Uno de los grandes anhelos del ser humano siempre ha sido la búsqueda de civilizaciones extraterrestres. A lo largo de todo el proceso de evolución, nuestra especie ha pasado por diferentes fases que nos han hecho transformarnos y buscar nuevos límites que superar según nos íbamos desarrollando en el planeta Tierra. El siglo pasado, el ser humano adquirió una nueva dimensión sobre sí mismo, lo que trajo nuevas dudas existenciales y, por lo tanto, nuevos límites que comprender y superar. Hablamos de la capacidad de mandar objetos al espacio.
Si nosotros hemos sido capaces de tener consciencia sobre nuestro lugar en el universo y traspasar los límites de nuestro planeta, ¿por qué no iban a poder hacerlo potenciales civilizaciones extraterrestres? En la inmensidad del universo cabe la hipótesis de que en algún lugar también se hayan dado unas condiciones similares a las nuestras para mantener la vida y evolucionar. Esta teoría no está demostrada, pero desde hace 60 años el ser humano investiga en esta línea a través del proyecto SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence, su acrónimo en inglés).
En Star Maker, la novela de Olaf Stapledon, encontramos una de las primeras ideas que abrirían el camino para nuevas líneas no solo de exploración espacial, sino también de aprovechamiento de energía. 23 años más tarde, en 1960, Freeman Dyson escribió un artículo revolucionario en la revista Science en el que teorizó sobre la capacidad técnica de estas potenciales civilizaciones extraterrestres para aprovechar la energía que irradian las estrellas, a través de lo que se terminaría bautizando como esferas de Dyson.
Foto: NASA
En busca de nuevas civilizaciones
El científico animó a las siguientes generaciones a buscar estas estructuras en el universo, siendo una vía para detectar a las civilizaciones encargadas de su construcción. Estas esferas, grandes megaestructuras construidas en la órbita de los cuerpos celestes, tendrían la función de transformar la energía irradiada por la estrella en radiación infrarroja que les permitiría obtener una ingente cantidad de energía lejos de su planeta de origen. Sería, básicamente, un modo de obtener la energía suficiente para seguir desarrollándose sin agotar su propio hogar.
Dyson no fue el único que teorizó sobre la existencia de inteligencia extraterrestre en la década de los 60, sino que Nikolái Kardashov también desarrolló un modelo a partir del cual medir el grado de desarrollo de una civilización: la escala de Kardashov. Categorizó estas civilizaciones en tres niveles, que también denotan el grado de colonización del espacio: las civilizaciones de Tipo I habrían logrado el dominio de todos los recursos de su planeta de origen, las de Tipo II habrían llegado un paso más allá y habrían conseguido dominar todos los recursos de su sistema planetario, para que, finalmente las de Tipo III hubieran hecho lo propio con la totalidad de su galaxia. En la actualidad, la civilización humana tiene un grado de 0,73 aproximadamente, llegando a convertirse en una civilización de tipo I en poco más de un siglo.
Dentro de todas estas teorías no hay unobtanium, materiales imposibles de conseguir, aunque la viabilidad de las esferas de Dyson siempre se ha pensado mecánicamente imposible debido a la gravedad y la presión de la estrella central sobre la que orbitaría la megaestructura. Sin embargo, un nuevo estudio liderado por Tiger Hsiao de la Universidad Nacional Tsing Hua (China) da una vuelta de tuerca a las ideas preconcebidas sobre las esferas de Dyson alrededor de las estrellas, sugiriendo que igual estamos mirando al objetivo erróneo.
El papel de los agujeros negros
El grupo de investigación calculó la viabilidad de construir estas megaestructuras alrededor de agujeros negros, analizando tres tipos: los que son 5, 20 y 4 millones de veces más grandes que la masa del Sol. Creados tras el colapso de estrellas masivas, siempre se ha pensado en los agujeros negros como grandes consumidores de energía, más que productores de la misma. Sin embargo, sus campos gravitacionales podrían generar energía a través de diversos procesos teóricos.
Foto: Event Horizon Telescope
Algunos de ellos incluyen la radiación emitida de la acumulación de gas alrededor del agujero negro, la rotación del "disco de acreción" tras caer en el horizonte de eventos o la radiación de Hawking, una teoría que propone que los agujeros negros pueden perder parte de su masa, emitiendo energía en ese proceso.
Los cálculos de Hsiao y sus colegas sugieren que estos procesos teóricos pueden servir como fuentes viables de energía. De hecho, la energía emitida por el disco de acreción de un agujero negro con una masa 20 veces más grande que el sol podría producir la misma cantidad de energía que 100.000 esferas de Dyson alrededor de estrellas. El resultado de su investigación se publicará el próximo mes en la revista Monthly Notices of the Royal Astronomical Society.
¿Qué significa todo esto? Si toda esa tecnología es viable y está en el espacio, hay una manera de detectarla. Según los cálculos de los investigadores, el calor residual de una esfera de Dyson "caliente" –es decir, una que sea capaz de aguantar temperaturas por encima de los 3.000 kelvin– alrededor de un agujero negro en la Vía Láctea podría ser detectado a través de la longitud de las ondas ultravioletas. Y tenemos la capacidad de hacer eso gracias a los datos de varios telescopios, como por ejemplo el Hubble o el Galaxy Evolution Explorer.
No seremos capaces de construir estas megaestructuras pero podremos detectarlas si es que existen. Tenemos la capacidad técnica de conseguirlo y, de existir, estaríamos un paso más cerca de saber quién las construyó.