El chamán nos lo advirtió: si queríamos apaciguar a los espíritus y volver sanos y salvos, debíamos hacer una ofrenda de tabaco, sagrado para muchos grupos indígenas amazónicos.

Al pie de una pared de arenisca del Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete, en Colombia, el arqueólogo Carlos Castaño-Uribe reparte unos gruesos puros que no desentonarían en una partida de póquer. Damos caladas profundas, nos bañamos en el humo, apoyamos las palmas de las manos sobre la roca y hacemos una declaración solemne de nuestras intenciones. Por si fuera poco, Castaño-Uribe exhala humo sobre cada una de nuestras cabezas. Y por fin empezamos a explorar.

Pinturas en Chiribiquete, Colombia

Los jaguares saltan sobre las pacas mientras una  pirañas nadan en este mural, conocido como La Hojarasca. Se han descubierto más de 75.000 pinturas en Chiribiquete. Algunas tienen 20.000 años, lo que las convierte en el arte rupestre americano más antiguo que se conoce. Las pinturas representan animales, plantas, personas y figuras geométricas. Entre los motivos más comunes, jaguares de gran tamaño y especies acuáticas.

Formo parte del reducido equipo integrado por Castaño-Uribe, el biólogo acuático y Explorador de National Geographic Fernando Trujillo y varios escaladores y expertos en selvas tropicales colombianos, cuya misión es procurar que no nos perdamos en esta tierra salvaje sin senderos a la que el público tiene vedado el acceso. Somos la novena expedición autorizada a explorar el mayor parque de Colombia, fundado para proteger un paisaje espectacular de densa selva tropical, altísimas montañas de cima plana –los llamados tepuyes– y más de 75.000 pinturas rupestres plasmadas con hematites, un óxido de hierro de color rojo.

Los ticunas, indígenas de la Amazonia
Thomas Peschak

En la cosmología de los ticunas, uno de los grupos indígenas más numerosos de la Amazonia, los delfines del Amazonas son espíritus traviesos y guardianes del reino acuático. Las ancianas Nuria Pinto y Pastora Guerrero se unen a los bailarines que  lucen trajes de delfín confeccionados con corteza de un árbol llamado yanchama.

Mi objetivo es admirar esas pinturas, las narraciones visuales más antiguas jamás encontradas en el continente americano. Sobre unas paredes rocosas cortadas a pico, los primeros narradores del Amazonas pintaron animales, plantas, personas y dibujos geométricos. Uno de los motivos más comunes son los jaguares. Soy fotógrafo, pero suelo trabajar bajo el agua. ¿Por qué estoy escalando montañas en una selva remota? Para ver tortugas, caimanes, anacondas, peces.

Los tepuyes
Thomas Peschak

Los tepuyes del parque descuellan sobre el suelo de la selva tropical, creando microclimas complejos. El vapor de agua que se eleva alimenta las nubes y acelera la formación de lluvia. Más de la mitad de las precipitaciones de la cuenca del Amazonas, que contiene una quinta parte del agua dulce del mundo, se deben a la evapotranspiración.

Con decenas de miles de años de antigüedad, estas vívidas representaciones de la fauna acuática son una prueba de la larga relación de la humanidad con el Amazonas, el mayor ecosistema de agua dulce del planeta. Por espacio de dos años fotografiaré la región, siguiendo el río desde lo alto de las montañas hasta adentrarme en el océano como parte de la Expedición al Amazonas de la iniciativa Perpetual Planet de Rolex y National Geographic. Al iniciar este viaje, quiero comprender lo mejor posible cómo aquellos enigmáticos pueblos prehistóricos percibían este reino acuático.

Un helicóptero moviéndose por Chiribiquete, Colombia
Thomas Peschak

El helicóptero es esencial tanto para llegar como para moverse por la zona de Chiribiquete. El terreno es extremadamente accidentado y difícil de recorrer a pie. Para acceder al arte rupestre pintado en algunos de los lugares más inaccesibles, hay que descender en rapel por barrancos, abrirse paso a machete por la densa selva y bregar con las implacables abejas.

