La peste negra cambió nuestro sistema inmunitario

Un análisis del ADN de víctimas y supervivientes de la epidemia medieval indica que quienes la superaban poseían un gen protector. Ese material genético pasó a sus descendientes, y hoy podría ser la causa de un mayor riesgo de padecer enfermedades autoinmunes.

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La peste negra fue el proceso de selección natural más rápido documentado en la historia de la humanidad.
Foto: Istock

El proceso de selección natural más rápido documentado en la historia de la humanidad.

 

 

Reyes y mendigos, clérigos y campesinos, caballeros y sirvientes. La peste negra no respetaba a nadie. También llamada “la muerte negra”, esta epidemia –la más letal de la historia– acabó con entre el 30 y el 50 por ciento de los habitantes de Eurasia y el norte de África. Nadie sabía entonces que la enfermedad era causada por la bacteria Yersinia pestis, que suele estar presente en pequeños mamíferos como las ratas, y en las pulgas que los parasitan y la transmiten a los humanos con sus picaduras. Y nadie sabía tampoco por qué unos sobrevivían y otros morían.

En Europa, el brote estalló en 1346, y fue una segadora de vidas hasta 1353. La enfermedad continuó golpeando en los siglos siguientes, pero ya con una letalidad mucho menor. ¿Por qué? Hace tiempo que los científicos sospechan que pudo deberse a variantes genéticas que protegían a parte de la población. Y eso es lo que acaba de confirmar una investigación publicada esta semana en Nature.

Selección natural ultraveloz

Los autores del trabajo (liderado por la Universidad de Chicago y en el que ha participado el español Luis Barreiro, profesor de Medicina Genética en ese centro), piensan que dado el tremendo índice de mortalidad causado en el siglo XIV por la Yersinia pestis, la proporción de poseedores de esas variantes protectoras creció mucho. Tanto que los investigadores consideran que podría ser el proceso de selección natural más rápido documentado en la historia de la humanidad.

Las consecuencias de este fenómeno han llegado hasta nuestros días. Ese gen que salvó la vida de decenas de millones de personas sigue presente, y, según los autores del estudio, podría ser la causa de que sus portadores tengan más posibilidades de desarrollar dolencias autoinmunes como la enfermedad de Crohn y la artritis reumatoide. Quizá un sistema inmune hiperactivo reportaba ventajas en la Edad Media que en nuestros días suponen un problema.

Del cementerio al laboratorio

Para llegar a sus conclusiones, los científicos extrajeron y secuenciaron ADN de los huesos de unas 500 personas enterradas en Londres y en Dinamarca. Todas habían vivido antes, durante y después de la plaga, en un periodo que abarcaba unos cien años. Así, había víctimas de la peste negra, supervivientes y personas que no habían entrado en contacto con ella, lo que permitía las comparaciones genéticas.

Los genetistas Luis Barreiro y Tauras Vilgalys usaron el ADN de más calidad, de 206 individuos, y examinaron 356 genes asociados con las respuestas inmunitarias. Identificaron 245 variantes genéticas que aumentaban o disminuían en frecuencia antes y después de la peste negra. Les llamaron especialmente la atención los cambios en el código del gen ERAP2, que ayuda a las células inmunitarias a reconocer y combatir virus. Intrigados, comprobaron en el laboratorio que era capaz de eliminar a la bacteria Yersinia pestis, causante de la peste.

Según los investigadores, un pequeño cambio genético ha incrementado la capacidad de nuestro sistema inmune para reconocer y eliminar patógenos.

Además, descubrieron en las muestras dos variantes (alelos) del gen ERAP2. Tenían diferencias mínimas en su código, pero suficientes para que una de ellas produjera correctamente la proteína aminopeptidasa 2 del retículo endoplasmático, y la otra no. Quienes portaban la versión funcional del gen incrementaban en un 40 por ciento sus probabilidades de salir con vida respecto a los que tenían la versión no funcional. Según los investigadores, ese pequeño cambio incrementa la capacidad de nuestro sistema inmune para reconocer y eliminar patógenos como el que hace casi ocho siglos mató a decenas de millones de personas (dada la dificultad del cálculo, las estimaciones varían entre 50 millones y 200 millones).

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