La actual pandemia de coronavirus está siendo especialmente mortífera entre los más mayores. Según datos remitidos por el Ministerio de Sanidad, en nuestro país el 67% de los fallecidos por esta causa supera los 80 años, un porcentaje superior al de Italia, Corea del Sur o China. Las cifras, basadas en 19.000 casos confirmados, pone de manifiesto la letalidad del Covid-19 entre los más mayores, que también ocupan la mayoría de las plazas en la UCI y camas en los hospitales.
¿Por qué un virus, que se supone ataca igual a todo el mundo, afecta con mayor intensidad a la población de más edad? El imaginario popular arrojaría una respuesta simple: porque tienen menos defensas, una afirmación que, aunque no es del todo errónea, pecaría de inexacta. No es que tengan menos defensas, más bien que estas cambian a medida que nos volvemos más mayores.
Para empezar, habría que entender cómo funciona nuestro sistema inmunitario frente al coronavirus y otros patógenos. En nuestro trasiego diario, nuestro organismo está sometido a un ataque constante de bacterias, hongos, virus… a los que llamamos patógenos. La mayoría de ellos pasan ‘sin pena ni gloria’, gracias, precisamente, a nuestro escudo protector: un sistema defensivo perfectamente engrasado que normalmente actúa antes de que sea demasiado tarde.
Sistema inmunitario innato
Toda esa maquinaria defensiva no es, ni mucho menos, homogénea, sino que responde a un complejo andamiaje que acabará definiendo el estado de protección de un organismo. Así, nuestro sistema inmunitario se divide en innato y adquirido. El primero es la primera línea de defensa, el retén que nos protege de la invasión de antígenos, y que todos nosotros tenemos al nacer. Algunas de esas barreras son visibles, como pueden ser la piel, e incluso los mocos, los cuales nos sirven para protegernos de bacterias y algunas sustancias nocivas. Otras son invisibles, como los ácidos gástricos, o unas células específicamente diseñadas para aniquilar partículas patógenas, entre las que se incluyen fagotitos, macrófagos, neutrófilos y monocitos, y que se encargan de acabar con los patógenos y destruir las células afectadas. Y hay mas...La protección que recibimos nada más nacer incluyen moléculas que nos protegen de los antígenos.Los científicos lo denominan ‘inmunidad humoral innata’, e incluyen sustancias tan preciadas como los interferones, unas proteínas responsables, entre otras funciones, de desencadenar la fiebre.
Por si todo esto fuera poco, nuestro sistema defensivo se va ‘perfeccionando’ a lo largo del tiempo, como si se tratase de la actualización de un antivirus de los ordenadores.
Linfocitos y anticuerpos
Pertenecen al sistema inmunitario adquirido los llamados glóbulos blancos, entre los que distinguimos los linfocitos B y T. En las personas jóvenes no abundan demasiado. Para su organismo, controlar una nueva infección puede ser una faena, pues no está habituado a lidiar con nuevos intrusos. Sin embargo, a medida que madura, sus sistema inmunológico adaptativo se va perfeccionando para proteger de forma eficaz las amenazas que ya conoce.
Según madura, el sistema inmunológico se perfecciona para protegernos frente a las amenazas.
Cada vez que se produce una infección, por ejemplo con la llegada del coronavirus SARS-CoV-19, los linfocitos B pueden multiplicarse y generar unas sustancias denominadas anticuerpos que actúan contra los patógenos, adhiriéndose a ellos y bloqueando su capacidad de diseminarse. Una vez neutralizados, los linfocitos T identifican las células infectadas y las destruyen, un equipo perfecto que con el tiempo se va perfeccionando.
Sistema inmunitario de los mayores
Así, pues, los dos sistemas inmunitarios se coordinan y complementan con una precisión absoluta, alertando al organismo ante cualquier amenaza. Sin embargo, si solo consideramos las premisas anteriores, ganar años debería ir a nuestro favor, y no en detrimento, pues el sistema inmunitario adquirido iría ganando experiencia, y por tanto eficacia, contra los nuevos patógenos. ¿Qué ocurre, pues, con la población de más edad?
Cuando ganamos años nuestro sistema inmunitario innato se deteriora, perdiendo efectividad.
Para empezar, a medida que vamos cumpliendo años, nuestro sistema inmunitario innato se deteriora: esas células innatas centinelas (fagocitos, monocitos, neutrófilos…) se hacen menos efectivas, y por ejemplo, producen menos interferón, lo que se traduce en menos señales de alarma, y por consiguiente, una actuación más tardía del sistema inmunitario adquirido.
Además, a menor velocidad de alarma, más ventaja tiene el virus para diseminarse por todo el organismo, menos capacidad de respuesta tienen nuestras defensas para hacer frente a un enemigo mayor en número, y más probabilidades tiene una persona de caer gravemente enfermo, incluso morir. Sería como si nos quedáramos profundamente dormidos mientras nuestra casa es pasto de las llamas. Es posible que cuando nos despertemos ya sea demasiado tarde.