Llevo 25 años documentando los mares más tempestuosos del planeta, primero como biólogo marino y después como fotoperiodista. Sé cómo evitar que me muerda un tiburón o me aplaste una ballena, pero en la selva estoy en pañales. En mi defensa diré que Chiribiquete es un lugar increíblemente difícil de explorar y que los antiguos artistas pintaron en lugares casi inaccesibles.

Para alcanzar el arte rupestre pintado en las cotas más altas de unas paredes que caen a plomo, viajamos en helicóptero y luego a pie, atravesando a trancas y barrancas la tupida selva, valiéndonos de cuerdas y escalas para trepar y descolgarnos por escarpes y paredes verticales, serpenteando por gargantas oscuras y húmedas.

Los Gemelos, arte rupestre
Thomas Peschak

El arqueólogo Carlos Castaño-Uribe queda eclipsado por un mural de arte rupestre conocido como Los Gemelos. Las pinturas de jaguares, nutrias, rayas y tortugas son impresionantes… y están ferozmente protegidas por abejas. Después de soportar más de un centenar de picaduras, los expedicionarios abandonaron este lugar a toda prisa. 

En uno de esos ascensos estoy a punto de desmayarme por haberme vestido como un caballero medieval. Llevo pantalones gruesos, dos camisas, guantes, una mosquitera para la cabeza y polainas antiserpientes. No me duelen prendas, nunca mejor dicho, con tal de protegerme de los enemigos, tanto reales como imaginarios.

La temible picadura de la hormiga bala es un impresionante 4 en la escala Schmidt de dolor. A la mapaná, potencialmente letal, debemos la mayoría de las mordeduras de serpiente en la Amazonia. La picadura de la hembra de una mosca de la arena, un díptero flebotomo, podría transmitirme la leishmaniasis. A cada paso que doy en este calor sofocante me pregunto qué hago aquí. 

TESOROS REMOTOS 

Los tepuyes, restos de una antigua meseta erosionada, despuntan sobre la selva protegida del Parque de Chiribiquete, en Colombia. Sus paredes verticales, utilizadas como lienzos por los pueblos indígenas, están decoradas con ricas pinturas que dan fe de la presencia humana durante milenios. Declarado bien del Patrimonio Mundial, el parque está vedado al turismo, pero las visitas no autorizadas y la deforestación ilegal son amenazas crecientes.

Nuestra expedición empieza en el aeropuerto de San José del Guaviare, en el centro-sur de Colombia. El helicóptero despega y sobrevolamos un mosaico de pastizales y praderas. Por fin alcanzamos una alfombra infinita de selva exuberante que se pierde en el horizonte. Cuando aparecen las primeras montañas, el piloto desciende y volamos entre cañones tan angostos que casi puedo alargar la mano y tocar las paredes. Aterrizamos sobre una roca irregular. El helicóptero apenas cabe.

El lugar parece idílico, pero la sensación es la de habernos posado sobre un hornillo encendido. A medida que el sol calienta la roca, el interior de las tiendas supera los 37 °C. Intento conciliar el sueño, deseando que corra un poco de brisa. El sudor convierte mi colchón en un humedal.

Marmitas de gigante
Thomas Peschak

El río Caño Cristales esculpe unas concavidades circulares conocidas como marmitas de gigante. Se forman cuando en las pequeñas cavidades del lecho de cuarcita del río caen guijarros duros que la corriente hace girar. Con el tiempo las cavidades se van haciendo más grandes y profundas. 

Nos despertamos con el sonido de decenas de miles de diminutos helicópteros. Ya están aquí las abejas del sudor. Pronto el campamento entero se cubre de abejas. Cometo el error de dejar la cremallera de mi tienda un pelín abierta y en un instante tengo decenas de compañeras de habitación. Permito que sacien su sed en el sudor que se me acumula en el ombligo. No hay nada que hacer. Nos ganan por goleada. Se nos meten en la nariz, en los oídos; una incluso se me cuela bajo el párpado.

