Lugares históricos y paisajes de ensueño. Normandía es eso y mucho más. Una de las regiones más fascinantes de Francia, en sus 600 kilómetros de costa el viajero encontrará desde playas espectaculares hasta abruptos acantilados. Estas construcciones naturales son visita obligada e impresionan por la majestuosidad y las formas con las que se alzan sobre el mar. Como tampoco hay que dejar escapar la oportunidad de acercarse a las playas donde tuvieron lugar el Desembarco de Normandía, episodio crucial de la Segunda Guerra Mundial, donde recorrer los vestigios de la batalla transportan al visitante a 1944.
La puerta de entrada a Normandía bien pudiera ser la ciudad de Rouen, la capital. Quien se adentra por sus calles podría pensar que se halla en algún bulevar parisino. Estudiantes bulliciosos van y vienen de la Puerta del Reloj a la Catedral que Monet retrató con obsesión. El templo, arropado por casas de colombage y anticuarios, es una estampa medieval.
A pocos kilómetros de Rouen y del sinuoso valle del Sena, se abre como un abanico de piedra la Côte d’Albâtre. Los acantilados de Étretat o el de Aval, con el arco natural de la Porte y l’Aiguille, se intercalan con playas y elegantes villas. A 10 kilómetros de Étretat, se encuentra Fécamp, faro de peregrinos gracias a una reliquia de la Preciosísima Sangre, que según la leyenda fue arrojada al mar cerca del Palais Benedictine, la cuna del licor homónimo, preparado bajo bóvedas neogóticas a escasos metros del puerto.
El recorrido por Normandía lleva hasta Le Havre, segundo puerto de Francia, lleva hasta Honfleur, en el estuario del Sena. Pasear por los muelles hasta la iglesia tallada en madera de Sainte Catherine es como volver al pasado. El pueblo de Honfleur apenas ha cambiado: el olor a moules-frites (mejillones y patatas fritas) y crevettes (gambas) de los muelles es sin duda el mismo desde hace décadas.
Aquí comienza la llamada Côte Fleurie. Trouville, que se anunciaba como la playa más bella de Francia en el siglo XIX, es una aldea de pescadores que pintores y escritores pusieron en el mapa. Prácticamente unida a ella está Deauville, en boga años más tarde tras la apertura del balneario, el casino, el hipódromo y la línea de tren con París.
Tras pasar por Cabourg y Caen, capital de la Baja Normandía y una de las maravillas de la región, se llega a Bayeux, que conserva su sabor campesino. En la frontera, casi como un mojón, se alza el Mont St-Michel, una montaña mágica que parece un espejismo, aislada del continente por marismas y mareas salvajes. Este lugar enigmático es de los más visitados de Francia: los viajeros cruzan el puente levadizo de la Puerta del Rey y enfilan la Grand Rue para escalar el Grand Degré, unas escaleras interminables, y ascender hasta la abadía.
Otras ciudades episcopales, con catedrales inesperadas como las de Coutances, Avranches y St. Lô, llevan al viajero de nuevo a la costa y al límite de Normandía con Bretaña, donde seguir disfrutando de un recorrido por una de las partes con más encanto de Francia.