Se diría que cuchichean entre ellos, congelados en algún momento del pasado. Juraría que algunos nos miran, sentados sobre mullidos cojines, ataviados con telas suntuosas, turbantes y la espada «jineta» ceñida con elaborados correajes. Son diez. Armados, poderosos y bellos. Siguen varados en la gloria de la dinastía nazarí, el período histórico en el que fueron representados, hace más de 600 años. Sus rostros expresan serenidad y confianza, y no es de extrañar. Habitaban un paraíso y estaban en buenas relaciones con los reyes cristianos. ¿A qué o a quién deberían temer?
Presiden la bóveda central de la sala de los Reyes de la Alhambra, en el ala este del palacio de los Leones, o Jardín Feliz. Esta gran sala rectangular, concebida como un campamento de jaimas en un oasis de palmeras, se abre al patio de los Leones a través de tres pórticos sustentados por esbeltas columnas, y al este dan paso a tres estancias con cúpulas de mocárabes. Junto a estas, los techos de las tres alcobas con escenas pintadas en el siglo XIV y recientemente restauradas tras casi 20 años esconden aún muchos interrogantes.
La identidad de los personajes que nos observan desde la bóveda central es un enigma. La opinión más debatida sostiene que podría tratarse de los reyes de la dinastía nazarí desde su fundador, Al-Ahmar, hasta Muhammad V, el emir que mandó construir este palacio, como defiende, entre otros, la investigadora y restauradora Carmen Rallo. La tradición y algunas crónicas posteriores a la conquista de la fortaleza por parte de los Reyes Católicos avalan esta hipótesis al referirse a este espacio con el nombre de sala de los Reyes.«En el techo de esta sala están pintados al natural todos los reyes de Granada desde mucho tiempo atrás», reseña el cortesano flamenco Antoine de Lalang al narrar la visita del príncipe Felipe el Hermoso a la Alhambra el 20 de septiembre de 1502.
No todos los historiadores están de acuerdo, pues eso supondría aceptar que Muhammad V, octavo emir nazarí, mandó representar incluso a los monarcas que le habían arrebatado el poder: su hermano y su primo. El historiador del arte y arabista José Miguel Puerta Vílchez está de acuerdo en que es una representación dinástica de los reyes nazaríes, pero que incluye, en lugar de a los usurpadores de Muhammad V, a sus herederos. Por otra parte, en el siglo XVII este espacio se popularizó con el nombre de sala de la Justicia. La reunión de hombres notables fue interpretada como un consejo de sabios o juristas. Aunque las espadas, apunta Rallo, parecen desmentirlo. Más que de debates, una espada habla de batallas, de esa yihad que proclaman los textos inscritos en la fuente de piedra del famoso patio contiguo de los Leones.
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La restauración de la sala de los Reyes se ha prolongado casi dos décadas y ha implicado el trabajo de un equipo multidisciplinar de distintos profesionales. En la imagen, técnicos restaurando la bóveda central.
Patronato de la Alhambra y Generalife
Sea cual fuere su identidad, y tal como señala Elena Correa, jefa del Departamento de Restauración del Patronato de la Alhambra y Generalife (PAG), previsiblemente las pinturas permanecieron ocultas cuando en los siglos XVI y XVII la sala pasó a formar parte de la iglesia de Santa María de la Alhambra. Tras la larga etapa de abandono, la pintura se agrietó y los yesos de los mocárabes amenazaron con diluirse como azucarillos. Posteriormente, la modificación de las cubiertas de madera realizada en 1855 provocó graves daños a las pinturas por filtraciones de agua. Finalmente, en 1870 la Alhambra dejó de formar parte de la Corona para incluirse en los bienes patrimoniales del Estado español, momento en que empezaron a estudiarse propuestas para su conservación.
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Escenas cortesanas entre musulmanes y cristianos hablan de una convivencia entre la corte nazarí y los reinos europeos, un intercambio que se aprecia también en el estilo pictórico, propio del quattrocento. En la imagen, pinturas de la bóveda norte.
El destino de las pinturas de los presuntos reyes nazaríes corrió parejo al de otras dos representaciones figurativas que, a izquierda y derecha, ocupan las otras dos bóvedas de madera de la sala. Se trata de dos espléndidas pinturas, la de la «Fuente de la juventud» en la bóveda norte y la «Dama jugando al ajedrez» en la sur, con escenas de corte medieval en las que caballeros cristianos y musulmanes cazan, combaten en justas y rescatan damas –vence siempre el musulmán– en un escenario poblado de animales y castillos. Los visitantes las observan como atrapados en las páginas de una novela gráfica. Y es que no es nada usual un arte tan figurativo en un edificio islámico.
«En realidad, el Corán solo se muestra taxativamente en contra de la idolatría: la representación de Dios con forma antropomorfa y el empleo de imágenes para el culto. Pero no sanciona el uso de la pintura figurativa –explica Puerta Vílchez–. Es cierto que algunas tendencias condenan las imágenes, pero eso depende de la corriente gobernante en el momento». En el siglo XIV, un período de alianzas con los reinos cristianos, quizá se buscara precisamente preconizar esta convivencia y hacerlo con las técnicas propias de las cortes europeas. El historiador y filósofo Ibn Jaldún (1332-1406) ya se refirió en su momento a la moda nazarí de asimilar los «usos» cristianos:«Te los encuentras imitándolos en sus ropas y en sus emblemas a la vez que copian sus costumbres y hábitos, incluso pintando imágenes en las paredes, en los monumentos y en las casas. El observador perspicaz notará en ello señales de dominación».
