"Nosotros, los seres orgánicos, quienes nos autoproclamamos seres humanos, estamos formados de la misma materia que las estrellas". Esta frase, que años más tarde sería popularizada por el astrofísico y divulgador, Carl Sagan, con su famoso "somos polvo de estrellas", fue en realidad pronunciada por primera vez en 1929 por el astrónomo estadounidense Harlow Shapley. 

Hoy sabemos que el Universo se expande, y que nuestro Sol es el producto de millones de años de evolución estelar, parte de una cohorte de estrellas de tercera generación conformada a partir del material de otras que brillaron y murieron hace miles de años. 

Sin embargo, pese a que hoy tenemos la certeza de que la mayoría de astros que brillan en el firmamento están compuestos en casi su totalidad por helio e hidrógeno, la verdadera naturaleza de las estrellas había resultado un completo misterio hasta mediados del siglo XX, momento en que la astrónoma Cecilia Payne-Gaposchkin ofreció la respuesta a una pregunta que seguramente millones de seres humanos, independientemente de su cultura y tiempo, se habían formulado: ¿de qué están formada las estrellas? 

Cecilia Helena Payne nació en el año 1900 en la localidad inglesa de Wendover. Haría gala desde una edad muy temprana de unas excelentes dotes académicas, lo cual le llevó a la edad de 19 años a obtener una beca para la Universidad de Cambridge, donde una conferencia del astrónomo Sir Arthur Eddington sobre la confirmación de la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, empujó a una joven Payne a interesarse por la astronomía. 

El talento de Cecilia Payne Gaposchkin era comparable al de su ambición, por lo que la falta de oportunidades en Gran Bretaña para una mujer astrónoma le hicieron ponerse en contacto con el reputado astrónomo del observatorio de la Universidad de Harvard, Harlow Shapley, tras lo cual, en 1923, partió a Estados Unidos con una beca para estudiar en la institución. 

Solo 2 años después, en 1925, daría luz a su tesis doctoral, titulada Stellar Atmospheres: a contribution to the observational study of high temperature in the reversing layes of the stars, en la cual, además de establecer la temperatura de las estrellas en base a sus líneas espectrales gracias a la ecuación del astrofísico indio Meghnad Saha, Payne Gaposchkin llegó a la conclusión de que el combustible que las hacía brillar no era si no una mezcla de los gases helio e hidrógeno. De hecho, la investigadora fue un paso más allá, asumiendo que el hidrógeno no solo era uno de los gases dominantes en las estrellas, si no en todo el Universo. 

Observatorio de la Universidad de Harvard (1899)
Foto: CC

No obstante, como ha sucedido con muchas de las teorías científicas más vanguardistas de su momento, el caso de Payne-Gaposchkin no iba a ser una excepción. A ella se opusieron astrónomos como Herry Norris Russell, quien defendía que las estrellas habrían de tener la misma composición de la Tierra, o el propio Shapley con quien Payne trabajaba, y quien trató de disuadirle de seguir con su línea de investigación. Sin embargo, ambos, acabarían reconociendo el excelente trabajo de Payne y dándole la razón en 1929. 

Tras ello, Payne recibió por su tesis el primer Ph.D. en astronomía de la Universidad de Radcliffe, ya que Harvard no otorgaba títulos de doctorado a mujeres. Durante los años siguientes, la investigadora se centraría en el estudio de las cefeidas, o estrellas de brillo variable. En Alemania conocería al científico exiliado soviético Sergey Gaposchkin, a quien conseguiría un puesto en Harvard y con el cual se casó en 1934. 

En 1956, Payne fue nombrada profesora titular en Harvard, siendo la primera mujer en conseguirlo, y convirtiéndose, además, en presidenta del departamento de astronomía hasta su retirada en 1966, tras lo cual pasaría la última etapa de su vida trabajando para el Observatorio Astrofísico de la Institución Smithsonian.