El pasado 8 de noviembre un gran número de personas, entre ellas muchos estudiantes de ciencias, llenaron el auditorio del Museo de la Ciencia CosmoCaixa de Barcelona para asistir a la conferencia de la astrofísica norirlandesa Jocelyn Bell, de 79 años de edad, quien nos deleitó con las anécdotas que acompañaron a su gran descubrimiento de los púlsares en 1967.
Sucedió cuando era estudiante de doctorado bajo la dirección de Antony Hewish en la Universidad de Cambridge. Tras construir un enorme radiotelescopio para el estudio de cuásares como parte de su tesis, captó una extraña señal que se repetía a intervalos muy precisos. ¿Qué podía ser? ¿Interferencias? ¿Señales de una civilización extraterrestre? Con mucho tesón, Bell demostró que se trataba de un nuevo cuerpo celeste desconocido para la ciencia: los púlsares, estrellas de neutrones masivas que emiten pulsos de radiación de forma regular. «Son una especie de faros galácticos», dijo Bell. Su gran descubrimiento mereció el Premio Nobel de Física de 1974. Pero ella quedó excluida del galardón, que recayó solo en Hewish y en el también radioastrónomo británico Martin Ryle. «A ellos los periodistas les preguntaban sobre astronomía. A mí, si tenía novio e incluso si podía posar luciendo un poco de escote», recordó riendo. Todavía queda mucho camino para alcanzar la paridad en la ciencia, dijo. No nos queda otra que perseverar.
Este artículo pertenece al número de Enero de 2023 de la revista National Geographic.