Suenan las alarmas en el organismo. Un objeto punzante ha atravesado la piel y está comenzando a entrar materia extraña dentro del cuerpo. Motas de polvo, pequeños pedazos de tierra, y junto a ellos, cientos de miles de bacterias y virus que se encontraban en la zona han descubierto la brecha en la dermis. Afortunadamente, dentro de nuestro cuerpo hay un ejército dispuesto a darlo todo por defendernos.

El sistema inmunológico rápidamente neutraliza las amenazas y permite que comiencen las labores de reparación. Gracias a nuestras defensas todo ha quedado en un susto. De pronto llega una nueva orden, una orden que indica que la próxima batalla será contra el propio cuerpo. El sistema inmunológico no piensa, le han dado la orden de que destruyan y eso harán. Es el comienzo de una enfermedad autoinmune.

Cuando el cuerpo se destruye a sÍ mismo

Un trastorno autoinmune se produce cuando las células del sistema inmunológico reconocen a estructuras propias como amenazas. Según el tipo de célula que ataquen producirán una enfermedad autoinmune u otra. Por ejemplo, si el cuerpo destruye las células β-pancreáticas productoras de insulina, se desarrollará diabetes tipo 1, si ataca a las células productoras de mucosa, se desarrollará la enfermedad de Sjögren, y si ataca a las células que recubren los nervios, esclerosis múltiple. Además, puede que el cuerpo no reconozca únicamente a un tipo de células, si no que comienza a atacar a varios tejidos a la vez.

Estas enfermedades son más comunes de lo que pueda parecer, ya que algunas estimaciones apuntan que alrededor de un 20% de la población sufrirá algún trastorno relacionado con su sistema inmunológico a lo largo de su vida. Por ello, científicos de todo el mundo se dedican a estudiar los procesos que acaban produciéndolas. En la actualidad se conocen factores genéticos que pueden aumentar la probabilidad de sufrir estas enfermedades, pero también hay virus, como el de la Hepatitic C, ciertos retrovirus, e incluso algunos tipos de cáncer que favorecen la aparición de estas enfermedades.

¿Qué se puede hacer ante el fuego amigo?

Los tratamientos ante las enfermedades autoinmunes son complejos y requieren de un control del paciente por el sistema de salud. Para tratar de evitar que el cuerpo se ataque a sí mismo, lo que se hace es suprimir en cierta medida el sistema inmunológico. Así, los tejidos del cuerpo no se dañarán tan rápidamente y se retrasará la aparición de los síntomas más graves. Pero claro, esto es un arma de doble filo, porque con las defensas alteradas, organismos patógenos pueden aprovechar para entrar y colonizar el cuerpo.

 

Célula del sistema inmunológico
Peddalanka Ramesh Babu en Shutterstock

Célula del sistema inmunológico en un vaso sanguíneo con eritrocitos (glóbulos rojos) de fondo.

De ahí que se requiera un control médico, porque una persona que se encuentra inmunosuprimida puede verse afectada más a menudo y de forma más grave por enfermedades producidas por patógenos comunes.

Ahora bien, con el paso de los años y el descubrimiento de los mecanismos celulares que llevan a producir las enfermedades, estos medicamentos son cada vez más específicos. Por tanto, en la actualidad, muchos de los pacientes de enfermedades autoinmunes pueden tener una alta calidad de vida. Aunque por supuesto, hay casos y casos, y depende mucho de la enfermedad y del paciente.

Los causantes de las enfermedades autoinmunes

El problema principal para encontrar tratamientos a las enfermedades autoinmunes es que las células de nuestro cuerpo tienen muy buena memoria. Concretamente, los linfocitos T y los linfocitos B son una base de datos de todos los cuerpos extraños que han de ser eliminados del organismo. El sistema funciona de la siguiente forma:

Supongamos que entra un virus en el organismo. Este virus está formado por componentes biológicos, como proteínas, azúcares, grasas y material genético. Una vez dentro del cuerpo, el patógeno hará lo que está programado para hacer: Entrar en una célula y replicarse. Una vez la célula infectada esté repleta de copias del virus, estallará, y una nueva horda de virus infectará a las células colindantes para repetir el ciclo.

