Urano ocupa un lugar en el cielo y en la literatura desde tiempos de la Grecia Clásica. El séptimo planeta del sistema solar recibe su nombre en honor a Ouranos, unos de los titanes primordiales en la mitología griega, y la cual personificaba el cielo.

Nacido de Gea, la Madre Tierra, y esposo de la misma, dícese que de ambos nació la primera generación de titanes y que a su vez, de estos, fueron engendrados los antiguos dioses griegos, que serían, posteriormente, heredados por los romanos.

Pese a ser detectable en el cielo a simple vista, este gigante gaseoso no fue catalogado por los astrónomos de la antigüedad como un planeta debido a su escaso brillo y a la velocidad de su órbita, más lenta que la del resto de planetas (un año en Urano equivale a unos 85 años en la Tierra).

Urano fue el primer planeta descubierto por un telescopio

Siglos más tarde y en ocasiones consecutivas, Urano fue observado en el cielo por distintos astrónomos, sin embargo en todas ellas fue confundido con una estrella. Fueron los casos de John Flamsteed que en 1690 lo catalogó como 34 Tauri, o el de John Bevis que representó al planeta como 3 estrellas diferentes en posiciones consecutivas.

Hubo que esperar hasta el 13 de marzo de 1781 para que astrónomo William Herschel anunciara el descubrimiento del que sería el primer planeta descubierto por un telescopio, y no por la trayectoria que describía en el cielo, tal y como fueron descubiertos el resto de planetas hasta entonces conocidos.

Mundos azules

Como sabemos, es un planeta que se enmarca dentro de la categoría de los planetas gigantes. Sin embargo, debido a su composición, rica en hidrógeno, helio y metano, muy parecida a la de Neptuno, y sustancialmente diferente a la de Júpiter y Saturno, los astrónomos catalogan a este coloso en la categoría de los gigantes helados.

Al igual que su gemelo, Neptuno, la atmósfera de Urano, rica en hidrógeno, resulta bastante densa, además de ser la más fría de todo el sistema solar y estar surcadas por violentos vientos que pueden alcanzar hasta los 900 kilómetros por hora. Por otro lado, las abundantes trazas de metano en la misma, otorgan a ambos planetas su colores característicos, aguamarina para Urano, y azul ultramar en el caso de Neptuno, dándoles el aspecto de dos enormes océanos esféricos suspendidos en la inmensidad del cosmos.