro. Se crio en Melbourne, Florida, cuando científicos e ingenieros estaban convirtiendo su vecino cabo Cañaveral –a la postre el puerto base del Apolo– en un centro de pruebas de misiles. Más tarde, en su carrera como congresista y senador por Florida, se consolidó como líder legislativo en materia de política espacial. En 1986 incluso pasó seis días a bordo del transbordador espacial. Hoy, convertido en administrador de la NASA a sus 80 años, supervisa las primeras misiones del programa Artemis.

 

Paisajes lunares en la Tierra
Dan Winters

La NASA lleva tiempo buscando paisajes lunares en la Tierra para preparar las misiones a nuestro satélite. Entre ellos se encuentra el campo volcánico de San Francisco, en Arizona, cuya superficie cubierta de lava está salpicada de cientos de volcanes extintos. El pasado mes de octubre, los astronautas Cardman (a la izquierda) y Feustel recorrieron varios kilómetros de este terreno para comprobar hasta qué punto las tripulaciones de Artemis podrán orientarse en la dura luz lunar sin más ayuda que los mapas.

El programa Artemis tal y como lo conocemos surgió de una iniciativa de la era Trump para llevar humanos a la Luna como trampolín a Marte. La Administración de Biden lo adoptó con pequeños retoques. Pero puede decirse que la era Artemis empezó el 1 de febrero de 2003, cuando el transbordador espacial Columbia se desintegró durante la reentrada y sus siete tripulantes perdieron la vida. La catástrofe, precipitada por los daños que sufrió el escudo térmico a medio despegue, aceleró la retirada de la flota de transbordadores y puso sobre la mesa una pregunta: ¿ahora qué?

En 2004 la Administración de George W. Bush presentó, en sustitución del transbordador, una estrategia para ir a Marte pasando por la Luna, materializada en ley bajo la rúbrica del programa Constelación. La iniciativa, en la que se incluía la nave Orion, pronto agotó el presupuesto y acumuló retrasos. En 2010 la Administración de Obama propuso suspenderla. Pero los legisladores, con Nelson y otras voces a la cabeza, votaron a favor de mantener la Orion y respaldaron dos nuevas estrategias de cohetes: el programa Tripulación Comercial, que subcontrata a SpaceX y a Boeing el transporte de astronautas hasta la ISS, y el SLS, cuyo diseño recicla al máximo posible la tecnología de transbordadores espaciales de los años setenta.

Todo ello constituye un importante compromiso nacional. Según la Oficina del Inspector General de la NASA, el coste total de Artemis hasta septiembre de 2025 alcanzará los 93.000 millones de dólares. Con todo, el gasto total del programa Apolo superó los 280.000 millones de dólares al valor actual y, si se tiene en cuenta la inflación, el máximo gasto anual del Apolo fue en torno a un 60 % superior al presupuesto actual de la NASA.

 

Misión Artemis I
Dan Winters

A la 1:47 a. m., hora local, del 16 de noviembre de 2022, la misión Artemis I se elevó rugiendo hacia el cielo, protagonizando en aquel momento el lanzamiento del cohete más potente visto hasta entonces. Para captar esta imagen de forma segura, el fotógrafo Dan Winters colocó una cámara activada por sonido a 300 metros de la plataforma de despegue. Durante el lanzamiento, Winters y otros espectadores tuvieron que situarse a más de cinco kilómetros. Incluso a esa distancia, el cohete hacía más ruido que un concierto de rock.

Pese a todas las semejanzas superficiales con el programa Apolo –un gran cohete, una cápsula troncocónica–, Artemis entraña ambiciones modernas. Las misiones serán más largas: la Orion se diseñó para mantener con vida a una tripulación de cuatro personas durante un máximo de 21 días. Y la electrónica a bordo del SLS y de la Orion es más sofisticada, aunque los vehículos más recientes de la NASA siguen dependiendo de la red de fabricación de la era Apolo.

