Quizás en alguna ocasión has oído hablar de la cautivadora mirada de la actriz norteamericana Elizabeth Taylor. Y no solo por su profundidad y expresividad, sino también por la curiosidad que destapó su color de ojos, de un tono violáceo de lo más singular. A ese color morado que cautivaba a las cámaras se le ha asociado en muchas ocasiones ser causa de una extraña mutación genética: el Síndrome de Alejandría.
Esta peculiar enfermedad, promovida a través de lo cotidiano y la cultura popular, y que solo afecta a las mujeres, sería la causante de aportar un color violeta al iris del ojo, así como de provocar piel blanquecina imposible de quemar, extrema longevidad o una carencia de menstruación que no impide la gestación de hijos. Todos estos síntomas, que parecen salidos de novela, se combinarían para dar lugar a una especie de “supermujer”. Pero, ¿qué hay de realidad en este peculiar síndrome y en la leyenda de los ojos violeta?
UN ORIGEN SINGULAR
La historia que rodea al Síndrome de Alejandría se remonta al Antiguo Egipto. Diferentes reportes de esa época reconocen la existencia de mujeres con ojos de tonalidades azules oscuro que, con las diferentes luces, se tornaban de violetas y morados de lo más singulares. Sin embargo, el síndrome no tomó nombre hasta el siglo XIV en el norte de Europa.
La protagonista fue una muchacha llamada Alexandría Agustín, nacida en 1326 en Londres. El caso llamó la atención de los médicos y curanderos de la época ya que, a pesar de haber nacido con los ojos azules, poco a poco se fueron modificando hacia un violeta intenso. Y, aunque en primer lugar el caso se asoció a la brujería y fue llevado a los sacerdotes, finalmente se asoció, simplemente, a la genética.
EL SÍNDROME DE ALEJANDRÍA
Sin embargo, con el paso de los años, la historia de la joven Alexandría tomó pinceladas algo más fantasiosas. Así, según la teoría, se empezó a decir que esos característicos ojos morados eran resultado de una mutación genética que afectaba solo a las mujeres. Pero no solo eso, sino que se fueron atribuyendo una serie de síntomas, cada uno más disparatado que el anterior.
Se dice, de esta forma, que las mujeres que padecen el Síndrome de Alejandría poseen una piel extremadamente clara que no se quema con la radiación solar. Además, carecen de vello corporal, tienen un sistema inmune envidiable, una apariencia delgada y joven y una esperanza de vida que permitiría a las afectadas alcanzar los 120 o 150 años de edad. Por si fuera poco, la historia popular también cuenta que estas mujeres carecerían de ciclo menstrual, pero que ese hecho no les impediría quedarse embarazadas y tener descendencia: todo una contradicción con la biología y la naturaleza humana.
CC
Los ojos de Elizabeth Taylor, de un azul violáceo, se relacionaron popularmente con el padecimiento del Síndrome de Alejandría.
¿REAL O MITO?
Como bien se puede deducir al leer esos síntomas cercanos a la ciencia ficción, el Síndrome de Alejandría es algo biológicamente imposible. No es concebible la existencia de una piel blanca, es decir, con carencia de melanina, que no se queme por la radiación sin la aplicación de ningún protector, o de una mujer fértil que no menstrúa. Por no hablar de que, por ahora, la longevidad que se extiende hasta los 150 años no se ha registrado jamás (la persona que vivió más años documentada fue la francesa Jeanne Calment, quien murió a los 122 años).
Lo único que se podría concebir como cierto de todas las características que acompañan al peculiar síndrome es la existencia de ojos de color violáceo. Y no, no es que esas personas posean un pigmento morado en el iris, sino que se debería a una mezcla entre el fenómeno de difracción de la luz y la presencia de una melanina característica: la feomelanina.
LA REALIDAD DE LOS OJOS VIOLETA
En los humanos, los ojos azules se deben a una carencia de melanina en una parte del ojo llamada estroma. Así, cuando la luz penetra en el ojo, todos los colores asociados a longitudes de onda largas se absorben, reflejándose los de corta, es decir, los azules, los cuales se identifican con el color del iris.
CC
En los ojos azules y claros, la cantidad de feomelanina es mayor. En la imagen, parte de la fórmula estructural de la feomelanina.
Ahora bien, existe un tipo de melanina, llamada feomelanina, que se caracteriza por tener un tono amarillento-rojizo, y que puede estar presente en algunos iris. Así, será la combinación entre diferentes tipos de iluminación y contrastes con el exterior lo que pueda hacer que unos ojos azul oscuro adopten, en ciertas ocasiones, colores tirando a violetas o morados. De hecho, el color es tan relativo que llevar una camisa blanca hará que la luz de iris se refleje y que se vea de un color azul claro, mientras que adoptar sombras de ojos púrpuras o azules, resaltará el azul oscuro, haciéndolo contrastar y parecer más violeta.
Y es que la variedad de tonos en los ojos es tan amplia que parece difícil limitarla. Los tonos dependerán de la cantidad de pigmento, del tamaño del iris, de la iluminación, los contrastes, el momento del día… Sin embargo, una cosa está clara, y es que en ningún caso esos tonos, por muy singulares que sean, se deben asociar a síndromes fantásticos y novelescos: los expertos y la ciencia serán tus mejores aliados ante estas curiosas anomalías.