Apenas hay abejas del sudor en las tierras bajas rayanas con los ríos que atraviesan el parque, pero nos han aconsejado no montar el campamento en ellas. Se dice que lo que queda de las fuerzas rebeldes de las FARC utilizan esos ríos cuando hay suficiente caudal. Antes las abejas que los AK-47.

Delfín rosado o boto del Amazonas
Thomas Peschak

El científico y Explorador de National Geographic Fernando Trujillo (a la izquierda) y su equipo examinan un delfín del Amazonas –también llamado delfín rosado o boto–, una especie clave de los ríos amazónicos. Las pruebas a las que lo someten ofrecen información fundamental sobre la salud de las poblaciones de delfines y también de los ríos.

Las cabeceras de los ríos más importantes del parque son el hogar de los pueblos indígenas carijona, murui-muina y urumi, tribus no contactadas o que viven aisladas desde los violentos encontronazos con los caucheros en los siglos XIX y XX. Una vez, durante una expedición en 2017, Trujillo se despertó de madrugada con el ruido de alguien que se movía. Pensando que se trataba de otro investigador, volvió a dormirse. Por la mañana los científicos descubrieron unas huellas de pies más pequeños, descalzos, en paralelo a las de sus botas. 

No es descartable que los indígenas viniesen, igual que nosotros, a contemplar el arte rupestre. Las pinturas siguen teniendo un papel importante en su cosmología y en sus ceremonias. Castaño-Uribe encontró en su día una pequeña fogata con huesos animales y pigmentos al pie de algunas pinturas. La datación por radiocarbono revela que las más antiguas tienen unos 20.000 años, pero las más recientes son de la década de 1970 y hay pruebas de que algunas son incluso posteriores.

Fue Castaño-Uribe quien dio a conocer al mundo los más de 70 murales que componen las pinturas. En 1986, el Cessna en el que viajaba se desvió de su rumbo por culpa de una tormenta. En aquel paisaje desconocido divisó los tepuyes, que no figuraban en sus mapas. Cinco años más tarde regresó para explorarlos y encontró las pinturas.

Pero él no fue el primer científico en admirarlas. Esa primicia corresponde al etnobotánico de Harvard Richard Evans Schultes, que las contempló en la década de 1940. Schultes no reparó en que se hallaba en uno de los depósitos de arte rupestre más extensos del planeta, y nadie apreció su magnitud hasta que entró en escena la investigación de Castaño-Uribe. Este arqueólogo ha dedicado su vida a Chiribiquete y al arte que alberga. No solo publicó las primeras descripciones detalladas de las pinturas y las relacionó con la cosmología indígena, sino que además contribuyó decisivamente a que se crease el parque en 1989, a que se ampliase en 2013 y 2018 y a que la Unesco lo declarase bien del Patrimonio Mundial en 2018. 

Abejas del sudor
Thomas Peschak

En cuestión de minutos, cientos de abejas del sudor se posaron sobre el cámara Otto Whitehead para absorber los nutrientes de su transpiración. En los tepuyes de Chiribiquete abundan diez o doce especies de estas abejas. Es imprescindible protegerse la cabeza con una red.

 Un helicóptero nos deja sobre un tepuy y, machete en mano, nos abrimos paso durante horas por el denso follaje hasta que nos adentramos en un barranco oscuro y estrecho. Avanzando a duras penas por el terreno escarpado, recurriendo a escalas y cuerdas en los tramos más difíciles, salimos del cañón. Nos peleamos de nuevo con la vegetación y por fin pisamos una cornisa en el lateral de un tepuy.

Sobre nosotros, en la pared vertical, vemos las pinturas. Estamos en un sitio llamado Los Gemelos. El arte rupestre representa rayas, nutrias y tortugas. Es magnífico… y está ferozmente protegido por abejas. Esta vez no las molestas abejas del sudor, sino unas abejas melíferas más agresivas.

