Toledo
Toledo respira historia. Se percibe especialmente cuando se recorren los callejones de su barrio antiguo, algunos tan solitarios que al traspasarlos hacen sentir escalofríos al rememorar mil y una leyendas. Aquí pervive la herencia de árabes, judíos y cristianos que lo habitaban en el pasado y por los que Toledo fue conocida como la Ciudad de las Tres Culturas. Aquel crisol cultural también se plasma en la arquitectura, con mezquitas, sinagogas e iglesias conviviendo de forma ejemplar. Para atestiguarlo ahí están la mezquita del Cristo de la Luz, las sinagogas del Tránsito y la de Santa María la Blanca, la Catedral coronada por una de las agujas más intrépidas de la arquitectura religiosa o el Monasterio de San Juan de los Reyes, edificado en 1746 por los Reyes Católicos para conmemora la victoria en la batalla de Toro. Otros enclaves han transformado su función original, como el Hospital de Santa Cruz, que nació en el siglo XIV para dar cobijo a los huérfanos y hoy exhibe objetos arqueológicos, esculturas y pinturas. En Toledo también vivió El Greco, del que se puede seguir una ruta que discurre por su casa-museo y enclaves donde ver algunos de sus cuadros, sobresaliendo El entierro del señor de Ordaz, en la parroquia de Santo Tomé. Dejando atrás el silencio del barrio histórico uno se topa con el ajetreo de bodegas y mesones tradicionales y un sinfín de tiendas donde se venden armas y armaduras, cerámicas y recuerdos. Un buen lugar para pulsar el ritmo actual de la ciudad es la Plaza Zocodover, con sus calles colindantes. Pero también vale la pena salir del centro urbano, por ejemplo por la Puerta de Bisagra, construida en 1550 como entrada principal de la ciudad, para recorrer el Paseo del Tajo, un camino que sigue la orilla del río, desde el que se contemplan vistas de la ciudad dominada por el Alcázar, un sobrio edificio que hoy acoge un museo del ejército.
Asun Luján, redactora de Viajes National Geographic