El Parque Minero de Almadén, vocablo que en árabe significa «la mina», es un lugar único: su subsuelo alberga el mayor yacimiento de mercurio conocido del planeta, el cual, dispuesto en estratos, constituye una rareza geológica a escala mundial.
La actividad minera de extracción de mercurio cesó en 2003, pero este sitio, ubicado en las estribaciones norte de Sierra Morena, en la provincia de Ciudad Real, y declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2012, es desde 2008 un destino cultural de referencia que nos habla de la historia industrial y minera de nuestro país. Un lugar donde además de sumergirnos en las entrañas de la mina, experimentaremos un viaje en el tiempo que nos remontará miles de años atrás. Porque aunque los primeros documentos que acreditan la existencia de este tesoro geológico datan del siglo IV a.C., todo apunta a que las gentes del Neolítico y del Calcolítico ya lo conocían.
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La sala de máquinas de San Aquilino, construida junto a la iglesia de San Sebastián, es uno de los edificios más emblemáticos del Parque Minero de Almadén.
En Almadén, el mercurio se halla tanto en estado nativo como contenido en el cinabrio, un mineral rojizo, también llamado bermellón. Ambos productos han sido explotados a lo largo de la historia y han sido para diversas culturas un importante motor de mejora tecnológica. «El cinabrio se utilizó ya en la prehistoria reciente, entre los años 6100 y 850 a.C., como colorante aplicado tanto en contextos funerarios como rituales. En época romana se usaba como pigmento rojo para las pinturas murales, siendo el color más caro de todos los empleados por los artistas, y a veces como colorante en la industria textil», explica Mar Zarzalejos, catedrática de Arqueología en la UNED. Para los romanos, añade, el mercurio fue un elemento estratégico empleado para la amalgama de metales nobles y también para falsificar monedas de oro o de plata. «A los núcleos de monedas de cobre o de bronce se les daba un baño dorado o plateado que se conseguía mediante amalgama de mercurio», dice. Durante la época musulmana, además de los usos ya conocidos, el mercurio se aplicó en medicina y alquimia, en especial para preparar ungüentos destinados al tratamiento de afecciones cutáneas, e incluso para fines estéticos. «Las crónicas de los escritores árabes de la época relatan que en la ciudad palatina de Medina Azahara existió una fuente de la que brotaba mercurio», apunta Zarzalejos, experta en el uso antiguo del cinabrio.
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Esta jaula de mina se utilizaba para que los mineros bajaran a los pozos.
Años más tarde las minas de Almadén se erigirían en un recurso clave para el reino de España: su mercurio, entonces llamado azogue, que extraían en penosas circunstancias presos condenados a trabajos forzados, se convirtió en imprescindible para extraer el oro y la plata del Nuevo Mundo gracias a un método de separación inventado por el metalurgista español Bartolomé de Medina.
Pero el tiempo fue confirmando lo que ya señalaba Plinio el Viejo a principios de nuestra era: el mercurio conlleva toxicidad. Un desastre acaecido en la década de 1950 en Minamata, Japón, epicentro de un brote por metilmercurio que segó la vida de centenares de personas, acabó de convencer a la comunidad internacional de su peligrosidad. La demanda de tan singular metal –es el único que se mantiene líquido a temperatura ambiente– cayó en picado, y Almadén cerró un ciclo. Pronto comenzaría otro, reconvertido en este Parque Minero, cuyas instalaciones y experiencias son tan entretenidas como apasionantes.
Este artículo pertenece al número de Julio de 2023 de la revista National Geographic.