Ambos nacen en Nueva Orleans, a 25 kilómetros del centro urbano en dirección este, en la Instalación de Ensamblaje de Michoud. La que fuera una plantación azucarera francesa, en 1961 pasó a manos de la NASA, que necesitaba con urgencia un espacio cercano a un puerto de gran calado para construir el cohete Saturn V del programa Apolo. La primera etapa de dicho cohete se fabricó allí. También el depósito de combustible del transbordador espacial. «Hasta hace poco era imposible salir de la órbita terrestre sin pasar por Michoud», dice Amanda Gertjejansen, ingeniera de Boeing, principal empresa contratista del SLS.

 

Pedir la luna
Dan Winters

Cuando Artemis II, la primera misión tripulada del programa, vuele alrededor de la Luna, el astronauta Victor Glover pilotará el viaje de cuatro personas. Este californiano tiene en su haber más de 3.000 horas de vuelo y casi seis meses en la Estación Espacial Internacional. «Cuando alguien quiere algo imposible o difícil de alcanzar, se dice que "está pidiendo la luna" –dice–. Va a ser increíble que nuestra generación pueda pedir la luna y conseguirla de verdad».

La construcción de las etapas centrales del SLS recorre Michoud de este a oeste. Los paneles curvados de aluminio, llegados en gigantescos cajones de madera, se sueldan para formar los segmentos cilíndricos que a su vez se apilan y se sueldan entre sí. Una vez comprobadas las soldaduras, añadido el aislamiento e instalados los sistemas de aviónica, las etapas centrales terminadas se llevan en barcaza hasta Florida. La Orion también pasa por Florida: tras la construcción de su esqueleto metálico, a cargo de Lockheed Martin, se envía al Centro Espacial Kennedy para su ensamblaje.

Antes de ese viaje en barcaza, la etapa central aguarda, tumbada en un inmenso hangar, para su ensamblaje final. Gertjejansen me guía en torno al cohete. Con 8,4 metros de diámetro y 64,6 de largo en su configuración completa, se me antoja inconcebiblemente grande: un monumento faraónico a la espera de su levantamiento. Cuando nos asomamos a la sección de motores –la parte de la que se ocupa ella–, la cavidad repleta de tubos me recuerda a un parque infantil lleno de aparatos.

Por sofisticado que sea este mastodonte, los detalles finales exigen un toque artesanal. Parte de la espuma aislante se aplica a mano, y los marcadores ajedrezados de los laterales del cohete –que facilitan seguir su orientación y velocidad desde lejos– están pintados a mano. «Cuando se habla de construir un cohete, la gente piensa en ingenieros aeronáuticos –me dijo Gertjejansen–. Pero hay muchísimo más».

 

Ensayos en Arizona
Dan Winters

El pasado octubre, este vehículo de exploración espacial de la NASA, un prototipo de rover que puede albergar a dos personas durante dos semanas, atravesó el desierto de Arizona para realizar ensayos con la agencia espacial japonesa, JAXA, que podría poner vehículos similares a disposición de futuras tripulaciones de Artemis. A largo plazo, la NASA prevé usar rovers presurizados para transportar astronautas sobre la superficie lunar. Algún día estos vehículos podrían incluso rodar por la superficie de Marte.

En el Centro de vuelo espacial Marshall que la NASA opera en Huntsville, en Alabama, una pared repleta de pantallas muestra imágenes de vídeo en directo, desde todos los ángulos imaginables, del Complejo de Lanzamiento 39B, la plataforma de despegue de Artemis. Durante los ensayos y los intentos de lanzamiento, esta sala acoge a un equipo de experimentados ingenieros del SLS, prestos a solucionar cualquier problema. «Se implementan planes de contingencia para responder, no solo reaccionar, ante cualquier imprevisto», explica David Beaman, al frente de este equipo y de otros cientos de ingenieros.

Beaman considera que la actual filosofía de seguridad de la NASA es menos vulnerable al error humano: la estrategia se basa en tomarse todo el tiempo que sea necesario para garantizar que se despeja cualquier inquietud. «Si eso significa tomar unas cuantas decisiones difíciles, posponerlo todo unos días y acopiar un poco de información extra, se hace y punto», me dijo.

