El 31 de diciembre de 2019 las autoridades sanitarias de Wuhan, la capital de la provincia china de Hubei, informaron de un brote de neumonía vírica que había afectado a 27 personas. Cinco meses después nos enfrentamos a una pandemia que ha puesto en jaque a los sistemas sanitarios de todo el mundo. La única medida efectiva, más allá del distanciamiento social, para acabar con la pandemia será una vacuna que nos proteja contra el patógeno, un esfuerzo titánico para el que no existen precedentes y en el que trabajan simultáneamente miles de expertos en todo el planeta. La pregunta del millón es: ¿Cuándo tendremos la ansiada vacuna?
Según el director del Instituto de Enfermedades Infecciosas de EE.UU., Anthony S. Fauci, la vacuna estaría lista en 18 meses.
Una respuesta imposible de responder, al menos de forma precisa. Anthony S. Fauci, director del Instituto de Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, manifestó recientemente que estaría lista en 18 meses. Es una posibilidad. Para Bill Gates -cuya fundación ha financiado con 250 millones de dólares un proyecto liderado por la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI) para el hallazgo de una posible vacuna- el tiempo de espera podría discurrir entre los 9 meses y 2 años. Otros expertos son menos optimistas… no en vano, se trata de reducir a 10 meses un proceso que puede requerir hasta 10 años. Y todo riesgo tiene un coste.
¿Por qué necesitamos una vacuna?
En primer lugar, podemos decir que habremos combatido con éxito la COVID-19 cuando dispongamos de alguna de estas dos soluciones: o bien un medicamento que nos permita combatir la enfermedad con eficacia o la certeza de haber vacunado a toda la población mundial.
Según Bill Gates, quien ha aportado 250 millones de dólares a un proyecto de investigación al respecto, pasarán entre 9 y 24 meses antes de tener una posible vacuna.
La primera opción es muy improbable. Necesitaríamos un tratamiento milagroso que tuviera al menos un 95% de eficacia, y por ahora la mayoría de los medicamentos más prometedores del mercado , incluido el famoso Remdesivir, todavía están lejos de alcanzar esta meta. Puede que salven muchas vidas, pero no las suficientes para que podamos volver a la normalidad. Lo que nos deja como la vacuna como la única posibilidad.
Siendo realistas, no volveremos a la normalidad hasta que no tengamos una vacuna segura y efectiva. Además, es necesario producir miles de millones de dosis y llevarlas a todos los rincones del mundo. Y todo ello en el menor tiempo posible.
¿Cuánto tiempo tendremos que esperar?
Y aquí está el problema. El desarrollo de una vacuna suele tardar años, en ocasiones más de un decenio, solo para superar la fase de investigación y ensayos clínicos, que se calcula solo supera una media de un 6% de todos los proyectos que se emprenden.
El primer requisito que hay que exigir a una vacuna es que sea eficaz. Además, es necesario que sea segura: podemos aceptar algunos efectos secundarios menores (como pueden ser fiebre, hinchazón del punto en el que se ha inoculado la vacuna…) pero no sería admisible que el remedio sea peor que la enfermedad.
El desarrollo de una vacuna suele tardar varios años, pues debe ser eficaz y segura para evitar que el remedio sea peor que la enfermedad.
Es por ello que antes de “salir al mercado”, cada vacuna necesita superar una serie de pruebas: En primer lugar, debe probarse en animales. Es la fase en la que se encuentran algunos de los proyectos desarrollados en España, como el liderado por Mariano Esteban y Juan García Arrizanza, del Centro Nacional de Biotecnología (CNB) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Una vez superado esa primera prueba, empieza un arduo camino de ensayos clínicos en humanos, la parte más delicada, en la que no vale escatimar esfuerzos y que debe seguir los siguientes pasos:
- Prueba de seguridad. En esta fase se inocula la vacuna candidata a un pequeño grupo de voluntarios sanos. En ella se prueban distintas dosis con un objetivo: crear la respuesta inmune más fuerte con la dosis más baja, y todo ello controlando que no provoque efectos secundarios graves.