En menos de media hora el equipo sufre más de cien picaduras. Nos retiramos, pero ellas nos persiguen, y una pared que solamente puede escalarse con cuerda fija se convierte en un cuello de botella. Estoy esperando junto a Castaño-Uribe cuando de pronto decide que ya está harto de pi-caduras y se lanza a escalar, saltando hábilmente de raíz en raíz y de rama en rama. Como no me apetece quedar a merced de las beligerantes abejas, voy tras él. Aunque soy 15 años más joven, me cuesta seguirle el ritmo.

Esto es solo un capítulo más de mi viaje, me recuerdo a mí mismo. Pronto estaré en mi salsa: dentro, cerca y debajo del agua. El Amazonas recorre 6.750 kilómetros desde los Andes hasta el Atlántico. Es la arteria principal de una red de más de mil afluentes y decenas de miles de arroyos sobre una superficie del tamaño de Australia. En mi punto geográfico de partida ya he fotografiado la cima del Nevado Mismi, en el sur de Perú, el lugar más alejado de la desembocadura del Amazonas, donde las aguas fluyen sin interrupción todo el año. He seguido el curso río abajo en busca del esquivo oso de anteojos en los bosques nubosos de Wayqecha y he escalado el sagrado Nevado Colque Punku con peregrinos ataviados de Ukuku, un mítico ser mitad oso, mitad humano.

Tararira esperando al acecho para engullir a sus presas
Thomas Peschak

Una tararira descansa bajo una cascada del río Caño Cristales, en la Serranía de la Macarena. Escondido tras una cortina de agua aireada y camuflado con la roca, este depredador al acecho espera a que los bancos de peces pequeños naden cerca de él para lanzarse y engullir a sus presas enteras. 

A diferencia de la mayoría de los narradores que se han aventurado en la Amazonia, yo me sumergiré para revelar un submundo acuático rara vez vislumbrado. Fotografiaré especies que parecen de otro planeta. El delfín del Amazonas, que utiliza la ecolocalización para nadar en los bosques inundados. El pirarucú, un pez acorazado que pesa como un gorila pero salta del agua como un marlín. Las anguilas eléctricas, una suerte de baterías nadadoras cuyas descargas de 600 voltios pueden matar a un ser humano. Las rayas de dientes grandes que descansan en la hojarasca de las selvas anegadas. En Bolivia me he sumergido en los ríos de la cabecera del Amazonas para nadar con el manguruyú, un siluriforme de hasta 90 kilos, y con bancos de cachamas rojas, conocidas comúnmente como las pirañas vegetarianas.

Macarenia clavigera, una planta endémica de Chiribiquete, Colombia
Thomas Peschak

Arroyos y ríos bajan cristalinos de las mesetas rocosas y en sus aguas albergan diversas especies únicas de la región. En la serranía de la Macarena, una cordillera al noroeste de Chiribiquete, Macarenia clavigera, una planta endémica, se vuelve roja a la luz del sol, pero mantiene el verdor en los cursos de agua sombreados.

Trabajaré mano a mano con otros Exploradores de National Geographic que llevan a cabo investigaciones críticas con la esperanza de salvaguardar el futuro de un reino acuático que los científicos y los periodistas tienden a menospreciar. Las selvas tropicales –esenciales (y precarios) contrapesos al cambio climático– han eclipsado el entorno acuático creado por el caudaloso río.

Mis colaboradores son algunos de los científicos más eminentes del Amazonas: además de Trujillo, João Campos-Silva, Ruthmery Pillco Huarcaya, Angelo Bernardino, Thiago Silva, Baker Perry y Hinsby Cadillo-Quiroz. Realizan una labor pionera sobre el delfín del Amazonas, el pirarucú, el oso de anteojos, los manglares, los bosques inundados, el cambio climático y la contaminación por mercurio. El año que viene National Geographic dedicará un número al Amazonas en el que aparecerán sus estudios y mis fotografías.