La NASA suspendió el primer intento de lanzamiento de Artemis I en agosto de 2022 al no tenerlas todas consigo en cuanto a la meteorología, un sensor de temperatura que daba fallos y una fuga en el combustible de hidrógeno. Al mes siguiente se canceló otro intento al detectarse más fugas. Después llegó el huracán Ian y, en noviembre, el Nicole. Todavía aparecería otra fuga horas antes del lanzamiento previsto para el 16 de noviembre. Con el cohete cargado casi hasta los topes –y el consiguiente peligro que entrañaba acercarse a él–, la NASA envió un «equipo rojo» de especialistas para que apretasen a mano las tuercas de una válvula. «El cohete está vivo. Cruje. Parece que respira. Da un poco de miedo», me dijo Trenton Annis, que participó en la reparación.

Por fin, cuando logró cumplir los 489 criterios para el lanzamiento, Artemis I se puso en camino. El 28 de noviembre la Orion voló más allá de la Luna, alejándose más de 430.000 kilómetros de la Tierra –casi 32.000 kilómetros más que cualquier otra misión capaz de llevar tripulación de ida y vuelta–, y el 11 de diciembre cayó al mar frente a la península mexicana de Baja California. «Una misión exitosa es esto», declaró aliviado Mike Sarafin, director de Artemis I, tras el amerizaje.

 

Regreso a la luna

Artemis II está en marcha: una estancia de 10 días alrededor de la Luna que se acercará a 10.500 kilómetros de su superficie. Koch, que presenció a mi lado el lanzamiento de Artemis I, recibió el encargo de participar en esta misión histórica en marzo.

Ingeniera eléctrica y una de los dos especialistas de la misión Artemis II, Koch ha dedicado su carrera a perseguir el encanto de lo remoto, desde trabajar en una estación de investigación del polo Sur hasta participar en la construcción de un instrumento científico a bordo de la nave espacial Juno, que actualmente orbita Júpiter. La acompañarán tres pilotos militares: Reid Wiseman y Victor Glover, de la NASA, y Jeremy Hansen, de la Agencia Espacial Canadiense.

Wiseman, comandante de Artemis II, fue astronauta jefe de la NASA –la figura que elige las tripulaciones, pero no puede unirse a ellas– hasta dos días antes del lanzamiento de Artemis I.
Glover, piloto de Artemis II, fue el segundo de a bordo en la misión SpaceX Crew-1 de la NASA a la ISS, durante la cual pasó 168 días en órbita. Hansen, el otro especialista de la misión además de Koch, fue el primer canadiense en supervisar la formación de una promoción de astronautas de la NASA. Artemis II será su primer vuelo espacial.

 

Llegar lejos

Glover, Koch y Hansen serán, respectivamente, el primer astronauta negro, la primera mujer y el primer ciudadano no estadounidense en aventurarse más allá de la órbita terrestre baja.

Los preparativos de la misión están muy avanzados. La etapa central del SLS de Artemis II está ya casi lista para su transporte en barcaza a Florida. En una luminosa sala del Centro Espacial Kennedy, los técnicos han estado sometiendo a pruebas y ensamblando la nave espacial Orion de la misión, mientras la Orion de Artemis III cobra forma en las inmediaciones. Un equipo dirigido por el astronauta Stan Love se ha estado entrenando para actuar como capcoms (comunicadores de cápsula) de Artemis II, esto es, los principales puntos de contacto entre la tripulación y el control de la misión en Tierra, preparados para transmitir instrucciones técnicas o detectar el temblor de la voz de un astronauta agotado.

Más adelante, puede que ya en noviembre de 2024, la NASA planea empezar a enviar a la órbita lunar distintas piezas de una pequeña estación espacial llamada Gateway, que servirá de base para misiones de varias semanas de duración a una avanzada lunar provista de hábitats, centrales eléctricas, plataformas de alunizaje y rovers presurizados, todo ello aún en fase de concepción.

