La historia de la ciencia está, sin duda, marcada por la presencia de figuras visionarias que ven el mundo de forma innovadora y se empeñan en ir a contracorriente, desafiando las normas establecidas y forjando nuevos caminos dentro de sus propios campos de estudio. Entre estos notables individuos, destaca Alice Hamilton, una pionera en la toxicología industrial que brilla con un legado imborrable.
Criada en Fort Wayne, Indiana, Alice se graduó en medicina y centró sus esfuerzos en el estudio de las enfermedades ocupacionales y en las consecuencias de la exposición a ciertos químicos y metales tóxicos por parte de los trabajadores industriales. Su gran inteligencia y dedicación a las causas justas y al activismo social, le logró una gran reputación que, combinada con sus dotes para la ciencia, le aseguró un puesto de profesora en Harvard, convirtiéndola en la primera mujer que accedía a su emblemática Facultad de Medicina.
UNA GRAN DEDICACIÓN
Alice Hamilton nació en el seno de una familia culta el 27 de febrero de 1869 en el estado de Indiana. Su padre, Montgomery Hamilton, había realizado sus estudios en las prestigiosas universidades de Princeton y Harvard, y su deseo era que todos sus hijos contaran con una educación completa y ejemplar. Alice fue la segunda de sus vástagos y, aunque el resto de sus hermanos se convirtieron en ensayistas, educadores o artistas, fue su nombre el que obtuvo el mayor reconocimiento.
Deseosa de contribuir a la causa social y colaborar con la sociedad, Alice se marchó de Indiana para estudiar medicina en Connecticut. Sin embargo, regresó a Indiana tiempo después para ampliar sus conocimientos: recibió clases de ciencias de un profesor particular y asistió a diversos cursos de anatomía en la Universidad de Fort Wayne. Finalmente, terminó matriculándose en la escuela médica de la Universidad de Michigan en 1892 y obteniendo su ansiado título de graduada tan solo un año después.
Sin embargo, tras diversos trabajos en hospitales y centros médicos, se descubrió a sí misma desinteresada por la práctica médica y con ansias de seguir estudiando e investigando. Así bien, tras hacerse con cierta experiencia clínica, decidió regresar a la Universidad de Michigan, en donde estudió bacteriología, lo que colaboró al desarrollo de un gran interés por la salud pública y, en concreto, laboral.
HULL HOUSE
En el año 1897, Alice Hamilton aceptó una oferta para trabajar de profesora en la escuela Médica Femenina de la Universidad del Noroeste, en Chicago, Illinois. Este puesto le permitió saciar sus ansias por el activismo social, pues además de colaborar a la enseñanza de nuevos profesionales, ejerció de médica en Hull House, el asentamiento reformista fundado por la trabajadora social Jane Addams, ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1931.
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Frente de la Hull House, en Chicago.
En aquella vivienda, profesionales de la salud física y mental, así como diversos voluntarios, otorgan ayuda a los migrantes y obreros que trabajaban en condiciones infrahumanas y se encontraban sumidos en la más absoluta pobreza. Para Alice fue la oportunidad de entrar en contacto con las pésimas condiciones laborales con las que convivían los trabajadores de las fábricas, así como de estudiar e investigar diversas patologías que estaban asolando a esa comunidad, como la fiebre tifoidea y la tuberculosis.
Los avances en enfermedades ocupacionales le otorgaron a Alice el título de pionera en Medicina del Trabajo pues, hasta ese momento, no se había abierto ninguna línea de investigación dedicada a ese ámbito. De hecho, su trabajo le otorgó una reputación envidiable en la época e, incluso, fue nombrada como parte de la Comisión de Enfermedades Profesionales de Illinois, un grupo de investigación pionero en el estudio de enfermedades relacionadas con las condiciones laborales, especialmente en la investigación de las consecuencias del plomo, el arsénico, el mercurio o el radio.
PRIMERA EN HARVARD
Así, para 1916, Alice Hamilton se había convertido en la principal autoridad de los Estados Unidos en lo que a envenenamiento por plomo se refería. Incluso tuvo un papel relevante durante la Primera Guerra Mundial, en la cual el Ejército de los Estados Unidos le encargó el trabajo de solucionar una patología desconocida que afectada a los trabajadores de las plantas de munición. Hamilton descubrió que los empleados estaban enfermando debido al contacto con el explosivo trinitrotolueno, es decir el TNT.
Así, recién acabada la guerra, le ofrecieron un puesto de profesora asistente en el recién creado Departamento de Medicina Industrial de Harvard. Alice aceptó, convirtiéndose de esa forma en la primera mujer en ser nombrada parte del personal docente de esa institución y elevándose como todo un referente de feminismo para las mujeres de la época. Incluso el New York Tribune publicó la noticia como un hito, bajo el título “Una mujer en Harvard- La última Ciudadela ha caído- El sexo ha venido”.
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Alice Hamilton, pionera de la medicina ocupacional en los Estados Unidos.
Sin embargo, Alice no gozaba de las mismas comodidades que sus compañeros masculinos. En los años que se mantuvo en ese puesto, hasta 1935, jamás recibió un ascenso y, de hecho, solo fue renovada en pequeños contratos de tres años en tres años. Además, era excluida de actividades sociales y, aun por encima, no se le permitía participar en la marcha de la ceremonia inaugural de la universidad o asistir a los actos de graduación.
UN LEGADO DE FEMINISMO Y ACTIVISMO
Gracias a los años que pasó en Hull House, Alice entró en contacto con diferentes movimientos pacifistas y feministas que la llevaron hasta el Congreso Internacional de Mujeres del año 1915, en La Haya. Además, su amistad con Jane Addams le abrió una gran agenda de contactos que le permitían mantenerse al día de los nuevos movimientos, reformas y protestas alrededor del mundo. Un ejemplo fue su cordial relación con la pacifista feminista y sufragista neerlandesa Aletta Jacobs.
A lo largo de su vida, Alice Hamilton fue condecorada con diversos títulos, reconocimientos y premios debido a su apabullante carrera. Entre ellos destaca el año 1956, cuando la revista TIME la nombró Mujer del año en Medicina, o el 1947, cuando se convirtió en la primera mujer en ganar el Premio Lasker por sus contribuciones a la causa pública.
Hamilton falleció un 22 de septiembre, a los 101 años, en su casa de Hadlyme, en Connecticut. Tan solo tres años después de eso, se convirtió, a título póstumo, en miembro del National Women’s Hall of Fame. Sus investigaciones y su preocupación por las condiciones laborales de los más desfavorecidos, convirtieron a Alice Hamilton en un símbolo en la lucha por unas condiciones laborales dignas, así como en una figura imprescindible del feminismo y de la historia de la ciencia y de la medicina.