Ante este ataque, el cuerpo detectará una serie de mensajes de alarma y enviará a las células de defensa. Algunas liberarán tóxicos para acabar con los virus, otras destruirán las células infectadas, pero hay unas células, denominadas células presentadoras de antígenos, que recabarán información sobre el invasor; las proteínas, los azúcares y las grasas que lo forman. Una vez tengan esta información presentarán estos componentes a los linfocitos T y B y los mandarán al ataque. Así, los linfocitos T destruirán al virus, y los linfocitos B crearán anticuerpos para inmovilizarlo e impedir que hagan más daño.

La memoria, la vacunación y la autoinmunidad

Una vez solucionada la infección, los linfocitos no desaparecen, si no que se quedan con la información del virus por si en algún momento vuelve a atacar. Así, están preparados para realizar una respuesta más rápida, es decir, quedarán en la memoria de la inmunidad adaptativa.

Ahora bien, no hace falta pasar por una infección para desarrollar este tipo de inmunidad. Si se inyecta un virus previamente debilitado, o algunos de sus componentes, el cuerpo tendrá la información de antemano y ya guardará en su memoria a este invasor antes de que llegue. A grandes rasgos y con algunas excepciones, así funcionan la mayoría de las vacunas. Esta inmunidad es posible gracias a que la memoria de los linfocitos es muy buena, pudiendo incluso llegar a durar toda la vida de una persona. Pero claro, la virtud se convierte en un gran problema cuando el “enemigo” es el propio cuerpo, porque el sistema inmunológico no dejará de atacarlo hasta que lo destruya.

Borrando la memoria de los linfocitos

Por tanto, para curar una enfermedad autoinmune hay que conseguir lo contrario que con una vacuna. En vez de darle a las defensas del organismo un nuevo objetivo para atacarlo, hay que quitar uno de estos objetivos. De esta lógica nació el concepto de "vacuna inversa", un tratamiento que se basa en eliminar una molécula de la memoria del sistema inmunitario.

Para desarrollarla, los investigadores han aprovechado un proceso natural que se produce en el hígado. Cuando los restos de una célula que muere de forma natural llegan a este órgano, el hígado las marca con una molécula que indica que no son una amenaza, si no un resto para desechar. Así, el sistema inmunológico no atacará a estos restos, si no que los dejarán pasar para que puedan ser procesados y eliminados correctamente.

Por tanto, los investigadores unieron las piezas y trataron de emplear este método para indicarle a los linfocitos lo que tenían y lo que no tenían que atacar. Así, tomaron un antígeno, es decir, una molécula que el cuerpo reconoce como nociva, y la unieron a una molécula denominada N-acetilgalactosamina (pGal) que el hígado reconocería como “amiga”. Así, consiguieron que los linfocitos dejasen en paz a las moléculas marcadas y las eliminasen de sus base de datos de enemigos.

Las pruebas que dan esperanza

Posteriormente realizaron estudios con animales de laboratorio cuyo cuerpo reconocía la mielina como nociva. Esta molécula es necesaria para que los nervios transmitan la información de manera efectiva. Por tanto, si la mielina es destruida, puede producir anomalías en el sistema nervioso que desembocan en los síntomas de la esclerosis múltiple. Sabiendo esto, los investigadores marcaron la mielina con pGal y la inyectaron en el organismo. Una vez en el torrente sanguíneo, el hígado de los animales de laboratorio le indicó a su sistema inmunológico que dejase de atacar a la mielina. Así, consiguieron parar la respuesta autoinmune, las defensas dejaron de atacar al cuerpo y, lo que es más impresionante, el sistema nervioso de los animales comenzó a recuperarse, llegando a revertir gran parte de los síntomas.

Esta nueva aproximación en la búsqueda de tratamientos para trastornos autoinmunes puede suponer encontrar por fin una cura eficaz para estas enfermedades. Las vacunas inversas podrían beneficiar a millones de personas que sufren este tipo de trastornos, evitando así que tengan que vivir inmunosuprimidas con el riesgo que supone para su día a día. Sin embargo, hay que destacar que se trata todavía de pruebas realizadas en animales de laboratorio y en un entorno muy controlado. Es decir, se requieren muchas más pruebas para que estos tratamientos se consideren seguros para humanos. De momento van a comenzar los ensayos clínicos con la enfermedad celíaca, en la que la molécula "nociva" es el gluten, presente en el trigo y otros cereales.

Los resultados del estudio son esperanzadores. Además, no deja de ser un tanto irónico que estas investigaciones que “borran la memoria” del sistema inmunológico puedan ayudar, en un futuro, a crear maravillosos recuerdos con nuestros seres queridos.

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