Dado este contexto histórico, no resulta sorprendente el nexo estilístico y narrativo que estas escenas mantienen con la pintura mural gótica, en especial con el círculo de pintores franceses e italianos del quattrocento que aglutinó la corte papal de Aviñón en su palacio y que decoraron las estancias pontificias, restauradas también recientemente. Este vínculo artístico quedaría justificado por el estrecho contacto comercial que la corte nazarí estableció con mercaderes cristianos del norte de Italia, sobre todo venecianos y genoveses.
Si abundamos en esta convivencia entre musulmanes y cristianos, nos adentraríamos en otra curiosa hipótesis, como la define Jesús Bermúdez, arqueólogo conservador del Patrimonio Histórico del PAG, «objeto de cierta polémica entre los investigadores». En la pintura de la bóveda central, a ambos extremos aparece el escudo nazarí, representado infinidad de veces en la Alhambra. Aquí despojado del lema en árabe, es idéntico al de la Orden de la Banda, creada por Alfonso XI de Castilla. Según algunos historiadores, su hijo Pedro I el Cruel habría premiado con esta banda a su socio y amigo Muhammad V por los servicios prestados a la Corona de Castilla. ¿Procede el escudo nazarí de una orden de caballería cristiana?
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Entre los pigmentos originales se encuentran albayalde y lapislázuli para el blanco y el azul, hematites y cinabrio para el rojo y el amarillo, y oro y plata para los acabados metálicos. En la imagen, bóveda sur.
Las bóvedas no son solo un documento pictórico único, señala Elena Correa: también su ejecución es fascinante. Las pinturas se realizaron con pigmentos naturales al temple, utilizando huevo como aglutinante, sobre pieles de caballo curtidas al alumbre y cosidas entre sí. Después, estas pieles se fijaron con astillas de bambú a unas estructuras de madera con forma de cascos de barco invertidos y revestidos con brea y yeso para evitar filtraciones de agua y proporcionarles una protección ignífuga. «En su fabricación participaron artesanos procedentes de distintos oficios: expertos en madera, pintura y cuero. Juntos crearon una obra maestra de cuya técnica de ejecución no se conocen antecedentes en el mundo hispanomusulmán –afirma–. El trabajo de las cubiertas de madera y de la piel es indiscutiblemente nazarí». ¿Y las pinturas? Artesanos cristianos del reino vecino, moriscos conocedores de las técnicas de las cortes europeas… su autoría es un enigma.
«Abordar la restauración integral de la sala de los Reyes ha supuesto un reto científico-técnico que ha aglutinado a un equipo multidisciplinar y ha implicado a diferentes organismos y empresas de España, Francia, Italia y Bélgica», destaca Antonio Peral, jefe del Servicio de Conservación y Protección del PAG. Arquitectos, restauradores, maestros yeseros, carpinteros y pintores han trabajado mano a mano para devolver al conjunto de la sala su antiguo esplendor. Probablemente, salvo por la tecnología empleada, el equipo humano no haya sido tan distinto al implicado en la creación de esta joya artística en el siglo XIV.
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El fondo dorado y la línea de estrellas que cruza la escena, y que podría simbolizar la Vía Láctea, apoyan la hipótesis de que el Jardín Feliz era una representación del Edén. Desde él, la figura en la que se ha querido ver a Muhammad V nos observaría vestido de verde, el color, según el Corán, de quienes alcanzan el paraíso.
Ya hay procesos de restauración documentados en el siglo XVII, pero sobre todo en el XX, señala Ramón Rubio, jefe del Taller de Restauración de Yeserías y Alicatados del PAG. «En las cúpulas de mocárabes, los daños se deben sobre todo a movimientos sísmicos y problemas de mantenimiento», dice. Las acciones han ido encaminadas a devolverles su estabilidad, eliminar el peso que soportaban los prismas, facilitar la circulación de aire para restaurar las antiguas condiciones de calor y humedad, y fijar las policromías existentes. Uno de los mayores logros del equipo de Rubio es la invención del mortero Alhambra, un material de restauración invisible con luz natural o artificial. «Si queremos ver la parte reconstruida, hay que radiarla con luz ultravioleta», puntualiza Rubio, quien advierte, divertido, que la idea surgió al ver las propiedades fluorescentes de la quinina que contiene la tónica bajo las luces de una discoteca.
«Sabemos que en la sala de los Reyes se celebraron importantes fiestas y al menos dos bodas reales –explica Puerta Vílchez–. Estas pinturas ensalzaban el esplendor de la corte nazarí, estaban hechas para ser miradas». Alentados por las explicaciones de los guías, los turistas buscan en ellas al fundador de la dinastía, Al-Ahmar, «el Rojo». ¿Será el caballero que viste de ese color, como cuentan las crónicas, o será el de la barba bermeja? ¿O el que lleva la túnica verde, el color sagrado del islam? Hoy, recuperados definitivamente del abandono secular, siguen mirándonos desde lo alto, invitándonos a seguir preguntándonos quiénes son en realidad… o en nuestra imaginación.
Este artículo pertenece al número de Junio de 2023 de la revista National Geographic.