Los olores son muy relevantes en la atracción sexual en muchas especies, incluida la nuestra. Es algo que ya dedujeron los antiguos griegos al observar que los perros macho se sentían irremisiblemente atraídos por las secreciones producidas por las perras en celo. En el siglo XIX el entomólogo estadounidense Joseph Lintner concluyó que las hembras de las polillas conocidas como mariposas de la seda emitían señales químicas que los machos captaban con sus antenas. Pero la primera descripción química de esas sustancias no se hizo hasta 1959. El bioquímico alemán Adolf Butenandt, galardonado con el Nobel 20 años antes por el estudio de las hormonas sexuales humanas, identificó la fragancia sexual emitida por las hembras de la mariposa de seda y la llamó bombicol.

Ese mismo año el bioquímico Peter Karlson y el entomólogo Martin Lüscher acuñaban un término para dar nombre a esos perfumes tan especiales: los llamaron feromonas, «señales químicas que promueven la comunicación entre miembros de una misma especie y provocan una reacción conductual en el individuo receptor», en palabras de Tristram Wyatt, zoológo de la Universidad de Oxford.

«Su análisis proporciona modelos para explorar cómo los animales localizan las fuentes de feromonas y cómo distinguen las que son de su propia especie», añade Wyatt. La cosa funciona así: la hembra libera feromonas que el viento dispersa, conformando bolsas de dichas sustancias químicas. Cuando un macho se topa con un acúmulo de feromonas, los receptores de las células sensoriales olfatorias de sus antenas distinguirán si están formadas o no por la combinación exacta de moléculas de su especie. Si es así, su cerebro le ordenará volar (o caminar, si se trata de una especie que no vuela, como la mariposa de la seda doméstica) contra el viento durante una fracción de segundo hasta dar con otra bolsa de feromonas. El machó irá zigzagueando de un señuelo químico a otro hasta encontrar a la que será, si tiene suerte, la madre de sus hijos.

Este artículo pertenece al número de Octubre de 2020 de la revista National Geographic.