 Naturalistas del siglo XIX de la talla de Alfred Russel Wallace y Alexander von Humboldt plasmaron en bellas ilustraciones lo que habían visto en sus exploraciones del Amazonas. Pero las obras de arte más antiguas de la región son hipnóticas.

Durante los cinco días que pasamos en Chiribiquete vimos cientos de pinturas. Su grado de detalle es exquisito, teniendo en cuenta que se pintaron con plumas y palos. El mural conocido como La Hojarasca fue el que más me conmovió. Pintada en lo alto de la pared de un imponente tepuy, la escena muestra a dos jaguares saltando a un río y abalanzándose sobre unas pacas, unos ágiles roedores de gran tamaño. Las pirañas, atraídas por la conmoción, aguardan cerca. Los animales están pintados sobre un saliente de roca de manera que crees hallarte bajo el agua, mirando hacia arriba, mientras la escena se desarrolla por encima de ti.

Los tepuyes de Chiribiquete
Thomas Peschak

Los antiguos artistas chamanes eligieron lugares espectaculares de los tepuyes de Chiribiquete para plasmar sus pinturas. El mural conocido como La Hojarasca, que muestra jaguares cazando pacas entre pirañas, está pintado en el pilar del extremo izquierdo, detrás del que aparece en primer término.

¿Son un simple registro visual de las criaturas que encontraban los artistas o narran una historia? Para Castaño-Uribe, es probable que las pinturas sean obra de chamanes y se usaran en rituales religiosos. Algunos animales tienen funciones importantes en la cosmología indígena. Mediante la ingestión de plantas sagradas, los chamanes baniwa creen poder transformarse en jaguares y hablar con los espíritus. Para los ticunas, los delfines del Amazonas son sagrados, figuran en sus danzas y se dice que viven en malocas (casas comunales) en el fondo del río. Las anacondas suelen considerarse las creadoras del universo, y una leyenda desana habla de una serpiente gigante que remontó el Amazonas con los antepasados de toda la humanidad sobre su lomo.

Tapir amazónico explorando el bosque
Thomas Peschak

El tapir amazónico se alimenta de plantas acuáticas y camina bajo el agua como hacen los hipopótamos. Las crías lucen rayas y manchas que les ayudan a camuflarse. El de la imagen es un huérfano rescatado que será reintroducido en la naturaleza. Cuando no está comiendo, explora a su gusto los bosques y matorrales de un rancho ganadero de la serranía de la Macarena.

Tal vez los chamanes pintasen para comunicarse con seres sobrenaturales, buscando el equilibrio entre los humanos y el resto de la naturaleza. Yo cuento historias porque nuestra relación con la biodiversidad de la Tierra debe reequilibrarse. Las presas, la minería, la sobrepesca, la contaminación y el cambio climático amenazan el esplendor del mundo acuático del Amazonas.

Probablemente nunca conoceremos el significado exacto de estas pinturas, a menos que algún día los indígenas del parque entren en contacto con el mundo exterior. Así y todo, incluso sin conocerlo, siento una honda conexión con esas representaciones y los artistas chamanes. Pienso que intentamos contar historias parecidas. Espero que mis imágenes resistan la prueba del tiempo aunque solo sea la mitad de bien que las suyas.

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Thomas Peschak
Ilustración de Joe McKendry

National Geographic Society, comprometida con la divulgación y la protección de las maravillas de nuestro planeta, financia desde 2017 la labor de documentación del mundo natural que lleva a cabo el Explorador Thomas Peschak. Más información sobre el patrocinio de los Exploradores en natgeo.com/impact.

Este artículo ha contado con el apoyo de la Iniciativa Perpetual Planet de Rolex, que colabora con National Geographic Society en expediciones científicas dedicadas a explorar, estudiar y documentar el cambio en regiones únicas de la Tierra.

Este artículo pertenece al número de Julio de 2023 de la revista National Geographic.

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