 

Llegar lejos 2

La construcción de esta inmensa infraestructura es un proyecto demasiado grande para que lo lleve adelante Estados Unidos solo. Por eso Artemis se ha asociado con entidades de otros países. Si la ISS lleva más de 22 años orbitando a 400 kilómetros de la Tierra con humanos a bordo, ha sido gracias a la colaboración entre Estados Unidos, Rusia, Canadá, Europa y Japón. Esta cooperación ha repartido los costes y dificultado por la vía diplomática la cancelación del programa. La NASA ha aprovechado esas lecciones para el programa Artemis: la Agencia Espacial Europea (ESA) aporta el módulo de servicio de la Orion, que contiene los paneles solares y el motor principal de la nave. Esa cooperación también se extiende a la Gateway, que la NASA está construyendo con la ESA y las agencias espaciales de Canadá y Japón.

Y la NASA está cortejando a empresas privadas para que actúen de mensajerías lunares, con la esperanza de convertirse en uno de los muchos clientes de una economía lunar. Una flotilla de módulos de alunizaje robóticos de propiedad privada transportará a la Luna instrumentos científicos y un rover destinado a buscar hielo. En su base de Texas, SpaceX está desarrollando el Starship, un cohete reutilizable más potente que el SLS. Los astronautas de Artemis III que pisen la Luna saldrán de la Tierra a bordo de una Orion lanzada por el SLS, pero luego se acoplarán a una versión de la etapa superior del Starship para llevar a cabo el alunizaje.

 

Adentrarse en la oscuridad

Si esta visión fructificará o no en una presencia humana sostenida en la Luna –y ya no digamos en amartizajes– es todavía una incógnita. El programa Artemis está en mantillas. El pasado mes de abril, el primer vuelo de prueba completo del Starship se saldó con una explosión a pocos minutos del lanzamiento. Otro tema importante es la opinión pública. Desde 2019, cuando se celebró el 50 aniversario del alunizaje del Apolo 11, muchas encuestas han revelado que menos del 25 % de los estadounidenses creen que enviar personas a la Luna deba ser una prioridad de la NASA. Incluso en la era Apolo, los vuelos espaciales tripulados suscitaban críticas por invertir miles de millones que podrían usarse para solucionar problemas terrestres. Ahora volvemos a la Luna en plena crisis del clima y de la biodiversidad, en un momento de extremismo político al alza, desigualdades raciales y guerra entre Rusia y Ucrania.

AVENTURARNOS FUERA DE LA ATMÓSFERA TERRESTRE, y menos AÚN LLEGAR A LA LUNA, NO OFRECE CERTEZAS.

Con este aciago telón de fondo, los astronautas de la NASA son plenamente conscientes de no ser meras figuras públicas, sino también símbolos inspiradores de la exploración, de la ciencia y del espíritu nacional. Koch ha tenido su propia lucha interior para gestionar estas expectativas. Durante 328 días vivió y trabajó a bordo de la ISS, batiendo el récord de vuelo espacial femenino. Su instinto fue restar importancia al hito. Hasta que un excolega le recordó que su logro podría hacer que la ciudadanía vislumbrase un horizonte de posibilidades más amplio.

Aventurarnos fuera de la atmósfera terrestre, y menos aún llegar a la Luna, no ofrece precisamente certezas. En microgravedad se producen problemas circulatorios. Los huesos se tornan frágiles. La vista empeora. Sin vigilancia constante, podemos morir en un instante. Superando nuestros límites biológicos, cientos de miles de personas han soñado, planificado y fabricado, a lo largo de décadas, todo lo necesario para que los viajes espaciales no solo sean posibles, sino incluso rutinarios. Si la visión de Artemis se hace realidad, estos podrían extenderse hasta la misma Luna… y tal vez incluso más allá. Para Koch, estos lanzamientos son victorias ganadas a pulso, en las que un rosario interminable de contratiempos dan paso a una de las emociones humanas más puras: el júbilo de superar nuestros límites.

«Es asombroso que como especie, como humanidad, estemos dando este paso, que hayamos decidido que es tan importante –afirma Koch–. Y todo porque amamos la exploración. Porque creemos en el poder del aprendizaje».

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Este artículo pertenece al número de Octubre de 2023 de la revista National Geographic.

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