- Estudio de cohorte. En esta etapa se indica qué tan bien funciona la vacuna en una muestra representativa de la población de destino. En este caso se inocula la solución a cientos de voluntarios de diferentes edades y distintos estados de salud.
- Prueba en población objetivo: En esta última fase, la más larga, se prueba la posible vacuna en miles de personas. Se aplica normalmente a población que ya ha estado expuesta a la infección, con lo que la administración de la posible vacuna permite calcular realmente cuántas personas han dejado de contraer la enfermedad.
Hasta la fecha solo 7 de los aproximadamente 90 macroproyectos de vacuna en marcha han conseguido alcanzar este período de ensayo clínico. Las que la superen ese escollo todavía tendrán que pasar una prueba de fuego: el visto bueno de las organizaciones sanitarias, entre ellas de la Organización Mundial de la Salud.
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¿Hay suficientes recursos?
La población mundial supera los 7.000 millones de personas y lo óptimo sería fabricar, almacenar, transportar y administrar dicha vacuna, una vez esté lista a toda la población en el menor tiempo posible.
Algunas de las principales multinacionales farmacéuticas del mundo se han apresurado a dejar claro que tienen suficiente capacidad para producir en tiempo récord decenas de millones de dosis. Pero eso no soluciona definitivamente el problema. Existen dos escollos añadidos: el almacenamiento y la conservación.
En primer lugar, cada vacuna suele administrarse en un vial de vidrio, un instrumento mundano que, aunque parezca increíble, podría enfrentarse -como ha pasado, por ejemplo, con las mascarillas- a un importante desabastecimiento. Es decir, aunque se pueda crear la vacuna líquida, no existen suficientes viales de vidrio de uso médico para miles de millones de personas.
En segundo lugar, las vacunas deben mantenerse generalmente a una temperatura de unos 4ºC, algo relativamente fácil en el mundo desarrollado, donde normalmente disponemos de refrigeradores, pero no tan obvio en el mundo en desarrollo. Es más, una de las vacunas más prometedoras, la de ARN, debe conservarse a una temperatura de -80 ºC, lo que complica todavía más su producción en masa.
Una de las vacunas más prometedoras, la de ARN, debe conservarse a una temperatura de -80 ºC, lo que complica su distribución a nivel mundial.
Una vacuna con garantías
Si de verdad queremos acabar con la pandemia, habrá que exigir las máximas garantías en cada fase del proceso. La reducción del tiempo de las fases de ensayos no pueden ir en detrimento de la exigencia de seguridad, sin las cuales una vacuna puede llegar a ser más peligrosa que la propia enfermedad. El método científico sigue sus tempos, y solo han pasado cinco meses desde el descubrimiento del nuevo coronavirus. Recaptar decenas de miles voluntarios para pruebas de posibles vacunas, como hace la organización 1daysooner , puede ser muy esperanzador, pero poco factible, según los expertos. No nos podemos permitir poner a más gente en riesgo. Por otro lado, la necesidad de reducir al máximo los períodos de prueba y aprobación no pueden menoscabar la eficacia de la vacuna: es necesario asegurarse que el posible remedio no provoca efectos secundarios, y eso es algo que solo el tiempo puede demostrarnos.
El método científico requiere tiempo para lograr sus objetivos, y solo han pasado cinco meses desde el descubrimiento del nuevo coronavirus.
Además, para acabar con la pandemia, también debe existir la certeza de que la vacuna llegará a todo el mundo. Y analizando la situación que viven los países en vías de desarrollo relacionadas con la falta de agua, de saneamientos, etcétera cabe preguntares, ¿será posible fabricar una vacuna en masa, teniendo en cuenta las infraestructuras existentes?
Sin duda, además de un esfuerzo humano sin precedentes, este proyecto hercúleo necesitará de miles de millones de dólares, y lo que es más difícil, del acuerdo y la entrega sin condiciones de todos los países del mundo. Sin excepción. Y remando todos en la misma dirección.